La paja que iban a cruzar estaba a la vuelta de la esquina. Se veía venir. Dos tios cachondos, besándose, magreándose los paquetes. Pero antes, Antonio Peña se agachó y tiró hacia abajo de los ajustados gayumbos a su novio Marco Stone para descubrir el regalo. Dos cosas le molaban de su estupendo pollón de veintiún centímetros, parte de lo largo que era, que estaba a la vista: la forma en la que le colgaba entre las piernas, morcillón, grueso, dobladito como una culebra, con la venas hinchadas y lo bien que le entraba por la boca cuando se la chupaba.
Joder, cuando uno la veía ahí colgando como una diosa, era incapaz de pensar que se podía colar esa pija hasta lo más profundo de la garganta, pero ahí estaba Peña, jalando rabo, con una manita detrás de su nuca y su novio follándole la boquita, desplegando los labios y tragando a fondo esa pollaza que cuando salía, estaba todavía más guapa, decorada con su saliva, brillante y que seguía colgando de esa misma forma que abría el apetito a cualquiera.
Dura como una piedra se le estaba poniendo a Marco y cuanto más le crecía, más difícil se hacía para Antonio hacerle una garganta profunda. Si en los dos primeros intentos, llegó a plantar los labios en la base de su rabo disfrutando del calor de sus cojones, ahora notaba en la campanilla la clavada del cipote y cuando eso sucedía se quedaba como a unos cinco centímetros o más de comerse toda la gloria.
No pensaba retirarse, pero uno debía saber cuándo tomar un respiro. Sabía que lo que estaba a punto de hacer, le pondría las cosas más complicadas de ahora en adelante si pretendía comerse toda la polla, pero era lo que le apetecía hacer, lo que más cachondo ponía a su chico. Se tumbó en el sofá cama y abrió las piernas elevando el culete. Así, con su carita guapa, los morros húmedos de tanto comer polla, ese culito precioso abierto de par en par y entre medias destacando su rabo y sus pelotas, estaba tan rico que Marco se ponía bien perro.
Calentarse el hocico en la raja de ese culito le ponía todo tierno. No era sólo lo que veía, sino lo que sentía, su memoria latente, que sabía lo apretado que estaba ese culito y lo mucho que deseaba volver a metérsela. Lo empapó con la lengua y rozó el agujerito con la yema de sus dedos, experimentando el placer de ese hueco suave y ahora cerradito. La simple idea de joderlo con su enorme polla y abrirlo a la fuerza le volvía loco.
El rabo se le estaba secando, así que o condón o saliva y Marco ya sabía que su chico quería una penetración sintiendo su pedazo de polla desnuda. Se sentó en el sofá y Antonio se puso a cuatro patas a su lado, justo mirando en la dirección hacia la que esa majestuosa pollaca se curvaba, lo cuál le hacía todo más fácil a la hora de comérsela.
Cómo le gustaba la banana grande de su novio, la forma en la que se la pajeaba duro cuando le besaba, sin perder un solo segundo. Volvió a endulzarla con su saliva y se sentó encima de su verga, notando cómo toda esa fusta le rellenaba el culo por completo y sin condón. Marco gozó de ese momento de intimidad entre los dos. La cara de su pibe tan cerca, sus cojones y el nabo calentitos sobre su estómago y ese culazo que no paraba de saltar y de desvirgarle la polla una y otra vez.
Le agarró las nalgas con las dos manos deleitándose con el tacto turgente de ese culito y le impulsó para que saltara más alto deglutiendo toda su manguera. Peña siguió cabalgando, pero esa vez de espaldas, tumbándose hacia atrás y haciéndose a un lado para ver la atractiva cara de su chico, todo guapete, con esos ojazos, la barbita y el pelo rapadito por los lados que le daban el aire de malote empotrador que a Antonio le molaba tanto.
En esta postura Marco también se permitía alguna licencia, como poder observar la larga pija de su noviete, que encima la tenía un centímetro más larga que la suya, bailoteando entre sus piernas. Tras cabalgar, llegó el momento de ver el culazo perfecto de su chico perforado por su miembro. Se colocó detrás de él y le dio por culo, literal, metiéndole a pelo toda la figa por el agujero, tan dura y grande que, cuando la sacaba de vez en cuando antes de volver a meterla, uno se hacía preguntas. Cómo coño podía caber algo tan grande por ese hueco.
Las vistas por detrás eran de lo más sugerente. Peña con su culito blanquito, suave y tierno, penetrado por la pollaza de su novio que, en contraste, tenía el culazo peludete y separaba bien las piernas empujando la polla hacia el interior. La rebeldía y el anonimato que proporcionaban dar por detrás a un tio, lo cual te hacía convertirte en un animalillo salvaje y follador, desaparecían de un plumazo cuando la cosa cambiaba y estaba frete a frente.
Sentir la mirada de Antonio, cambió las reglas del juego. Sí, podía seguir siendo ese animal, pero uno con cabeza. Tenía a Peña bocarriba abierto de piernas delante de él. Antes de metérsela por el culo, se escupió encima de la polla y le dio un repasito por toda la raja con su miembro y su despampanante cipote. Luego le metió el pene, poquito a poco, descerrajando ese agujerito glotón, disfrutando de cómo entraba uno a uno cada centímetro de su enorme polla.
Una vez dentro, se lo folló y no paró hasta sentir en la mirada de su chico que la corrida estaba cerca. Lo presentía por cómo le miraba. Los ojos fijos en los suyos pero a la vez como perdidos, su frente arrugada y luego en calma. Entonces el cabrón, que se la estaba azotando, empezaba a soltar todo el lecheo, chorrazos a presión, bien caldosos y en abundancia, saliendo de su rabo.
Justo el lubricante que Marco necesitaba para acabar la jugada. Con los dedos le recogió el combustible, lo deslizó por la entrada de su agujero y se lo folló un poco más antes de acabar con todo. Se pajeó encima de su espalda y le soltó un buen manguerazo encima. Habiendo soltado el grueso de la lefada encima de él, todavía corriéndose de gusto, como buenamente pudo, conservó la cordura suficiente como para volver a metérsela por el agujero y meterle una preñada.
Sentir el gustazo de la polla expandiéndose a lo grande con cada inyección de semen, dentro de esas paredes apretadísimas, le inindó de un placer extremo. Al sacar el rabo venoso y mojado, la leche goteó de él. Se fijó en el culazo de su chico, con el poso de su lefa caliente, temblando como un flan, el ojete abriéndose y cerrándose. Marco se la volvió a meter para darle el gusto.
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@ fotos por Oscar Mishima