Un buen cazador debe saber cuándo, cómo y dónde cazar a sus presas como un profesional. Cuando llega la ola de calor, las márgenes de los ríos se convierten en un oasis en el que los chavales se refrescan. No ocurre como en las piscinas, donde ya van preparados con el bañador. Aquí el calor les pilla por el camino por sorpresa y a menudo suelen meterse en el río en calzones o mucho mejor, totalmente desnudos.
Tuve claro lo que buscaba. Quería gozarme unos cuantos estudiantes con los dieciocho recién cumplidos, a ser posible delgaditos e inocentes a los que impresionar con mi gorda y gigantesca polla. Necesitaba follarme culos delgaditos y prietos, ver con mis propios ojos cómo mi rabo les perforaba intentando entrar por huecos tan estrechos y casi imposibles.
El primer chavalito melenas con el que me encontré, no era lo que andaba buscando. Ni venía de estudiar ni iba al río de casualidad, pero su aire de timidez me llamó la atención. Nada me producía más satisfación que poner de rodillas a un mozuelo tímido para ver cómo iba perdiendo la vergüenza con mi polla dentro de su boca.
Aunque demasiado grande para él, ya se notaba que el chavalín había mamado pocas. Se limitaba a abrir la boca para dejar el hueco justo del grueso de la polla y tenía que ser yo el que se la metiera y sacara dentro. Mereció la pena ya sólo por las miraditas que me echaba, con esos ojos guapísimos de color azul que me la ponían bien dura.
No le había dado tiempo ni de llegar a la orilla. Le ofrecí bastante dinero. Echamos una manta en la hierba, le puse a cuatro patas y se la metí a pelo. Su culito pequeño ofrecía resistencia a mi enorme polla. No le cabía ni la mitad y siempre recordaré el tamaño de mi gordo rabo lubricado con saliva entrando y slaiendo de su orificio.
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El segundo chavalito era lo que andaba buscando. Le sorprendí mientras se secaba a la sombra de los árboles. Todavía tenía parte del cuerpo, el pelo y los calzones mojados. El chaval se mostró simpático y era bastante guapete, así que le ofrecí algo de dinero a cambio de enseñarme la chorra. Era bastante jovencito, pero menuda pelambrera tenía en las pelotas.
Mi intención era calentarlo antes de pasar a mayores. Cuando aceptó chuparme la polla, le pedí que no la mordiera. Sé que se conformaba con mi enorme cipote rellenando su pequeña boca, pero agradecí que me la pajeara un poco con la manita y que propulsara la cabeza hacia adelante con la intención de tragar más de la cuenta.
Como al otro, le puse a cuatro patas sobre la hierba. Le bajé los calzones por las rodillas y le presenté mi dedo índice a su ojete. Ya me costó meterle siquiera la punta, no sabía cómo iba a tragarse mi gordísima polla que era como siete u ocho dedos juntos. Me costó lo suyo hacer que dilatara. Al chaval se le veía con ganas de tragarla entera, pero una cosa era lo que se quería y otra muy distinta lo que se podía.
En esa posición no llegaba a entrarle del todo, aunque yo lo intentaba con todo mi cariño y con todas mis fuerzas, hasta que la piel de mi rabo se replegaba y arrugaba en la base. Le di la vuelta y lo dejé tumbado con las piernas abiertas. Me metí entre medias y con cuidado le fui encajando la polla a pelo. Conseguí meterle todo el cipote y romper la barrera que me separaba de su interior, a cambio de unos gemidos que temí alarmaran a algún campero por los alrededores. Entraba tan ajustadita, hacía tanto calorcito, me estaba dando tanto gusto, que le preñé el ojal. Me dio pena dejarle allí solito. Había ido a tomar un baño y ahora estaba con el ojete abierto y su primera inyección de semen resbalando por el agujero de su culo.