Qué culpa tenía él de que se le pusiera tan dura al ver unas tetazas reales. Estaba tan acostumbrado a pajillearse delante del ordenador que se había olvidado de experimentar el contacto real de unos pechos entre sus manos, de una lengua lamiendo su pene, de la suave y acogedora textura de una vagina al penetrarla. Jordi El Niño Polla se había apuntado al curso de aprendiz de masajista y estaba a punto de tener a su primera cliente.
El jefe le abrió la puerta y ella no estaba muy por la labor de dejar su cuerpo en manos de un chavalito, pero iba a hacerle ese favor. La puerta del intercambiador estaba entreabierta y Jordi, como buen mirón, se acercó a espiar. La pilló justo cuando se estaba quitando el sujetador, de perfil. ¿Sabes de esto que se te empitona la polla en un segundo y se te pone tan dura hasta el punto que notas que se te va a salir la leche? Pues así estaba Jordi, en ese estado en que si se tocaba el rabo se corría en el piso.
Menuda mujerona. Alta, esbelta y con un par de tetazas tan grandes como dos sandías jugosas. Ya solo las aureolas de sus pezones eran del tamaño de las tetas de una tia normal. Jordi veía le cielo. Se sacó la polla y empezó a masturbarse con esas vistas. La mujer le estaba viendo de reojo y, aunque no accedía a dejarse tocar por niñatos, al ver el tamaño del rabo del chaval, entró por el aro.
Ante todo Jordi era un profesional. Se concentró pensando en sus desdichas, se le bajó la trempera y estuvo listo para dar su primer masaje. Eso sí, la tia no se lo puso nada fácil, incluso pensó que le estaba vacilando. Como cuando se quitó la toalla y se puso boca arriba, mostrando todo su santo coño y esos melones. De la sorpresa, a Jordi se le escapó un chorro de cremita que fue a parar directo al pubis.
«¿Te ha ocntado tu jefe cómo me gustan a mí los masajes?«, le preguntó. Jordi no tenía la cabeza para pensar en respuestas tan complicadas, porque toda la sangre estaba concentrándose en su minga. Por instinto las manos fueron a sus tetas. No las podía abarcar de lo grandes que eran. «Ahora dame un masaje en el coño«, tela marinera, así sin más que se lo dijo, ¿sabes?
Jordi se puso delante de ella y se agachó. Con las manos le acarició las ingles. Los pelillos rubios de su pubis terminaban con la cúspide de una perfecta pirámide del revés tocando el inicio de su chochete. Empezó tímido, acariciándola los labios. Ella se reía y se acariciaba los pechos, cada vez más abierta de piernas. Jordi le echó un par de cojones y la metió la lengua dentro del coño. La muy zorra gemía y él ya tenía el palo comprimido en los calzones.
Se bajó los pantalones, se sentó encima de ella y dejó su gigantesca y larga chorra entre sus enormes tetas. La tia escupió encima de su polla y la apretujó entre sus melones haciéndole una cubana. Las tetas estaban duritas. Jordi contenía a duras penas la leche dentro de sus cojones. Veía desaparecer parte de su polla entre esa cavidad profunda. Si no fuera porque de vez en cuando veía asomar la punta de su cipote, hubiera pensado que le habían dejado sin polla. Y mira que la tenía grande.
Ella seguía sonriendo, él también. Puta felicidad. Sus cojones bailarines rozando ese cuerpo. Su pija y sus pechos haciéndose amigos, intimando. Lo que le apetecía en ese momento era disparar, bien fuerte, acallar su sonrisa con unos chorrazos de lefa, mojar su cuello, embadurnar de semen ese valle entre los senos. Se puso de pie delante de su cara, la hizo darse la vuelta y se la mamó.
Igual que le había pasado a él con sus grandes tetas, hasta para esa tia grandota aquella era una polla mastodóntica. Intentó comérsela hasta las pelotas y se atragantó. A Jordi con eso ya le valía. Tú las tienes grandes, yo la tengo más grande, nena. Otro chaval en su misma situación se hubiera amedrentado al verla en posición para ser penetrada, siendo ella tan esbelta, pero Jordi no, Jordi tenía mucha confianza en sí mismo.
Le coló la polla a pelo por el coño. La muy perra se la tragó como si nada. Esta tenía que estar acostumbrada a esas vergas voluminosas y anchas como brazos. O quizá no tanto, porque con la de Jordi tenía pinta de que se lo estaba pasando genial. Entonces ella le soltó una confesión que le dejó loco. «La tienes tan grande y dura como la polla de mi hijo«, le dijo. Hasta ahora no lo había pensado, pero sí, por la edad eran como madre e hijo follando. Qué puta perversión que le trastocó tanto como le puso cachondo.
Cuando Jordi empezó a follar con tias, uno de sus principales miedos era el no dar la talla. Sí, la tenía grande, enorme comprarada con la de cualquier otro tio al que hubiera visto, pero cuando una chica se sentase sobre su rabo, ¿la tendría lo suficientemente larga para que ellas saltasen alegremente sobre ella sin que se saliera todo el rato? Sus miedos regresaron cuando esa tia se sentó de espaldas a él sobre su verga.
Joder, si es que vio desaparecer su polla, con ese culazo sentándose sobre sus caderas. En esa postura, esa tiarrona necesitaba de pijas de una longitud considerable para rellenarla. De haber podido mirar desde el otro ángulo, Jordi habría visto que dos tercios de su polla estaban fuera y que sólo el primer trozo estaba penetrándola. Increible.
Además de aprendiz de masajista, Jordi era un as de la flexibilidad. SE tumbó sobre la camilla, apoyó su cuerpo sobre la parte alta de su espalda y elevó el culete. Ella se subió encima, le pasó la polla entre las piernas y se sentó encima clavándosela enterita.
«Quiéreme mucho, chico«, Jordi no entendía lo que quería decir con esas palabras. Ella se tumbó en la cama, se abrió de piernas y él, como un tigre, saltó sobre ella penetrándola el coño. Se quedó follándola, pegando caderazos para sumergir su polla en ese amplio y prifundo coño, con su cuerpo totalmente en volandas sobre el de esa tia, sus sobacos apoyados sobre las tetas. Ella le impulsaba con los muslos y él caía empalándola.
Otra vez esa sonrisa de malota. Le estaba haciendo la última mamada. Le chupaba las bolas. A Jordi le entró el gustillo y apenas sí tuvo tiempo de avisarla para que abriera la boca. Le metió un trallazo de lefa que cayó entre sus labios, el pelo y su hombro. El resto a la boquita. Le miraba haciendo pucheros con su esperma, sacándolo de la boca y absorviéndolo hacia adentro de nuevo como si fuesen espaguetis.
El jefe volvía. Ella se tumbó rápiso boca abajo en la camilla y Jordi le do unos masajes en los hombros. «¿Qué tal el chaval? ¿Se ha portado?» preguntó él. Y entonces ella, con los chorrazos de lefa colgándole por la boca y relamiéndose, le contestó.