Tres meses después, el amor que había nacido entre Sir Peter y John Brachalli tras los barrotes de las celdas, se extrapoló a la vida exterior tras los muros. A Sir Peter le había enamorado la carita guapa del italiano, su torso, el tamaño de su polla y en especial su despampanante culazo. John, que entre tantos hombres con quien tuvo que compartir ese pedazo de cuerpo de la guardia civil siendo preso, ahora por fin lo tenía sólo para él, por fin pudo recrearse a solas con un tio al que cada vez que miraba se le despertaban las ganas de follar.
Alto, fuerte, cachas, varonil y una gigantesca polla para flipar. Cada vez que John se dejaba abrazar por él, se sentía como en una nube, algo difícil de explicar, como si su propio cuerpo viajara solo y se dejara llevar hacia ninguna parte y a la vez hacia todas las direcciones posibles. El roce de esas manos grandes le erizaban el vello, la lengua de ese hombre saboreando la suya, internándose por su boca, buscando lugares imposibles, le dejaban con los ojos en blanco del gusto.
Y cada vez que le daba por llevar la mano al paquete, ay señor, ahí sí que le flojeaban las piernas al sentir esa tranca larga, gordísima, caliente y jodidamente enorme en la palma. Cuando empezaban, ya no podían parar. Los besos, sentir la respiración agitada uno frente al otro bien acaramelados, les conducía a placeres extremos. John se abrazaba al cuello de Sir Peter dejándose hacer, Sir Peter le plantaba las manos en el culo, las metía por debajo de sus pantalones y las iba bajando hasta levantarle las nalgas y abrirle la raja.
Los dos eran machotes de pelo en pecho y les fascinaba la idea de hacer velcro. Con una cabeza de altura que le sacaba Sir Perter, John caía rendido a sus pies cada vez que este se ponía enfrente de él, se quitaba la camiseta y se quedaba ahí plantado, con ese torso de lujo. La boca de John iba directa a sus pezones. Quería que ese lobo le amamantara. Sir Peter le pasaba una mano por el cuello y le acariciaba la cabeza como si fuera su mimado bebé.
A esas alturas ninguno podía ocultar lo que sentían el uno por el otro. Aunque no cruzaran palabra, las tiendas de campaña bajo las bermudas lo decían todo por ellos. John se puso de rodillas, tiró de la goma de la cinturas hacia abajo y la descubrió de nuevo. Cada vez que veía esa polla, una sonrisa de tontorrón acudía a su cara. Enorme y gorda como ella sola, abrió la boca a tope y empezó a mamársela.
Gigantesca, jodidamente grande. La mano de Sir Peter forzándole el cuello le animó a tragar un poco más de la cuenta, hasta notar cómo se quedaba sin respiración cuando el cipote e acopló a la entrada de su garganta. Al salir para tomar aire y mirar el falo de cerca, se dio cuenta de que tragársela entera hasta los huevos sería harto imposible, porque dando todo de su parte, la marca de los labios mojados se había quedado a poco más que a la mitad del rabo.
Miró esa pedazo de polla descomunal, luego a Sir Peter a los ojos y soltó un «buahhhh» que venía a expresar lo grande que la tenía. No porque fuera difícil comérsela, John iba a dejar de intentarlo. Cada vez más saliva, tanta que ya le pringaba los morros, la barba y el bigote. Con el rabo acoplado en su boca, miró a Sir Peter y dejó la cabeza quieta, esperando que este se la follara.
Quizá entrara mejor haciendo un sesenta y nueve, con la polla a favor de su garganta, así Sir Peter también se divertiría preparándole el culo para su llegada. Tras magrear un rato sus pollas de pie, momento que tuvo John para darse cuenta de que cuando uno creía tenerla grande, siempre habría alguien que te superaría en tamaño, se dieron al vicio.
No había forma, era como intentar tragarse un vaso de cubata, por mucho que abriera la garganta diespuesto a tragarse lo más grande. Al batirse en retirada, su cara era un mar de babas colgando por su barbilla, los ojos llorosos. Estaba seguro de que Sir Peter tendría más suerte abriéndole el ojete del culo. Se puso a cuatro patas en el diván y se dejó hacer.
Sir Peter se puso detrás de él, pasándole la pija entre los mulos hacia atrás, masturbándola con su mano mientras le acariciaba y le abría el agujero con la lengua. En prisión siempre eran los demás los que se la llevaban calentita. Él apenas había probado unos segundos la polla del guardia civil, cuando aprovechó que los dos salían del interior del culo de uno de sus compañeros de celda. Ahora iba a ser toda suya.
El primer intento fracasó. Al notarla tan grande, a John se le cerró el ojete y el rabo terminó resbalando entre sus piernas, sobándole los cojones. A la segunda entró de lleno y sin condón, desgarrándole el ano por dentro, abriéndole un pedazo de boquete que no se cerraría nunca. John cerró los ojos y se dedicó a disfrutar de todas las buenas sensaciones.
Cuando ya creía que se había acostumbrado, Sir Peter plantó un pie encima del diván junto a su pierna y le empotró más fuerte. Joder, qué pedazo de polla, qué fuerza, qué bien le daba por culo. Cara de sorpresa y un gemido desgarrador cuando el rabo le partió en dos el culo y sintió los huevos rozándole los laterales de las nalgas.
Se la acababa de meter entera hasta las trancas y ni con esas Sir Peter paró la embestida. Se subió con los dos pies al diván, protegió ese culo entre sus muslos y siguió dándole cera, esta vez inclinándose sobre la espalda de John y comiéndole la oreja para ponerle todavía más cachondo y conseguir que le abriera un poco más el agujero del culo.
El siguiente paso que dio John fue cabalgarle y tener el poder, saltar sobre esa verga tragando cuanto él quisiera y a su ritmo. Nada inigualable al placer de ensartarse encima de esa tranca desnuda, pajearla con el culo y dejar caer el peso de su cuerpo pillándole desprevenido, sentándose sobre su huevera. Al darse la vuelta para seguir montándolo, fue un toma y daca, paja y enculada.
John acabó abierto de piernas para ese macho. La visión de ese cuerpazo masculino empotrándole fue demasiado para la vista. Sir Peter ya no se reprimía, se follaba ese culo enfilándolo a toda hostia, metiendo y sacando el pene entero, machacando hasta hacer chocar los huevos contra el pandero. Entonces Sir Peter hizo un movimiento que le pilló por sorpresa y le hizo correrse encima, cuando le penetró sólo con el cipote, masajeando la entrada de su ano.
Sir Peter sintió la llamada, acudió raudo rabo en mano a la cara de John que le esperó con la boca abierta y la lengua por fuera. Tras un gemido desgarrador, su lengua se llenó de fluído. Con ese tamaño de pollón, seguro que quedaban restos dentro. John apretó con la mano desde la base hacia arriba y enseguida un lingote blanco salió a relucir por la raja del cipote, se lo relamió con la lengua y le comió toda la polla esperando que salieran más como ese. Y vaya si salieron más. Ese jueguecito de leche con efecto retardado le puso fino.