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William Seed empotra al campista Tim James sin condón en su tienda de campaña | MEN

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A un lobo solitario como William Seed le gustaba tener su territorio de caza bien controlado. No eran muchas las personas que se internaban en él, pero cuando alguna lo hacía, él estaba al tanto. Un tio tan buenorro y apuesto como él, tan cachas, necesitaba meterla en un agujero. Cuando no había ninguno disponible, se negaba a ir a la ciudad y descargaba su rabia partiendo leña y bebiendo agua del río, un agua que a menudo le encantaba tirarse por encima, mojando su despampanante torso, pensando si algún campista estaría espiando desde los árboles y cascándose una paja a su salud.

La llegada de la parejita que trataba de acampar en su terreno, le dio una idea. Se acercó y les convenció de que tenía que ser un error, que ese espacio era suyo y no quedaba más remedio que compartirlo. De los dos, el chico pelirrojo, Tim James, le había hecho cosquillitas en el rabo. Bueno, algo más que cosquillas, porque con un par de miraditas, viendo lo timidito que era y lo bien que marcaba el culazo por debajo de los pantalones, a William se le puso durísima.

La tenía tan grande que le era imposible ocultar la erección, así que se dirigió hacia la mesa del picnic, se sentó y reculó el culete para intentar minimizar lo que se podía apreciar a simple vista. De nuevo tuvo otra idea, otra genialidad. Cogió una lata de anacardos y le ofreció a Tim. Cuando este giró la cabeza para atender a su maridito, Will aprovechó para hacer un boquete a la lata por debajo metiendo la polla y sacándola por arriba. En el momento en que Tim volvió a dirigir la mano hacia el bote para coger su snack, lo que tocó fue el cipote de la polla.

Su cara lo dijo todo. Su novio no la tenía así de grande, eso seguro. Lo demás surgió solo. Un tio guapo y fuerte con el rabo en alto, su manita en la boca diciéndole a Tim que no dijera nada, la idea de pecar en mitad del campo, en plena naturaleza. Tim miró hacia atrás. Su chico todavía tardaría en dejar lista la tienda de campaña. Se inclinó hacia un lado y se metió la parte alta de ese pollón en la boca.

Se la dejó dentro un ratito sin moverse, deleitándose con su calor, con su tacto, con su dureza. Will se sacó la lata y le dejó ver lo grande que la tenía, bien gorda. Tim la cogió por la base, abandonó el asiento de la mesa para caer un poquito más de rodillas en la hierba y empezó a chupársela. Qué pollón tan rico. Sintió la mano de Will sobre la parte alta de su espalda, escuchó sus gemidos de gusto y, al incrementar el ritmo de los cabezazos, William le cogió por los pelos y le obligó a tragar rabo.

Su novio interrumpió la mamada llamándole a lo lejos. Tim le echó cuentas. Habían ido allí para pasar el último fin de semana juntos antes de la boda. ¿Cómo podía estar haciéndole esta faena? Tras ayudarle a montar lo que quedaba de la tienda, Tim intentó olvidar a ese macho fornido, su delicioso rabaco dentro de su boca. Lo intentó, pero no lo logró. Cuando su futuro marido fue a por los víveres, se metió en la tienda de campaña, se desnudó por completo y, con la imagen de Will en la mente, cerró los ojos y se cascó una paja, metiéndose los dedos por el culo imaginando que ese tiarrón se lo follaba.

Will, que todavía estaba merodeando por los alrededores y cuya imaginación desbordante no conocía límites, pilló al granuja masturbándose, hizo una raja en la tienda, lo justo para meter la polla por el agujero que había abierto y lo convirtió en un glory hole. Al escuchar el ruido, Tim giró la cabeza y vio la silueta de ese hombre allí fuera, empinada y durísima, esa polla que conocía tan bien. Su príncipe había venido a rescatarle.

De rodillas, encaró el trabuco, lo miró con deseo, sacó la lengua pegándole dos relamidas al cipote y se lo comió. Will desapareció de nuevo. Tim se quedó a cuatro patas, mirando por el hueco. Acababa de dar la vuelta a la tienda y se encontró algo que le hizo soñar. El culazo de Tim abierto, precioso, con las pelotas colgando entre sus muslos, el ojete rosáceo esperándole.

Sin importarle mucho si esa pareja estaría esperando hasta el matrimonio, Will se encargó de romper cualquier rastro de virginidad que quedara en Tim, porque le sorprendió metiéndosela por detrás y a pelo. Qué buen culazo, qué bien se tragaba su polla. Tim se fue dejando vencer. Ese tio era demasiado para él. No paraba de metérsela y parecía como si no se le fuera a agotar nuna la energía.

Miró hacia atrás y no podía tener mejor pinta de empotrador. Cachas, levantándose la camiseta para que Tim apreciara los abdominales del tio que se la estaba metiendo, esa gorrita con visera que le daba un aire de chulito al que le dejarías hacerte de todo. Su cara de machote guapo y atractivo, con barbita, sudando un poco por el esfuerzo de meterla duro.

Hora de salir al aire libre. La tienda empezaba a oler a macho. William se tumbó sobre la hierba y Tim le siguió sentándose en sus muslos, dándole la espalda, clavándose la polla y saltando. Echó los brazos hacia atrás, apoyando las manos a cada lado del cuerpo de William y le pajeó el pollón con el culo. Tim se soltó el pene. Él también lo tenía durísimo. Vio cómo le rebotaba, lo poco que podía de lo tieso que estaba. Los pelos pelirrojos de la base de su polla, sus cojones subiendo y bajando mientras se la machacaba duro a ese cabrón que había aparecido allí para destruir su relación.

S dio la vuelta y cabalgó sobre él mirándole cara a cara. William era puro vicio, estaba tremendo. Entregarse a un tio así no hizo sino reafirmar la idea de que no podía seguir con su pareja. Él creía que había cambiado, que ya sólo se debía a un hombre, pero si nada más conocer a otro ya estaba regalándole su culo, no podían seguir juntos.

William se desnudó por completo. A Tim le encantó ver por primera vez ese culazo que tenía y que tan bien se le daba menear para taladrar agujeros. Se abrió de piernas para él sobre la hierba y, admirando su cara y su torso sudado bajo el sol, tan cerca de él, se sacó la paja soltándose una buena lechada encima. William se levantó y se la empezó a machacar. Tim no iba a dejarle desperdiciar ni una sola gota. Con un movimiento rápido, se sentó, Will le plantó la mano por detrás de la cabeza y tras un par de gemidos prolongados, Tim sacó la lengua para recoger sus delicias. Justo en el momento en que Tim miraba con ojitos de enamorado a Will, con la lefa en sus morros, apareció su novio. Él también acababa de darse cuenta de que Tim no cambiaría nunca.

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