Con esa cara tan guapa, bigote, barbita, esos ojazos verdes enamoradizos, su cuerpo atlético, pechote peludo, el jovencito brasileño Felpp podía poner tieso cualquier rabo, aunque a él los que más le interesaban eran los grandes. Él estaba cerca del club de los veinte, no podía quejarse, pero bajar los calzones a un tio, ponerse a chupar y descubrir otros tamaños, era uno de sus mayores hobbies.
Después de mucho ir a los glory y darse al vicio en los baños, las había visto de todos los colores y tamaños, y estaba seguro de que un día daría con esa joyita de la que muchos hablaban, con un tio pollón pollón que la tuviera de veinticinco o los sobrepasara, que fuera tan gorda y grande que no pudiera mantenerla erecta apuntando hacia el frente, que le obligara a abrir bien la boca y a saber lo que se sentía al tener todo eso metiéndose dentro de ella.
Cuando lo tuvo enfrente, se dio cuenta de que sus fantasías de soñar con un rabaco así se había quedado cortas. La tranca de Luccas Toblerone era sencillamente descomunal. Menudo trabuco morenote, que no le cabía ni la mitad por la boca, todo duro y enorme, con una gran venaza recorriendo toda la parte superior del pene. Tanto tiempo deseando tener dentro del culo una de esas y ahora la temía.
Se puso a cuatró, donó su bonito culete a la causa y dejó que Dios repartiera suerte. Jamás ningún otro tio antes le había rellenado tanto el ojete del culo como para sentir que se lo desgarraban. Tras unos cuantos minutos recibiendo, no terminaba de acostumbrarse a ese tamaño, pero algo dentro de él quería que la siguiera metiendo, porque le estaba dando gustito.
Se abrió de piernas y Luccas se la enchufó de nuevo. Joder con el tio, no paraba de meterla, de atosigar su ojete con esa pedazo de polla. Felpp intentó concentrarse en su respiración. Era como cuando iba al enfermero y le ponía una inyección, solo que esta mantenía la aguja todo el rato dentro y encima el hijo de puta no paraba de moverla.
No iba a dejar pasar la ocasión y tampoco Luccas de correrse en una cara tan guapa y recordarla con su semen encima. Felpp volvió a alucinar con el tamaño de esa verga cuando la tuvo encima de su cara, cuando Luccas empezó a pajeársela dispuesto a correrse. Le salpicó entero, mojándole el bigote y la barba con toda su leche blanquita y espesa. Felpp no dejó de mirarle la polla, llevándose la mano a la cara, recogiendo los pegotes de esperma e introduciéndolos por su boca, sabordeándolos.