Cuando fui a un club nocturno pagando para una sesión privada, me encontré con aquello que estaba buscando y mucho más. Mi corazón se puso a mil cuando la música comenzó a sonar en el local y las luces de neón al fondo de la pared anunciaron que Dalton Hyde estaba a punto de salir. Lo que esperaba que iba a suceder, un tio cachas bailando y calentándome, jamás pasó, fue incluso mucho mejor.
Las luces se apagaron y un tiarrón apareció por la parte de la barra del bar a mi lado, prreguntándome si era yo el que había pedido esa sesión privada. Me cogió de la mano llevándome hacia un pasillo y me preguntó si un cubículo que había allí al fondo, parecido al de un retrete de unos baños públicos, pero con un asiento cómodo, sería un lugar adecuado para mí.
Me fijé en su cara de empotrador, en la cadenita que llevaba colgando al cuello y que se le quedaba entre unos fornidos pectorales. Me enamoré perdidamente y le dije que sí. El tio empezó a bailar delante de mí, a contonear su musculoso cuerpo. De vez en cuando agarraba mis manos y las posaba encima de sus abdominales, de sus pectorales. Estaba durito y me molaba demasiado. Comenzó a menear las caderas y entonces pude fijarme en los bandazos que daba su polla contra el frontal de la tela, un pollón que se antojaba gordo, largo y muy grande.
La polla dejó de dar bandazos, porque ya la tenía bien dura. Al cabo de un rato, se metió la mano por la bragueta y me la enseñó. Menudo pedazo de pollón se gastaba el colega. Era lo que esperaba ver de un tiarrón así de corpulento. Una barra gigantesca de carne, cilíndrica, gruesa, dura como una estaca, sin capucha, haciendo valer su cabezón, venosa. Al ver mi cara de sorpresa, una cara a la que seguramente estaría ya acostumbrado a ver en otros hombres, Dalton no paró de reir, se puso los brazos por detrás de la cabeza y girando las caderas hizo que su polla diera banzados de un lado a otro, alardeando de rabo.
Volvió a coger mi mano y me dijo que se la tocara. Nunca había agarrado una así de caliente, grande y dura. Era un puto vicio. Se dio la vuelta y dejó que le palmeara y le acariciara su trasero de futbolista. Lo de tocarle la polla no había sido cosa de un momento fan abajo en el escenario. Se giró, me cogió la mano de nuevo colocándola en su cilindro y me dijo que se la pajeara. Lo hice con mucho gusto. Casi estaba a punto de correrse, empezó a gemir en alto. Su voz masculina y profunda me invitaba a pelársela más duro.
Cogió mi mano retirtándola de su polla y se la machacó delante de mí. Se corrió en una bandeja que había a mi lado para dejar la bebida. Flipé con la ingente cantidad de leche que soltó por la polla, como crema a chorrazos decorando toda la bandeja de metal. Al acabar de correrse, dejó la polla colgando ahí encima, me guiñó un ojo ladeando la cabeza hacia el lugar donde había entregado toda su leche y me invitó a relamer su calcio.