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Aaron Mark busca en el descomunal rabo de Viktor Rom la forma de aliviar su enorme apetito sexual

The Nun

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Las campanadas de la medianoche anunciaban la llegada del horror, como puñales que se clavaban en su cabeza a cada segundo. La monja Aaron Mark supo que otra vez estaba llegando ese ser que se metía en su mente y que le pedía a gritos cometer aquellas cosas que cometía antes de meterse en el convento, cuando era la mayor zorra del pueblo y se comía todas las pollas, cuando dejaba que los tios se corrieran dentro de ella, sobre su cuerpo o inundaran su boca con un buen flujo de calcio.

La madre superiora Viktor Rom le ayudó a calmar esa sed insaciable y corrió, corrió de nuevo en busca de ella para que le salvara de todos esos lujuriosos pensamientos que le incitaban a pensar en hombres rodeándola y dándole rabo, en agarrar dildos gigantes negros tan gruesos como tres brazos y metérselos por el culo como puños hasta que le desfiguraban todo el coño.

Corrió, corrió hacia ella, hacia la madre salvadora y entonces vio su cara, sus ojos. Ella ya no era ella, era el mismísimo diablo encarnado en su cuerpo, obligándola a hacer cosas impuras. Madre ya no tenía coño. Su lugar lo había ocupado un rabo largo, gordo, duro, morenito, con unos alucinantes huevazos colgando, grandes y cargados de esa sustancia que Aaron necesitaba como combustible. La necesitaba corriendo por su boca, colgándole por la barbilla, acariciándole la entrepierna mientras caía al suelo.

Se empachó la boca con ese pedazo de rabo descomunal, atragantándose como una puta cerda, como solía hacer antes de llegar allí, con un apetito voraz. De nuevo aquella sensación de un buen rabo empalándose en su garganta, la boca llena y el apetito que comenzaba a saciarse por momentos. Necesitaba aquella misma sensación en su coño.

Se abrió de piernas y dejó que madre se la follara viva. Ahí estaba de nuevo, abierta a un buen rabo, con las piernas separadas y rebotando y madre, ahora un hombre encima, jodiéndole el ano con su pollón, dilatándoselo, barriendo su esfinter, llenándolo de pura maldad. El mismísimo demonio a punto de clavarle un bebé dentro.

Miró a madre por primera vez a los ojos, bajó la mirada y vio su cuerpo convertido en el de un hombre, musculoso, potente, sus caderas trabajando para penetrarla por dentro. Imaginó el caldo de sus huevos, lleno de pequeños bichos, de pequeños cabrones que dentro de poco iban a estar dentro de ella. Mientras tanto, esa polla maciza reventándola el coño.

A medida que se la follaba, madre se convirtió en él, en un macho, en un diablo cometiendo diabluras. Aaron bocabajo y Viktor encima, mirando hacia el lado contrario, clavándosela dentro del culo. Madre, ahora ese hombre, no sabía si mortal o inmortal, ahora alzando su culo, dejándoselo desprotegido, metiéndole el puño, el brazo entero, agarrando el dildo gigante de goma e introduciéndolo en su interior.

Agua bendita, agua bendita, necesitaba agua bendita, el único elemento que podía acabar con su sufrimiento de ser tan redomadamente puta. Madre, ahora ese hombre, se lo dio. Sacó el robusto pene de su coño, se la blandió en la mano y le soltó el agua bendita encima, por todo el cuerpo, disparando semen hasta el pecho, congratulando su alma perdida.

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