El chulazo cachas y guaperas Colin Black se casca un buen pajote a solas, saborea su propia lefa y luce musculitos en la ducha | GayHoopla

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La regla de los siete segundos. El tiempo que aseguran que tardas en saber si alguien te gusta. Con Colin Black yo tardé infinitamente menos. De pie en la habitación, con su cara de chulazo guaperas, de empotrador, su barbita, ojazos azules, cuerpo atlético que ya se adivinaba por debajo de esa camiseta blanca de tirantes que le sentaba tan bien.

Por qué tuvo que hacerlo, levantársela para presumir de abdominales y echarse aceite por encima dejando que sus músculos destacaran todavía más al reflejarse en ellos la luz que entraba por las ventanas. Me obligó a acomodarme la polla bien dura debajo de los calzones. Al separar un poco los brazos para bajarse los pantalones, pude ver sus sobacos peludetes y masculinos que me pusieron cachondo. La banda elástica de los gayumbos asomando por encima de los pantalones tampoco ayudó a calmar mis pulsaciones, que iban cada vez más en aumento.

Casi desnudo, ya sólo le quedaban los calzoncillos. Me fijé en su paquete. Presumí por la forma que tenía buenos huevos y pude ver la forma de su rabo dibujada en ellos. Se los bajó sin más, como si estuviéramos entre hombres en los vestuarios dispuestos a cambiarnos. Vi su rabo largo colgando y al instante supe que si ya me gustaba demasiado, ahora lo quería todo con él.

Ahora ya sí estaba en pelotas, en mi habitación, cogiendo su polla, sentándose sobre mi cama, masturbándose, entreabriendo la boca mientras se la pajeaba con muestras de satisfacción. Enseguida la tuvo bien dura, igual que todos los músculos de su cuerpo. Era una gozada ver cómo se le marcaban los bíceps, esos pectorales de macho, el six-pack, mientras su mano se deslizaba una y otra vez a lo largo de su polla sin darle descanso.

Me hubiera encantado ponerme a cuatro patas, meterme entre sus piernas y chuparle el rabo todo el rato mirando hacia arriba encontrándome con su mirada y esa cara tan guapa, pero no quería pedirle más de lo que ya había estado dispuesto a entregarme, así que me conformé con guardar cada momento en mi retina, para después usarlo como recuerdos en mi propia paja. Lo que sí hice fue acercarme varias veces. Necesitaba escuchar sus gemidos de cerca, ver el sudor recorriendo su cuello, sentir el aroma de su masculinidad.

Estaba cada vez más excitado, abriendo la boca, echando la cabeza hacia atrás al sentir una oleada de gusto tras otra. Se fue hacia el sofá. Allí alargó un brazo pasándolo por encima del respaldo y volví a disfrutar de su sobaco. Casi podía esnifarlo y convertirme en el cerdo que era. Hasta ahora no le había visto el culo, un culazo de futbolista musculoso y redondito, perfecto.

Se lo pude admirar bien cuando el cabrón empezó a frotar su pene contra la tela de los cojines del sofá. A falta de almohada, el tio tenía recursos. Me puse detrás de él para disfrutar de sus movimientos, su cuello, su espalda, su culo, sus piernas. Me fije en la abertura entre sus muslos, por donde se apreciaban bien su polla y sus huevos. Podría haber estado eternamente viéndole hacer eso y deseé fuertemente que en el siguiente encuentro yo estuviera ahí debajo de él, mirando cómo se abalanzaba encima de mí y me penetraba.

Regresó a la cama y se tumbó apoyándose contra el respaldo. Así que todo iba a acabar allí. Cada vez se la pajeaba con más fuerza, más rápido, cada vez gemía más fuerte y sus muslos se contraían. Agachó la cabeza contra el pecho para mirarse a la polla y cuando lo hizo se soltó un buen chorrazo de lefa encima justo al lado del ombligo.

Cerró los ojos y siguió corriéndose. Él no lo pudo ver pero yo no podía quitarle ojo de encima. Un fajo de leche salió de su polla como lava, resbalando por el lateral de su rabo, mojando sus dedos, depositándose en sus cojones. Su respiración agitada, que se había incrementado, empezó a relajarse y entonces, aprovechando ese momento dulce que todos los tios experimentamos tras corrernos, en el que te apetece reir, besar, en el que sientes una felicidad inmensa, Colin recogió con los dedos la primera leche que había soltado y se los llevó a la boca para saborearla.

Yo también aproveché que estaba receptivo para decirle que esa leche estaría mejor en mi boca. Sonrió. No era un sí, pero casi. Le seguí hasta la ducha observando los movimientos de su culete andando delante de mí y me dejó ver cómo se duchaba. Menudo cuerpazo tenía, estaba buenísimo. La polla morcillona tras la corrida le colgaba formando una curva hacia abajo y el agua resbalaba sobre ella como si estuviera meando. El agua caliente estaba comenzando a crear vaho, inundando el baño como si estuviera en un sueño. Cerré la puerta para que no escapara, para que no acabara nunca.

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