En el curro de la contrucción, que ahora ya no era tan abundante como hace algunos años, Grant Ryan había comprendido que la única forma de apaciguar las aguas de un jefe de obra déspota y agresivo, era ponerse de rodillas, y no para pedir perdón precisamente, sino para darles lo que más les gustaba, una buena mamada que les dejara relajaditos. Eso fue lo que hizo con Ricky Larkin.
Su jefe llegó hecho una fiera porque una puta loseta de la pared no estaba recta, como si a él le importara, si esa casa lujosa seguramente sería para algún ricachón que no lo merecía. A él se lo iba a recriminar cogiéndole de la pechera de la camiseta de tirantes, a Grant, considerado el Robin Hood de los ladrillos. Ante ese gesto agresivo, hincó las rodillas en el suelo lleno de serrín, le bajó la cremallera de los vaqueros, le bajó pantalones y calzoncillos todo a la vez y un descomunal pollón salió a paseo, colgando y dando bandazos.
No esperaba menos de un tio corpulento como ese. A excepción de contadas ocasiones, todos los hombres que había conocido del gremio, estaban muy bien dotados. Esta, además de larguísima, era tan puto gorda que apenas le cabía en la boca. Pedazo de rabo. Intentó colársela por la garganta y se quedó a mitad de camino. La rabia de Ricky se convirtió en otra cosa. Ya no cogía de la pechera a Grant, sino de los pelos de la cabeza, para conducirlo y alejarlo de su miembro.
Cómo le gustaba ver esa mano varonil en la base de su rabo, sosteniéndolo, pajeándolo suavemente mientras se la chupaba a fondo. Esos ojazos en la cara de un tio bien guapo y atractivo que lo miraban desde abajo, implorantes, con la boca repleta de polla, tragando. Había algo diferente cuando se la mamaba un tio, algo que ninguna chica podía ofrecerle, algo más salvaje e íntimo.
Se sentó en la parte baja del andamio y Grant lo siguió plantando los pies a ambos lados de su cadera y haciendo una sentadilla. Ricky iba a inclinarse para echar mano de un condón que llevaba siempre de reserva en el bolsillo «por si acaso«. Pero no le dio tiempo. Grant ya se estaba sentando sobre sus piernas, clavándosela a pelo, gimiendo como un cabrón, haciendo un gesto de dolor y de gusto a la vez cuando esa pollaza gorda atravesó su ano y se lo dejó bien relleno.
Ale, pues nada, a gozarlo sin protección. El culete sentado sobre sus muslos peludos, con todo el rabaco dentro y a follar. Saltitos cortos para acostumbrarse y luego más altos, sacándoe y metiéndose gran parte de la polla. La estructura del andamio comenzó a tambalearse ante tanto ajetreo. Por miedo a que se desestabilizase y acabaran los dos en el suelo, Ricky cogió a Grant en volandas por los muslos y se lo folló de pie impulsando su cuerpo hacia arriba y dejándolo caer.
Grant seguía colgado de una barra del andamio, con todos los músculos de su cuerpo en tensión, dejándose penetrar por ese pedazo de hombre. Se tumbó bocarriba en la plancha baja de metal de la armadura de hierros y se abrió de piernas. Por primera vez pudo ver cómo ese trabuco lo penetraba, ajustadísimo a su orificio, arrastrándose todo lo grueso que era a través de su ano.
Qué rica follada. Si cerraba los ojos podía escuchar el sonido de la estructura moviéndose, la voz profunda de ese macho excitado perforando su culo con esa pedazo de tranca imposible. Abrió los ojos. El torso desnudo y peludo de Ricky le flipaba, esa cara de rabia que tenía, mirando hacia abajo, hacia el punto de contacto, encaprichado con metérsela y con una sola misión, mete y saca, mete y saca, mientras sus cojones se iban llenando de leche.
Sacó la polla del culo en el momento justo para correrse. Lo hizo saboreando el momento. Inclinándose bien para observar cómo la lefa salía de su polla, cómo le dejaba leche en el culo a ese cabrón, rozándole las nalgas con el cipote que no paraba de rezumar una sustancia blanca y pegajosa. Una gotita blanca de esperma asomó por la raja del capullo y se la metió por el culo, arrastrándola con todo el semen.
Al sacar el rabo, afloró otro chorrete blanco de gusto. Grant se la cascó y se corrió en el antebrazo. Su jefe se inclinó y le pegó un morreo en toda la boca. Ahora quizá vería a Grant con ojos distintos y podría acudir a él siempre que necesitara un agujero libre, un plus que seguramente no le dieran el resto de trabajadores de la cuadrilla a su cargo.