El segurata macizo Dato Foland se folla el apretado culito de Yen Maple sin condón y se corre a lefazos sobre su cuerpo | BROMO

The Gate Fucker

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Tras varias semanas viendo esa isla de las tentaciones llena de tios musculosos entre los que se encontraba ese poli que se había hecho famoso a costa de su mandíbula cuadrada y sus inconmensurables biceps, ahora que otro guardia civil, mucho más buenorro todavía, había entrado a participar en Supervivientes, Yen Maple se pasaba más tiempo cascándosela que atendiendo a las pruebas de recompensa y de líder.

Los padres de Yen le avisaron de que ese finde no iban a estar en la mansión, precisamente el finde en el que él tenía pensado ir a visitarlos. Bueno, pensó, una fiestecita llamando a los colegas y estar solo para hacer el ganso, nunca estaba mal. Fue al entrar por el garaje cuando le vio y se quedó enganchado. Dato Foland ponía en su placa sobre el bolsillo de un uniforme que marcaba todos y cada uno de sus músculos. Sentado sobre el asiento del conductor, fue bajar la ventanilla para enseñar la acreditación y a Yen se le empalmó la polla y se le abrió el ojete, tan automáticamente como se subió la barandilla que le permitió pasar al chalet.

Lo hizo a posta. Metió una marcha y dejó a Dato en las manos la acreditación olvidada, sabiendo que el guarda le buscaría para devolvérsela. Enseguida se quedó en pelotas. No se le ocurría mejor forma de entregarse a un hombre que enseñando todo lo que le podía ofrecer. El corazón comenzó a latirle a doscientos cuando le vio merodeando por el jardín y al escuchar el timbre de la puerta no pudo evitar abrirla con el pito medio empalmado.

El cabrón no desvió la mirada, sino que se quedó ojeándole de arriba a abajo y se tomó la licencia de meterse dentro de casa sin haber sido invitado. Se quedó en el recibidor junto a las escaleras, semiabierto de piernas como un machote y con las manos en las caderas viéndolas venir. Yen no pudo aguantar su vena de putilla y terminó en cuclillas frente a ese imponente macho.

Le quitó el cinturón de cuero con la porra que cayó al suelo, tiró de la goma de los pantalones beige y casi sin darse cuenta Yen ya estaba llenándose la boca de rabo. Como los pingüinos, debido a que Dato ya tenía los pantalones por los tobillos, este fue dando pequeños pasitos hacia las escaleras para apoyar sus posaderas. Yen no podía creerlo. Siempre había deseado estar entre las piernas de un tio así, fornidas, musculosas, agarrándole de las pelotas mientras le merendaba la tranca. Tenía tanto vicio acumulado dentro que no pensaba parar hasta que vertiese toda la leche dentro de su boca. Se lo iba a sacar todo.

No fue hasta que sintió un dedo grande, caliente y juguetón acariciando la entrada de su virginal agujerito trasero, que vio más allá de sus deseos. Con lo atractivas que resultaban las manos grandes y fuertes de un hombretón hecho y derecho. Dio la espalda a Dato y se apoyó en las escaleras. El segurata se agachó y empezó a explorar la entrada de su culito linterna incluída, como intentando averiguar la profundidad a la que podría meterla, primero con un dedo, después con dos, después humedeciéndole el ojal con la lengua y finalmente ensartándole toda la polla por el culo sin condón.

Si de uniforme ya estaba bueno, sin él todavía ganaba más puntos. Macizo, con unos pectorales dignos de admiración, algo de vello en los brazos, las piernas, el culazo y el torso, el six pack que se le marcaba perfecto cuando hacía fuerza para penetrarle. dejó que le follara por detrás, se sentó sobre sus piernas y acabó espatarrado en el suelo, con ese hombre jodiéndole el culo sin parar.

Así acabaron, en el piso. Dato se sacó la polla y comenzó a masturbarse encima de él. Yen se dio el gustazo de admirar ese cuerpazo, esa cara tan guapa y atractiva, la forma en la que su polla gorda y dura se dejaba vencer por la mano. Yen nunca había sido tan feliz como cuando ese hombretón se corrió encima de su cuerpo como un puto aspersor, regándole enterito, metiéndole disparos de esperma a larga distancia, algunos sobre su cara, relamiéndose las pepitas de su semen.

El segurata chulazo se abalanzó hacia su cara recién corrido para besarle. Yen terminó de entregarse a sus labios por completo. Un trozo de carne calentito, encapuchado y mojado resbalaba por encima de su vientre y de su polla. La chorra de ese maromo descansando sobre su cuerpo, morcillona, a punto de volver a su tamaño natural y encerrarse en sus apretados pantalones. Yen pensó en sacarla a pasear a menudo durante ese fin de semana. Ese follador tenía las puertas siempre abiertas. Menuda tentación.

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