Paquete recibido. Con mucho cuidado, Eros Manos se las apañó para que su chica no viera la caja que había llegado misteriosamente justo a la entrada de casa. Por suerte Eros había llegado justo a tiempo antes de que su chica saliera. Si era el dildo que había pedido, no quería que se diera cuenta de que la de hetero no era su inclinación sexual preferente.
Ya a solas en la habitación que usaba para hacer streaming, su guarida personal y a la que ella nunca accedía, abrió la caja y puso una mueca de extrañeza al comprobar su contenido. Dentro de una bolsa nevera pequeña había un casco. Por lo mucho que él sabía de videojuegos, se parecía a uno de realidad virtual. Al ponérselo, se desmaterializó y volvió a materializarse en una selva.
Lo supo por los árboles y la maleza frondosa, pero allí había algo que no encajaba. En su mundo los árboles no eran tan altos y los matorrales tampoco. De repente, un tiarrón enorme y fuerte con un garrote en la mano y apenas vestido con un taparrabos, apareció de la nada y le sorprendió por detrás. La hostia puta, era un unga bunga. No sabía expresarse, sólo con sonidos muy básicos y gestos.
¿Acaso se había trasladado a una de esas reservas aborígenes o quizá es que había viajado al más remoto pasado, a ese en el que el hombre todavía no había empezado a desarrollar el habla? Algo sí tenía claro y es que si se había dado el último caso, la diferencia de miles de años entre uno y otro, no impedían que comprendiera gestos básicos cuando el unga bunga al que dio por llamar Nik Fros le dijo que le siguiera.
En su camino por la selva, fue todo el rato un paso por detrás, apreciando la musculatura de ese cabrón. Sin duda el hecho de tener que buscarse la comida en lugar de encontrarla en un supermercado, habían esculpido el cuerpo del homínido de una forma espectacular. Incluso se le puso durita cuando el unga bunga se dio la vuelta y el taparrabos le quedó unos centímetros por debajo de la cintura, cuando pudo apreciar la marca blanca y un señor culazo que estaba tremendísimo.
¿Lo llevaría a su cuerva a comer calentito? ¿Sopa de venado quizá? ¿Acaso existían esos animales en esa época? Llegado a un pequeño claro en el bosque, el unga bunga paró y empezó a esnifar el olor del cuerpo de Eros. Claro, en esa época no había llegado todavía el perfume, o al menos no del tipo que él llevaba encima. Tenerlo cerca explorando su cuerpo imponía. Dios qué cara tan masculina e imponente, qué ojazos azules. Nik le dio la vuelta y le bajó los pantalones por detrás. El cabrón quería follar culo.
Si no le había confundido con una hembra, a Eros le alegró saber que lo de la atracción sexual entre dos hombres venía de muy lejos. Cazar y follar, buena combinación para pasar las veinticuatro horas del día entretenido. Eros se dio la vuelta. Se fijó por ahí abajo comprobando que al unga bunga se le levantaba el taparrabos por el frontal. Estaba deseando ver cómo la tenía.
Con un gesto del dedo índice, miró a Nik y señaló la tienda de campaña. Al levantar el taparrabos se encontró con una pedazo de polla bien grande y gruesa. Se la cogió con cariño por la parte de abajo y se la empezó a frotar. Luego se agachó delante de él y se la mamó. Por los gemidos fuertes que soltaba Nik, entendía que no estaba acostumbrado a esas cosas, que el hombre de antes, el de miles de años atrás, quería todo rápido y ahora, meterla en el agujero, desfogarse y a otra cosa antes de que la mente volviera a pensar en esa necesidad básica y vuelta a empezar.
Sí, con el mundo que se había creado miles de años más tarde, con las necesidades cubiertas, el culto al amor había ganado en intensidad y daba tiempo a preliminares antes del acto. El acto. En eso pensaba Eros al chupar entre sus labios semejante rabaco. Tener la polla de ese unga bunga jodiéndole el ano. De momento disfrutó de la mamada, que no todos los días uno podía darse el placer de chupar una pollaza así de buena sobresaliendo enorme de un taparrabos.
Eros se puso en pie y se sacó la polla dura y negra. Nik le miró fijamente antes de acercar la mano a su pene y acariciárselo como él había hecho antes. ¿Y si con ese pequeño gesto Eros hubiera cambiado para siempre la historia y se hubiera convertido en el precursor de los preliminares, de las pajas cruzadas, de las mamadas? Nunca lo sabría. La mano caliente y fuerte de ese santo varón comenzó a desvalijarle el rabo, luego le vio inclinarse y metérsela en la boca. Estaba seguro de que esa era la primera chupada que le hacía a otro macho.
Un besito al cipote, otro más, el capullo cada vez con más saliva. Eros escuchó el sonido celestial cada vez que la sacaba entre sus labios. Deseó follarle la boca, pero lo último que quería era asustarle y perder esa oportunidad de oro. Con mucho cuidado se dio la vuelta y ofreció su culo a ese campeón. Giró la cabeza para ver cómo atacaba por detrás, su mirada desenfrenada, su frente arrugada rezumando sexo. Sintió cómo su pedazo enorme de polla le entraba hasta el fondo, sin condón, que todavía no se había inventado.
Luego las embestidas, fuertes, bestias, rellenándole bien el agujero del culo, esas manos fuertes y grandes apoderándose de sus caderas, atrayéndolo. Tuvo que agarrarse al tronco del arbol que tenía enfrente cuando el unga bunga empezó a follárselo duro, metiendo y sacando como un animal enfurecido.
En un extremo del claro había una roca. Nik se sentó en ella esperando a que Eros acudiera en su busca. Eros le dio la espalda, se sentó sobre sus piernas dirigiendo el pene hacia la entrada de su culo y saltó encima. Pasó un brazo por los amplios hombros de Nik. Joder, qué cuerpazo, qué músculos, cuánta virilidad. Si alguna vez Eros había deseado estar con un macho así, no lo sabía, pero desde este mismo momento, no querría probar otra cosa.
Le comió la polla dándole más lubricante, se tumbó bocarriba en el césped musgoso y fresquito, suave y aterciopelado, se abrió de piernas y Nik se inclinó hacia él follándoselo. Apreciar su fuerza en cada gesto de su cara, en su lujuriosa mirada y en su musculoso cuerpazo, llevaron a Eros a un punto de no retorno. Se hizo una paja y se corrió encima todavía con el pollón del unga bunga deslizándose dentro de él.
Ver la leche sobre fondo de chocolate hizo que Nik saliera rápidamente del interior de Eros y se pajeara con rapidez. Más rápido fue Eros, que si hubiera llegado u segundo más tarde se lo habría perdido. La leche del unga bunga salió a toda presión hacia el frente salpicando la cara y el cuerpo de Eros, que se dedicó a comerle los huevos mientras se corría.
Dejó a Nik completamente desnudo en el claro del bosque. Un homínido con el rabo todavía tieso que acaba de hacer el acto. Mientras Eros cogía el casco, dispuesto a poner rumbo al futuro, lanzó un beso a su macho y se quedó pensando unos segundos. ¿Acaso habría sido aquel el primer encuentro sexual entre dos hombres? Orgulloso de haber sido así, se puso el casco y escuchó los gritos desagarradores de un macho al que se le escapa su presa, que desea más. Tranquilo, regresaré, se dijo a sí mismo.
Tiempo después, en las paredes de las cuevas, Nik dibujó a dos hombres empalmados. Cada día, cada momento que tenía ganas, se la pelaba pensando en Eros, mirando esos dibujos. Los rozaba con sus dedos, recordando el culazo que se había follado y cuando lo rememoraba el flujo de lefa acudía a su encuentro y se corría soltando una buena lefada sobre las líneas de carboncillo.
Miles de años más tarde, decenas de miles de turistas admiraban el arte sobre esas paredes, mientras los guías les hablaban acerca de que aquellos dos hombres eran la evidencia de que nuestros antepasados salían de caza en pareja portando sus lanzas. Sólo Eros sabía la verdad, que aquellos dos hombres no iban de caza, que lo que sobresalía de sus cuerpos no eran lanzas, sino pollas y que sa sustancia blanquecita y que brillaba por zonas al sol dibujando perlas y empañando el color, no era pintura, sino el producto de un amor que les separaba miles de años.