El Oktoberfest ya estaba aquí y con él la fiesta de la cerveza. Luciano, el más bajito de su grupo de amigos, pero también el más guapo, el que mejor culo tenía y el que era capaz de levantar rabos a punta de sonrisa, esperaba con especiales ganas la llegada de esta festividad, sobre todo por su principal atractivo, el concurso de salchichas. Y es que a Luci le gustaban largas y grandes. Nadie en el pueblo sabía sacarles su jugo como él.
Allí estaban acostumbrados a los visitantes, pero la llegada de Paddy O’Brian, un tiarrón con ojos color avellana, guapísimo, atractivo y con un porte impresionante, les dejó a todos con la boca abierta, en especial a Luciano que no podía quitar la vista de ese macho encantador, enamorado al instante de su voz, su cara, su barbita y su boca.
Mira que Luciano las había visto grandes, pero nunca una como esa. Paddy llegó con una bandeja de cervezas y salchichas para todos, pero el muy sinvergüenza se había sacado la tranca por la bragueta, toda dura, y se la había puesto al lado de las cuatro longanizas para que todos pudieran comparar el tamaño. Desde luego el pollón de Paddy las dejaba a todas pequeñas, irrisorias. Luciano alargó el brazo y sobó con su mano el rabo más flipante que había tocado en su vida.
Durísimo, gordo a rabiar para llenarse el puño, con una pinta de potencia taladradora que se le estaba haciendo el culo pepsi cola. Paddy se lo llevó a un lugar aparte. Luciano se puso de rodillas, hizo un gesto con el pulgar diciendo a sus amigos que había triunfado y que se largaran de allí y con un apetito insaciable, después de relamer el frenillo y el cipote de esa pedazo de verga, se la metió entre pecho y espalda.
Carita guapa y buena boca, todo lo que hacía falta para mantener una polla bien erecta. La de Paddy, cuanto más dura y perra, más gordo tenía el cipote. Paddy agarró la cabeza de Luciano a dos manos y le folló la boquita, penetrando su garganta con la cabeza del rabo. Lo levantó para pegarle un buen morreo, le recargó de saliva los labios y volvió a agacharlo para que se la siguiera comiendo.
El culito de Luciano estaba ya ardiendo. Se bajó los lederhosen y se inclinó sobre el barril grandote que tenía justo enfrente, brindando su bonito trasero a un Paddy que enseguida calzó los morros dentro de la raja, dando placer con la lengua a ese chavalito ansioso. A Luciano casi le dio un patatús cuando Paddy se desabrochó la camisa blanca, al ver ese torso del demonio, tan masculino, fornido y viril.
Se volvió para besarlo. Necesitaba sentir su aliento encima, mirarlo a los ojos, todo esto mientras esa generosa pollaza se interponía entre los dos y él se la sobaba, todavía impresionado por su gigantesco tamaño. Dejó que el Oktoberfest se convirtiera en el Oktoberfuck. Volvió a ponerle el culo y esta vez lo vio llegar por detrás empuñando el arma.
Sintió cómo ese enorme cipote le ensanchaba las costuras del ojete. Nunca, jamás nadie se lo había abierto así. Dolor, gusto, ganas, todo junto en su cabecita, soltando un gemido mezclado de sensaciones que hizo que Paddy se andara con tiento. Poquito a poco le fue metiendo su polla dura como un roble. Paddy ya estaba curtido en batalla y sabía que en cuanto el chaval lograra aceptar el cipotón, meter la polla entera por su ano y sin condón sería un paseo.
Qué apretadito. Se inclino y se abrazó a Luciano haciéndole el amor, dándole por detrás, cada vez más duro, con más ganas. De repente Luciano se vio entre la espada y la pared. Por delante el barril y por detrás ese tiarrón que no tenía pinta de retroceder ni un instante, deseando rematarle y a por todas, sin salida. Con la polla todavía dentro de su culo, Paddy se lo llevó al banco donde momentos antes Luciano había estado de risas con sus amigos, fantaseando con grandes salchichas.
Paddy tomó asiento a cuerpo de rey y Luciano le masturbó la polla con el pandero, haciéndolo subir y bajar. Del banco pasaron a la mesa. Paddy ya se había tumbado encima. Luciano se puso a cuatro, se abrió camino entre sus piernas y le hizo una mamada. Tomó asiendo sobre sus piernas clavándose la polla a pelo y le cabalgó. Paddy se incoporó buscándole la boca, disfrutándole, elevando el culo y follándoselo hasta estamparle los huevos en las cachas.
Le acercó al borde de la mesa, le abrió de piernas metiendo su cuerpo en medio y le blandió el agujero con el miembro. Luciano se pajeó observando el espectáculo visual que tenía enfrente, un hombre muy bien armado con un rostro y un cuerpazo imponentes. Ante esa visión, el flujo de leche vino solo. La salchicha de Luciano, también de muy buen tamaño, soltó un chorrazo de lefa directo a su pecho y siguió descargando leche recubriendo su puño y su cipote.
Paddy salió de su culo pajeándose a tope, esperando a que Luciano decidiera dónde quería la corrida. Luciano eligió en toda la carita. Se puso a cuatro patas sobre la mesa mirando frente a frente al pollón que estaba a punto de escupir, con la boca abierta y la lengua por fuera, sediento. Con un gemido rompedor, Paddy soltó el lastre de sus huevos. La mayor parte de la leche había caído encima de la mesa. Luciano acercó la cara depositando la lengua justo en el cipote, donde la lefa no tendría escapatoria. Qué rica estaba y qué polla tan grande y fuerte. Por cosas como esa le gustaban las salchichas y la fiesta. Paddy se alejó de su vista en dirección a la puerta y Luciano se quedó allí embelesado viéndole salir, desnudo, bien follado y con sabor a semen de macho en la boca.