Koldo Goran y Franklin Acevedo penetran duro y a pelo a Jonathan Miranda con sus gigantescas pollas | Tim Tales
Cuando Jonathan Miranda empezó a tener conciencia del sexo, comenzó a fijarse, como todos hemos hecho, en el tamaño de los miembros viriles del resto de chicos en los vestuarios y en los baños. Aprovechaba en las fiestas del instituto y otras que hacían a espensas, el momento en que más confluencia había en los meaderos para así coincidir con cuantos más mejor. Miraba a un lado y a otro de soslayo y disfrutaba mirando cómo se sacudían las pichas.
Pero lo que más le marcó fue la visita a las caballerizas y la granja escuela. Mientras que el resto de chicos se lo pasaba pipa magreando las tetas de las vacas sacándoles toda la leche, entre risas simulando que eran pezones o que se estaban haciendo una paja, él prefería quedarse con los caballos y cuando nadie miraba, se agachaba para verles el rabo. Entonces se preguntó «¿habrá algún hombre que la tenga como la de un caballo?«.
Pronto descubrió que no, pero casi. Y cuando lo hizo no pudo probar ya otra cosa. Otro día más ahí estaba, casi perdiendo el sentido, con la cara apoyada contra la verga de dimensiones estratosféricas de Koldo Goran, echándole el aliento de gemidos mientras su culo se inundaba con el pollón kilométrico de Franklin Acevedo y era taponado a cada embestida por sus grandes y gordos huevos.
Cantidades ingentes de polla dura partiéndole el ojal, les miraba esos pedazo rabos y notaba la misma sensación que cuando miraba el rabo a los caballos. La sensación de que le invadía un calor extraño por todo el cuerpo y la necesidad de ser poseído. Franklin y Koldo se lo aliviaban lo mejor que podían, porque el hueco de ese tragón se había convertido en un puto pozo sin fondo.