Quién estaba dejando las cajas con los cascos que transportaban al pasado o al presente era todo un misterio. El joven Dean Young se encontró con una de ellas al volver del instituto, se puso el casco en la cabeza y desapareció de su realidad para aparecer en la del salvaje oeste. Casas de madera, algunas tiendas, la oficina del sheriff y hasta un viejo salón donde había visto y leído que los hombres quitaban sus penas dándose al alcohol, al vicio del juego y otros menesteres.
Había sido transportado a una hora del día en la que no estaba muy concurrido, pues las mesas y la barra estaban vacías y la única persona que había era el dependiente Charlie Cherry, ocupado secando los vasos. Dean le preguntó si sabía dónde conseguir un taxi que le llevara de vuelta, pero el camarero no entendió a qué se refería con aquella palabra. Al echar un vistazo a un cartel de «se busca«, Dean comprendió el por qué. No sólo había viajado al oeste, sino que se había teletransportado al pasado, a 1869.
«La hostia puta«, pensó. Al ver su aflición, el camarero le ofreció una copa. No le dio tiempo a llevarse el borde de cristal del vaso a los labios cuando un bandolero asaltó el salón pistola en mano pegando un tiro al techo. Charlie ayudó al chaval a esconderse bajo la barra mientras el bandolero reclamaba el botín. Allí se pasó unos segundos que se le hicieron largos, con la cara pegadita al paquete del camarero. Dean estaba contrariado.
Sin duda pensó que aquello se trataba de un sueño y si era así, podría hacer lo que a él más le gustaba, que era llevarse a las manos y a la boca un buen pollón. Pensó que ese camarero estaba puesto ahí por su imaginación, por sus locos sueños húmedos y no dudó ni un instante de ellos cuando le descorrió la cremallera de la bragueta y le sacó una cigala jodidamente enorme, larga y gorda, con un cipotón que apenas le cabía en la boca.
Pero lo que uno creía que era un sueño, para Charlie era real y de repente estaba entregando el dinero a un bandolero y por debajo un chaval guapete le estaba devorando toda la polla, acariciándosela con la lengua, dándole placer y dejándosela toda empapada de saliva. Esos ojitos mirándolo desde abajo, esa boquita mamona, la forma en la que le cogía la chistorra y se daba unos buenos hostiazos con ella en toda la jeta, demostrando lo mucho que le gustaba que la tuviera tan grande.
No sabía de dónde ni de cuándo venía ese chaval, pero de algo estaba seguro y es que sabía cómo comérsela a un tio. Una vez se fue el bandolero con el botín, algo habitual en el viejo oeste, Charlie procuró todos los cuidados a ese chaval, pues excepto en el local apartado donde se daban citas rameras y chulos y al que sólo acudían los puteros y borrachos, no se estilaban ese tipo de relaciones sexuales en otros lugares como los salones donde los machos con unos buenos galones hacían apuestas.
Quiso su culito y lo tuvo. Se tumbó en la barra y dejó que el chico le siguiera repasando el rabo. En posición de sesenta y nueve, Dean acercó el culo a la boca de Charlie, que se quedó alucinando. Jamás había visto un culito tan redondo, blanco y sin un solo pelo. Además, entre sus piernas colgaba una buena huevera y una señora pirula. Le metió los morros por la raja e hincó la lengua hasta el fondo del agujero, hasta donde buenamente pudo.
Si miraba un poquito hacia abajo, podía ver cómo los huevazos del chaval se restregaban contra las solapas de la chaqueta de su traje. Escuchó una arcada, señal de que Dean había intentado comer más rabo del que podía. Entonces sucedió. Dean dio un pasito hacia adelante sobre la barra, cogió la tranca del camarero y se la metió por el culo sin condón.
Lo siguiente que vieron los ojos de un sorprendido Charlie fue ese culazo bombeando su polla, saltando arriba y abajo, tragando. Estaba buenísimo. Dobló las rodillas empujando los muslos del chaval sobre los suyos y se lo trincó culeándole desde abajo. Luego lo abrazó, lo dejó caer sobre su cuerpo y se la siguió clavando con mucho amor y cariño, agujereando el hueco de ese culito hecho a su medida.
Ya no entraba tan suavecita, así que Dean le puso remedio chupándosela otra vez. Charlie le cogió la carita, le presionó los mofletes mirando fijamente sus labios mojados y le besó. Encontró en el aliento del chaval el aroma de su propia polla. Le abofeteó, le escupió y se lo llevó hacia las escaleras. Allí le dio por culo. Qué grande que era su polla y qué hermoso culo en el que la estaba metiendo.
Cada vez estaba más excitado. Hacía calor. Charlie fue perdiendo prendas de ropa por momentos. Si en esos momentos entraba el sheriff o cualquier vecino, le colgarían o algo peor por pretender abusar de un chaval menor que él de esa forma tan lasciva, pero qé cojones, le estaba encantando y si le hacían batirse ne duelo con la posibilidad de perder la vida, quería disfrutar a tope de ese momento.
Al girarse para ponerse de rodillas y volver a comerle la polla al camarero de sus sueños, a Dean se le abrieron los ojos como platos. Descubrió que esa polla se había vuelto más grande todavía. Parecía no tener límites. Lo más puto grande y gordo que había visto en su vida. Se metió entre los barrotes de las escaleras de madera, dejando el culete justo al borde de ellas, se abrió de piernas y dejó que el camarero lo fusilara a placer.
Descubrió que Charlie tenía buen aguante, a pesar de ser 1869, a pesar de Dean tener ese culazo hecho para follárselo. Se lo llevó a las habitaciones para echar un buen polvazo, pero de camino a una de ellas, se le antojó ponerse mirando contra la pared del piso de arriba y dejar que le azotara con la verga y le diera por detrás una vez más.
Todo acabó por los suelos, con Dean cabalgando a lomos de ese jamelgo, pajéndose la polla y corriéndose encima, esparciendo su semilla de los años dos mil entre sus muslos y los de ese pollonaco de dos siglos atrás. Dean se arrodilló por última vez frente al camarero y, mientras Charlie se la pelaba duro gimiendo de gusto y con las piernas temblando, Dean metió la cabeza entre sus piernas y le zarandeó los huevos con la lengua antes de sacar la testa para probar todo el jugo.
Un lechal blanco y delicioso se acumuló en el cipotón de ese semental. Con el movimiento salió despedido hacia sus morros. Calentita, blanca, lechosa. Dean se la buscó con la boca, se relamió la comisura de los labios pillando cacho. Con la boca llena de polla y el gusto de ese tio en sus papilas gustativas, se dio cuenta de que aquello no podía ser un sueño húmedo de los suyos, porque entonces habría acabado con su propia corrida, no habría llegado a ver ni saborear la del otro tio.
Se levantó y besó a su camarero preferido, compartiendo el semen que le había dejado en la cara. Pensó en una vida llena de placeres, sin tener que despertarse cada mañana temprano para ir al instituto, sin más obligaciones que ofrecer su culo a hombres como ese que le procurarían todo lo que necesitase para subsistir. Mientras Dean se fue a tomar una ducha, Charlie bajó las escaleras, descubrió el casco, se lo puso y el camarero desapareció poniendo rumbó a otro lugar, a otro tiempo.