No le hacían falta más regalos que ese. Durante toda su adolescencia, Tristan Hunter había deseado tener un hermano mayor que le protegiera frente a los matones del instituto, con el que compartir horas de gym, chistes malos y, por qué no, poder pajearse juntos en la habitación como si fueran los mejores colegas. Ahora que su padre había contraído nuevo matrimonio, por fin podía decir que ya tenía a ese hermano mayor que tanto había deseado.
Eran sus primeras navidades con Johnny Hill. El tio era apuesto, guapo, tenía ojazos y estaba bien cachas. A menudo se paseaba nada más levantarse con las bermudas y sin calzones. Que no los llevaba puestos era fácil de reconocer, porque todas las mañanas se levantaba empalmado y el rabo duro, además de formar una tienda de campaña impresionante en el frontal, campaneaba a sus anchas, haciendo que Tristan babeara por verle la pija.
Su sueño se cumplió el día de Navidad. Johnny se lo llevó a la habitación y allí le dio su regalo. Se sacó la polla y Tristan alucinó con los larga que la tenía, le agarró de los huevos y le comió todo el rabo. Su nuevo hermanito se propasó, inclinándose, metiéndole mano por detrás del pantalón, sobándole las nalgas y la raja del culo. Era todo un seductor y sabía bien cómo abrir el ojete a un chico.
Si Johnny le había regalado esa inesperada mamada, él le regalaría algo mucho mejor. Le empujó hacia la cama dejándolo caer, le dio la espalda y se sentó encima de su polla a pelo, cabalgándole. La tenía super caliente y dura, muy grande. Se dejó follar bocarriba y a cuatro patas, experimentando la rabia de ese chulo cada vez que le metía un buen embite. Qué gusto cuando se sacó la pija y empezó a lefarle los huevos y el culito con su leche blanca, antes de volver a depositarla dentro de su agujero, toda mojada.