Yury Santana se pone cachondo en la habitación del hotel disfrutando a solas de su musculoso cuerpo y su viril pollaza | MASQULIN
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De haberle preguntado a Yury Santana qué parte de su anatomía le gustaba más, era de esos chicos que nunca sabría bien qué responder, porque era de los que podía disfrutar a solas de su cuerpo y con su cuerpo mejor que ningún otro. Estaba muy bueno y lo sabía, sólo tenía que mirarse al espejo. Eso es lo que hizo en el baño del avión justo antes del aterrizaje. Si le hubiera pillado en pleno vuelo, se hubiera granjeado allí mismo un pajote de altura.
Siempre le pasaba lo mismo después de un largo viaje. Llegaba a la habitación del hotel bien cachondo. Todo jugaba a su favor. El simple hecho de que fuera una habitación de hotel donde quizá otros chicos se habían estado divirtiendo, retozar entre unas sábanas por las que se habrían rozado culos y pollas a tutiplén y luego el olor de su cuerpo, ese olor característico a montones de horas de viaje que no le apetecía bajo ningún concepto quitarse con agua de ducha hasta después de haber acabado su tarea más importante.
Levantó un brazo y esnifó el aroma de sus sobacos. Le volvía loco. Se quitó la camiseta. Estaba cachas. Nada le satisfacía más que pasear sus manos por encima de sus duros y prominentes pectorales, bien macizos, musculosos, sentir el roce de sus tetillas duras sontra la palma de sus manos para después bajar hacia las cruvas de sus abdominales. Lo que le gustaba rozar su torso como si fuera un hombre justo delante de él que se animaba a probar del mismo sexo, no estaba descrito.
Pero más loco le volvió el olor que subió de su entrepierna hasta sus napias cuando se bajó a la vez las bermudas y los calzones. Era el olor de una polla encerrada durante horas, viajando de un continente a otro. Se le había puesto bien grande y gorda. Olía a rabo que te cagas. Ese aroma le fulminó por completo. Se fijó en la huevera de sus calzones, mojadita, con lamparones de precum.
Se puso cachondísimo. Se desnudó por completo y comenzó a jugar con su cuerpo de rodillas en la cama, levantando de nuevo el brazo, respirando el aroma a macho, sobando de nuevo su musculoso cuerpo, sintiendo el roce de los pelillos de su pecho sobre los dedos de la mano, las protuberancias de su six-pack. Jugó con su polla, reverenciándola, admirándola, palmeándola para que rebotara sobre las sábanas y saliera disparada después hacia arriba en un movimiento lento y grácil.
Se miró al espejo por detrás. Su tremendo culazo llevaba la marca del bañador tipo slip, la que le había dejado días de sol en la playa. Estaba blanquito y redondo, precioso. Le gustó tanto que casi cayó en la tentación de ponerse a cuatro patas, coger el teléfono de la mesilla y llamar a ese botones tan guapo que le había ayudado a subir las maletas para que le ayudara en otra tarea mejor. Pero era esperar demasiado. Se tumbó en la cama, se agarró la pedazo polla con la mano al estilo tradicional y se cascó un buen pajote cargado de leche.