No hay mejor vouyerismo que agacharse y mirar a través de un agujero para ver cómo un tio guapo se come unas buenas mingas en un gloryhole. Cómo cierra sus ojitos, las relame, las empapa con su saliva y las deja bien preparadas para meterse esos pepitos por la boca. La leche salpicándole a toda hostia, ensuciando su cara bonita, su cuello, su ropa, mientras otras pollas nuevas van apareciendo por los agujeros para darle más placer.
Ese cajón tiene varios agujeros y por uno de ellos ha metido la polla Viktor Rom. Algo le dice que su rabo no va a salir vivo de esas cuatro paredes, que cuando vuelva a guardársela en los calzones, será mojándolos con la leche que lleve encima, porque lo de Luciano es muy fuerte. El chaval es guapo a rabiar y ya sólo con mirarle a la cara la emplamada está garantizada, cuanto más sentir el roce de su lengua y sus labios en tu polla.
De todos los rabos que se han colado, Viktor es el que más aguanta y por ende, el que se lleva el premio, porque Luciano ese día ha ido con ganas de zampar algo más que por la boca. El premio es su culito de melocotón en el agujero. Viktor se agacha para verlo de cerca. Le chiflan esos culazos con dos buenas cachas. Se queda prendado al instante, se levanta, endereza su polla y se la mete dentro sin condón.
Al otro lado el chaval no para de gemir. Casi es él el que toma las riendas, culeando, tragando polla. Esa barrera de pocos centímetros de madera que les separan es un incordio. Viktor necesita metérsela entera y disfrutarle. Cruza la barrera y se conocen. Luciano es guapísimo. Esos ojitos, esos labios, esa camisa abierta sobre su cuerpo, impregnada de la leche de otros hombres, desprendiendo aroma a sexo. Viktor se pone tierno y le revienta, le da por culo, le infla a pollazos lo que no está escrito y termina abonando ese cuerpo y su camisa con su lefa, uniéndola a la del resto de hombres que se dieron por vencidos.