Unos lo hacían en la habitación fingiendo que estaban estudiando. Cain Gomez y Robert preferían salir a dar un paseo por el bosque y perderse en su inmensidad como lobos salvajes. A Robert le encantaba cuando Cain se ponía esos vaqueros cortos y no se ponía calzones, porque se le quedaban por debajo de la cintura enseñando la hucha y eso se la ponía bien dura. Le encantaba que estuviera siempre tan preparado para que le metieran una follada.
De poco le servían, nada más para ponerse cachondo y dejar que andara delante de él admirando ese culito respingón que se adivinaba por debajo, porque en cuanto llegaban a la charca rodeada de piedra, se quedaban en pelotas dejando la ropa tirada por la arena y se metían en el agua. Daba gusto verles bajando por el empedrado, con sus rabos largos meciéndose como badajos de un lado a otro, sus piernas y culitos, más blancos que el resto del cuerpo porque les había dado menos el sol, sumergiéndose bajo el agua.
Allí, lejos de cualquier mirada, podían ser ellos, abrazarse, acercar sus cuerpos, sentirlos desnudos y calientes, comerse la boca, protegidos por esas rocas que les daban protección, como si estuvieran en una cueva, su cueva. Mojaditos y excitados, salían de nuevo hacia el empedrado y se quedaban en las escaleras. La polla morcillona de Robert ya lo decía todo. Cain siempre acababa de rodillas metiéndose toda esa porra en la boca, gozando en sus labios del contacto de esa polla caliente y durita que empezaba a marcar vena.
Le encantaba mamársela, metérsela hasta el fondo, mirar hacia arriba y preguntar a Robert si le gustaba, sabiendo que no cabía otra respuesta que no fuera un sí. Hacer sitio en la garganta para su cipote, aplastar los morros en sus huevazos y comérselo todo. Cuando se la dejaba bien dura, se daba la vuelta y Robert se lo follaba en ese estrecho pasillo natural.
Sin condón, se la metía dentro del culito y entonces a Cain le salia esa expresión de perraco en su rostro reflejando lo mucho que le gustaba tenerle dentro. Le encantaba el torso de Robert, atlético, así que a menudo echaba una ojeada hacia atrás para admirarlo bien y convencerse de que se estaba entregando al chico adecuado.
Solía ponerle entre la espada y la pared. El pasillo de roca era tan estrecho que a menudo le gustaba empujar el culete hacia atrás y hacer que no tuviera espacio para sacar la polla entera en caso de necesidad. O aguantaba las embestidas o, en caso de que estuviera muy excitado y no pudiera aguantar las ganas, terminaría dejándole una bonita preñada. La simple idea de que eso pudiera llegar a ocurrir, excitaba a Cain.
Por mucho que a Robert le gustara ese precioso culito blanco, redondo y suave y ver su polla metiéndose dentro de él, tenía buen aguante y no sólo se resistía a sus impulsos, sino que le entraban ganas de follárselo más fuerte, abrazándole por detrás y enculándole a toda hostia. Luego le ponía mirando escaleras arriba, él unos escalones por debajo y le reventaba el culito.
Aquella zona era como su patio de juegos, su casa particular. Tenían hasta una hamaca. Robert se sentaba, se pajeaba la polla mientras Cain se acercaba a él y le metía otra mamadita antes de sentarse encima de sus piernas y cabalgarle. Era un momento íntimo entre los dos. Cain ensartado en su verga, inclinándose hacia adelante, los dos frente con frente, gozándola.
Con un simple movimiento, Robert sólo tenía que incorporarse para dejar a Cain tumbado bocarriba en la hamaca con las piernas abiertas y follárselo. Cuando Robert se ponía de pie en la arena y le invitaba a arrodillarse, Cain ya intuía que la aventura de ese día estaba llegando a su fin. El firme pajeo de la polla cerca de su cara, la respiración agitada, la carne de gallina, los pezones duritos y luego un brusco descenso en la intensidad del pajeo seguido de unos gemidos de placer. Llegó la leche en gran cantidad, brotando de la punta de su polla, mojándole los morros.
Cain se tumbaba, se abría de piernas e invitaba a Robert a pasar dentro con esa polla ahora húmeda. Después de eso, se iban a otro de sus rincones favoritos, la ducha de agua natural, entre paredes de roca y juncos. Era el lugar preferido de Cain para correrse, porque le excitaba hacerse una buena paja duchándose con otro tio desnudo al lado.