Cuando todavía se estaba recuperando de la corrida que había dejado encima del guaperas de Igor, Thyle Knox pasó a la siguiente sala y comenzó a imaginar que, o bien un grupito de amigos habían juntado pelas para contar con sus servicios o que detrás de todo esto había alguien que lo había orquestado todo y a quien encontraría cuando llegara al final.
En la siguiente sala le esperaban otros tres maromos completamente desnudos y con las pijas flácidas colgando. Aunque el tamaño de un rabo se demostraba con el pito duro y no había que fiarse del tamaño de una polla flácida, el de la izquierda que la tenía más corta tenía pinta de empotrador, mientras que el de en medio, un tio calvete y con el torso peludo, gozaba de un buen colgante entre las piernas.
Cada uno portaba una cesta vacía y en mitad de la habitación había un colchón cubierto con una sábana negra con otra cesta llena de bolas. Recibió un mensaje corto en el móvil: «¿Eres bueno con las pelotas? Tienes 26 minutos para meter 8 bolas. Concéntrate«. No sabía si lo de las pelotas iba con segundas, pero el reto parecía muy sencillo. Una, dos, tres… todas iban entrando a la primera. Aquello no tenía mucho sentido, hasta que lo tuvo. Y es que la clave no estaba en meter las pelotas, sino en la concentración, la que tuvo que tener cuando Jack Kross apareció por detrás y comenzó a hacerse con el control total y absoluto de su culo y su rabo.
Aquellos 26 minutos eran para meter las bolas, pero también estaban pensados para todo lo demás, para sentir cómo la raja del culo se le inundaban con los morros de ese gañán, para ver cómo un tiarrón como él le devoraba enterita su larga polla, para caer a cuatro patas sobre el improvisado camastro en mitad de la sala y dejarse follar a pelo por la minga dura, grande y gorda de ese cabrón.
El tio forzudo y musculoso arrastraba su pollón desnudo por el interior de su ano, culeándole con fuerza. Thyle se fijó en el pequeño paraíso de rabos que tenía enfrente, con esos tres maromos todavía con las cestas en la mano. Miró sus entrepiernas, pero ningun de los tres se inmutaron con lo que estaba pasando enfrente, Thyle montando sobre ese vaquero, clavándose su pollaza por delante y por detrás. Permanecían firmes.
Exhausto después de haber pasado por una primera sala follándose a un chulazo y dejándose follar por otro en la segunda, parecía que los retos todavía no habían acabado. Un nuevo mensaje: «te quedan 10 segundos«. Hostia, se había olvidado por completo de que disponía de casi media hora para meter las bolas!