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John Bronco se casca un buen pajote a solas en la habitación y relame su propio esperma | Sean Cody

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Habrá tios que no quieran reconocer que otro hombre está bien bueno delante de otros. En el gym pasa menos cada vez, pero pasa. John Bronco no necesita a nadie que se lo diga. Lo ve cada día frente al espejo, antes y después de ducharse, lo ve en las miradas de esos tios que no hablan y lo más importante: lo ve él mismo. Le encanta su cuerpo y antes de que otros lo disfruten, él es el primero que lo hace.

Le gusta tener un rato para conocerse a sí mismo, salir del baño, llegar a la habitación, apoyarse en la pared y explorar su cuerpo magreándolo con las manos, todavía por encima de la ropa, notando todos esos músculos bien cultivados, bajando por un six-pack tan delicioso que le hace morderse el labio de gusto y parándose un buen rato en su paquetón, sintiendo la forma y el calor que desprende su polla morcillona y sus cojones encerrados en esos calzones grises de algodón que se lo marcan todo muy bien marcado.

Al quitarse la camiseta se siente más libre. Otro repaso a sus pectorales macizos, a su impresionante torso, luego haciendo pose de culturista, doblando el codo para mostrar unos biceps de campeonato. Acaba con un par de dedos en la boca, saboreándolos entre sus bonitos labios. Los empapa en saliva y conduce sus yemas hacia los pezones. Le da tanto gustito que acaba exhalando un gemido de placer, echando la cabeza hacia atrás.

Por el camino a esa exploración, la polla se le ha puesto durísima. Ya no le marca en los calzones esa curva de la felicidad de un rabo curvado internándose entre las piernas, sino que ahora tira hacia arriba montándole el pollo, montándole la tienda de campaña. Se baja la goma para liberarla y deja escapar un grandioso pollón largo, grueso y venoso que quita el hipo. Encima de atractivo, guapo y cuerpazo, bien dotado.

Con un toquecito, la deja rebotando toda alegre, se la coge con la mano diestra y se masturba. Al erguir su rabo, deja expuestas sus pelotas, que se menean al compás de la paja, con un par de huevazos y el pellejito del escroto entre medias colgando. Se la pela duro, poniendo cara de rabia, como si el hueco que forma su mano fuera un culo estrecho que se lo pone difícil.

Le encanta su polla. Y a quién no. Coloca la mano zurda debajo del rabo, se la coge entre le índice y el pulgar con la diestra y la menea hacia arriba y hacia abajo, palmeándose la otra mano. El plas plas del pollón golpeando la palma le vuelve loco. Apenas hay un paso de la pared hacia la cama. Se dirige a ella a cámara lenta, soltando su pene, dejándolo colgando, todo largo y majestuoso.

Se tumba bocarriba, con las piernas bastante abiertas, ligeramente dobladas y los talones apoyados en el colchón. Su postura favorita. Debajo, dejando que el otro tio le cabalgue la polla y se la pajee bien con el culo. Lo simula agarrándose el miembro y apretando el mástil con fuerza. Frente a sus compis del gym nunca lo confesará, pero cuando está a solas, al final la manita acaba donde acaba, por debajo de la bolsa de sus pelotas, acariciando la zona cercana a la entrada de su ojete.

Se incorpora un poquito elevando la cabeza y ve su pedazo miembro, ahí todo largo y potente, durísimo, sobre el fondo blanco de las sábanas. Lo deja caer sobre su abdómen y luego lo levanta y lo zarandea sin control, formando un círculo entre su dedo pulgar y el índice, degustando una pajilla suave que le pone cachondo. El contraste entre el tacto de ese círculo suave y la mano llena de rabo, le lleva al límite.

Ya no se corta. Con una mano se la agarra masturbándose fuerte y la otra la pone por debajo de sus pelotas, sintiendo cómo bajan y suben, cómo rebotan en la palma de su mano. Le gusta notar bien sus huevos. Se la agarra con tres deditos por la base y se la zarandea arriba y abajo haciéndola impactar contra sus abdominales.

Sentado sobre sus propios talones, escupiendo encima de su verga para pajearse mejor, está a punto de acabar lo que empezó. Se encabrona, sus músculos se ponen firmes, los gestos de su atractiva cara son los que a cualquier tio le gustaría tener encima, a un palmo de distancia mientras le follan, los gestos de un tio cabreado, empotrador, a punto de preñarte.

Aprieta los dientes, suelta un desgarrador gemido y coloca la palma de la mano debajo del rabo a la vez que se corre encima de ella para no desperdiciar ni una gota sobre las sábanas. Con la que se la está pejando, los mecos también fluyen a través de sus dedos. Disfruta observando tanta leche acumulada y entonces hace una guarrada que no tenía prevista, llevándose la palma de la mano a la boca y lamiendo su propia lefa, sosteniéndola sobre la lengua para después dejarla caer en un largo chorrazo sobre su imponente y musculoso cuerpazo.

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