El tarzán de Marco se folla sin condón el apretado culazo de Ragel y le mete un baño de lefa en toda la boca | Latin Leche

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Quien peca una vez, peca dos y tres y así siempre, no para de pecar en toda su vida. El matrimonio entre Lucca y Ragel se movía en aguas peligrosas, no como las aguas tranquilas del cenote de la aldea que les acababa de mostrar el chulazo Marco, donde se estaba llevando a cabo un ritual maya de tiempos ancestrales para bendecir a los nuevos matrimonios.

El problema es que ningún ritual era capaz de frenar ya el picor que Ragel sentía en su grandísima polla. Después de haber probado el enorme y apetitoso culazo del regente del hotel, presentía que se estaba convirtiendo en un buen putón a tiempo completo. Le parecía mentira que hubiera tenido que llegar al punto de casarse para empezar a darse cuenta de que sexualmente era un fornicador sin control.

Cuando el guía les dejó en la aldea, Ragel buscó una excusa para volver a ausentarse, esgrimiendo que tenía que preguntar una cosa a Marco acerca de esos rituales. No podía haberle pillado en mejor momento, porque ese chulazo con cuerpo de tarzán, con esos pectorales prominentes, estaba a punto de tomar una ducha. Eso quería decir que podría ver su cuerpo desnudo, la forma de su culazo, lo bien que le colgaba el rabo entre las piernas, uno que esperaba fuera tan largo como imaginaba.

Mucho mejor que mirar sería poder tocar, así que cuando se dio la vuelta le echó los tejos, le echó mano a esos pectorales amasándolos bien entre sus manos y le propuso ducharse juntitos y hacer guarradas de esas que sólo pueden hacer los chicos. Se lo llevó a las duchas naturales junto a los juncos, le sacó el rabo por encima de los pantalones y se agachó para amamantárselo.

La tenía gordita, muy morena, venosa, con el cipote bien encapuchado. Perfecta para hacerla crecer entre sus labios y ver hasta dónde podía llegar. Ragel se sacó la suya, jodidamente grande y empezó a masturbarse mientras se la chupaba. Marco parecía timidito, con miedo a que el novio de ese chaval apareciera en cualquier momento. Al no escuchar ruidos cercanos que advirtieran de su presencia, se relajó, agarró la cabeza del chico a dos manos y la propulsó para que se tragara toda su polla entera.

Ya estaban los dos empalmados, de pie, besándose a la vez que se agarraban la polla contraria, conociéndose. Se encontraban a gusto así a pajas, intimando, decidiendo cuál sería el siguiente paso. Y lo siguiente que sucedió es que Marco se agachó para comerse el pijote de Ragel. Menudo pollón tenía el zagal, no le cabía dentro de la boca de lo grande que era.

Hicieron turnos para comerse los rabos y la cadena de mamadas acabó cuando Ragel decidió darse la vuelta, apoyarse en un tronco y ofrecer a ese tarzán su culo para que se lo follara. Era todo tan salvaje que se puso bien cachondo. Al notar el contacto de las manos grandes de Marco en su trasero blanquito y redondo, a Ragel se le puso la piel de gallina.

Marco debía tener una buenas vistas por ahí detrás, no sólo por ese culito apretado, sino por lo que se mecía entre las piernas y es que el pene de Ragel impresionantemente largo y gordo, cayó con fuerza hacia abajo campaneando atrás y adelante entre sus muslos nada más soltarlo, por lo que Marco no pudo resistirse a pasarla entre sus piernas hacia atrás y hacerle una comida de trasero y rabo a la vez.

Con mucho cuidado, Marco depositó su pene en el acogedor agujero del chaval. Se la fue metiendo sin condón poco a poco. Estaba super apretado ahí dentro y le encantaba. Los dos se quedaron unos segundos con las bocas abiertas, exhalando unos gemidos que no terminaban de salir dle todo por todas las sensaciones que les producía esa inesperada conexión.

Lo dieron todo cuando Marco le agarró por las caderas y empezó a amarlo dándole por detrás. Ragel no podía creer que hubiera sucedido otra vez, que fuera tan promiscuo, que por segunda vez en el mismo día en esa isla de las tentaciones en Cancún, le hubiera puesto de nuevo los cuernos a su novio. Por una parte se sentía culpable, pero por otra no podía decidir sobre su corazón y su mente. Teniendo a ese chulo detrás metiéndole la tranca, se sentía el hombre más feliz del mundo.

Y ¿acaso no era la felicidad lo que tenía que perseguir? Se fijó en las condiciones en las que vivía Marco su día a día. Al otro lado de la ducha, había un lavabo de piedra. Era como estar en otra época, en una en la que ni siquiera se había inventado la rueda. Rageol se trasladó a ella, se mimetizó, elevó una piernecita en ese lavabo y dejó que Marco le atacara de nuevo por detrás con todo su amor.

Follaba de lujo. La tenía bien dura y la metía hasta el fondo dándole placer, a un ritmo acojonante. Pudo sentir la fuerza de sus brazos, de su torso arrastrando los troncos para hacerse una fogata y la comida. Pensó en lo necesitado que estaría de meterla en una agujero que no fuera el hueco de su mano, estando allí tan solo, así que casi se alegró de haberse cruzado en su camino, porque quizá Ragel pudiera sanar su herida creyendo que lo que estaba haciendo era, al fin y al cabo, una buena acción con un hombre necesitado.

Su novio a lo mejor no opinaría lo mismo. Joder, estaban gozándolo como perros. Marco no salió de su culo ni una sola vez. Hasta se dio la vuelta para sentarse en la butaca, que era un tocón de madera en el suelo, y Ragel se sentó en sus piernas deglutiendo toda su polla erecta por su apretado culo. Ragel aprovechó ese momento para abrirse de piernas y cascársela.

Un manantial de leche ensució el suelo de la casa de Marco, un suelo de arena y piedra. Se dio la vuelta y se agachó, buscando la leche de su tarzán. Marco retiró la mano de Ragel de su tranca, posó su culo de macho en el lavabo, agarró la frente de Ragel con una mano para levantarle la carita y con la otra se pajeó fuerte y duro, con el pito apuntando hacia la cara del chaval.

Los lefotes le cayeron en la boquita, sostenidos sobre su lengua. Un colgajo de baba blanca le resbaló por la barbilla. Ragel se quedó observando esa polla gorda, todavía escupiendo amor, con unos buenos colgajos de semen espeso y caliente que ahora podía saborear dentro de su boca. Sabían entre saladito y amargo, como la leche de cualquier hombre, pero este esperma tenía también sabor a libertad. Se lo tragó todo. Había tios que se merecían que otro se tragara toda su lefa. Ahora sí volvieron a la ducha. Ragel tenía que eliminar de su cuerpo el rastro de otro hombre antes de volver al cenote junto al chico con el que estaba a punto de pasar toda su vida. Antes se quedó mirando el cuerpazo de ese tarzán con el agua resbalando por sus músculos, su culo y su polla recién corrida. Tenía la suerte de haberlo disfrutado de pleno.

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