Algunos de mis colegas me preguntan si es posible vivir sin mucho dinero y la respuesta que yo les doy es que sí. Tan sólo hay que aprender a buscar en ciertos lugares y conocer a ciertas personas para tener comida y techo todos los días. A veces, y solo a veces, si das con esa persona adecuada, incluso puedes permitirte unos lujos.
Esa tarde había aterrizado en Buenos Aires. El sol estaba a punto de ponerse y no me quedaba mucho tiempo para buscar un alojamiento decente sin perderme por la ciudad. El tiarrón que estaba a la puerta de la posada que resultó ser un club privado, me pidió mi identificación para asegurarse de que tuviera al menos los dieciocho cumplidos, pero yo, como de costumbre, no la llevaba encima. Me la robaban a menudo cada vez que follaba en los baños públicos y me dejaba los pantalones fuera.
Le insistí para que me dejara pasar, diciéndole cosas absurdas que ni de coña iban a colar, como que se fijara en mi cara para saber que era mayor de edad. No coló. Entonces le dije que tenía experiencia. Me preguntó qué tipo de experiencia. Yo le contesté que experiencia en la vida y… en ese momento le agarré el paquetón por encima de los vaqueros super ajustados que llevaba puestos.
El tio se estremeció cuando le apreté sus partes. Supe inmediatamente cómo me iba a hacer pagar la estancia. Me dijo que allí no y me llevó de la mano a los pisos más altos del club. Se paró en unas escaleras que seguramente eran poco transitadas, se dio la vuelta, se desabrochó la bragueta y se sacó su rabo flácido y sus huevos, zarandeándolos con la mano para incitarle a chupar.
Ese tiarrón tenía los cojones colgando que eran pura maravilla y una polla bien gorda cuya longitud tendría que investigar a base de meterle una mamada. Me la metí entera dentro d ela boca y la apreté entre mis labios estirándola como chicle. El maromo me agarraba de la cabeza con fuerza y me obligaba a tragarla entera, pero yo iba notando cómo cada vez costaba más, porque se le estaba poniendo dura.
Me sentí como una puta, allí mamando la polla de un desconocido que se sentaba en las escaleras gozándola, apoyado contra una pared llena de pintadas sucias. En realidad no es que me sintiera como una, sino que lo era, porque con mi boquita me estaba ganando la cama esa noche. Me la saqué de la boca y admiré el enorme y gordo pollón morenote brillando con mis babas encima.
Ya no hacía falta que me agarrase de la cabeza para tragármela entera, aunque de vez en cuando lo hacía, pero ya me bastaba yo solito para merendarme ese trabuco y sentirlo completo dentro de mí. Tenía que estar haciéndolo muy bien, porque el cabrón me animaba a seguir. Se levantó de las escaleras y, desde la corta distancia, hasta que volvió a ofrecerme rabo, pude admirar su enorme pollón colgando, duro y tieso.
Se la agarró con la mano poniéndosela firme y la introdujo en el interior de mi boca húmeda. Sentí en mis papilas gustativas el inconfundible sabor a semen del precum. Si alguno se pregunta a qué olía esa verga, le diré que a sudor y meados, unos olores que me ponían cachondo y me invitaban a cerdear con el rabo dentro de mi boca. Me encantaba pillar a los tios así, por la calle, sobre todo en los baños cuando acababan de mear, notar en mis napias el aroma dulzón de las hueveras de sus calzones cuando se los dejaban por las pantorrillas para ponerme a mamar.
Ese macho me tenía loco. Le metí una propina comiéndole los huevos. Me encantaban así, colgando entre las piernas, voluminosos, metérmelos dentro de la boca, succionarlos y ver de cerca con mis ojos cómo se mecían al sacármelos. Volví a su polla, que en poco rato había crecido una barbaridad, tanto que ya no podía metérmela hasta el fondo.
Se quitó la chupa roja de cuero. Estaba fuertote el cabrón, con las mangas de la camiseta corta ceñidas a sus biceps. Me llevó hasta un balcón que daba al patio interior. Allí me puso de espaldas, se levantó la camiseta agarrándola entre sus dientes y con mucha rabia me la metió por el culo sin condón. Noté enterito su pedazo de carne penetrándome el culo. Era enorme.
Miré hacia atrás. Tenía los abdominales en tensión, una mano apresándome por la espalda y el otro brazo cruzado apoyado sobre mis nalgas, la cabeza gacha, concentrado en darme bien por el culo. Se permitió la licencia de jugar con mi trasero. Me sacaba la verga del culo, la empinaba hacia el frente y me la volvía a meter como un misil.
Me dio la vuelta rápidamente y me forzó a agacharme, apretándome la cabeza contra su miembro y sus bolas mientras se pajeaba rápidamente. Escuché un gemido y me retiró un poco la cabeza de sus partes, apuntó con la polla hacia mi cara y me metió una ducha de lefazos que me dejaron la cara y la boca bien guapos. Me levanté y, mientras los dos nos subíamos los pantalones, le miré a la cara. Él también me miró, pero apenas un segundo, como si se sintiera culpable o con algo de vergüenza por haberme dejado la carita así, con todo su esperma encima. Estuve hospedado en aquel club varias semanas, siendo la puta de ese macho, haciéndole gozar en sus ratos libres, tragándome su semen por todos los orificios.