Drew Valentino se abre de piernas ante el imponente chulazo Apolo Adrii para que se lo folle a pelo y comparten la lefa entre sus bocas | Raging Stallion

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Unos amigos le habían dicho a Drew Valentino que el mejor lugar para ir de veraneo en busca de chulazos con buenos rabos era la costa española. Y aunque había de todo, como en todas partes, no se equivocaron, porque el primer tio al que conoció, Apolo Adrii, estaba de puta madre. Vino a él así de buena mañana. Apenas se había puesto unos minutos a tomar el sol, el chaval fue a interesarse por ese tiarrón musculado, guapo y peludete que descansaba tumbado en la toalla.

La atracción fue instantánea. Se acercaron el uno al otro y no necesitaron mediar palabra para saber que se les antojaba el uno al otro. Un buen morreo y sentir cómo el espacio en los slips y el bañador respectivamente se les hacía pequeño por la parte frontal, fue suficiente. Si bien podían haber tenido su rato de intimidad en la cala, a la sombra, escondidos, parapetados cerca de las rocas, Drew se lo llevó a la casita con piscina para poder disfrutar de él sin tener mirones.

El chico estaba buenísimo. Una cara jodidamente atractiva, una mirada de la que no podía despegar los ojos y un cuerpo tonificado. Podía haberse quedado horas, días besándolo, si no fuera porque le despertaba una curiosidad insana qué podría estar causando ese levantamiento en la parte delantera de su bañador, ya que parecía enorme. Se agachó, tiró de las bermudas hacia abajo y descubrió que no es que pareciera enorme, es que lo era.

La forma de ese rabo era flipante. Alargado, algo curvado y con la capucha puesta. Drew se la cogió con la mano. Mira que tenía la mano grandota y fuerte y la mayoría de pollas empequeñecían cuando las agarraba, pero esa no. Se la metió en la boca comprobando que era más gruesa de lo que aparanteba y empezó a practicarle una mamada.

Madre mía qué pedazo de pirulón. Drew era de los que se lo hacía con un tio y si te he visto no me acuerdo, pasaba al siguiente como si necesitara probar a cuantos más mejor, pero con ese se lo estaba pensando seriamente. Cuanto más le jalaba esa larga verga y más miraba a su carita guapa, más se enamoraba. Esa cara de vicio no era normal, le flipaba demasiado y lo quería todo con él.

Además de estar buenorro y bien dotado, el tio comenzó a dar muestras de lo cerdaco que podía llegar a ser, metiéndose los dedos en la boca, pasándolos a la de Drew, escupiéndole encima. Y aquello apenas acababa de empezar. Drew se levantó preguntándose si Apolo querría darle una caladita a su pija. No lo dijo, simplemente se quitó los speedo y en cuanto le enseñó su enorme pollón, que él también apostaba fuerte, Apolo aceptó encantado con una sonrisa en sus labios y la cara colorada al ver semejante espécimen.

Ya dentro de la casa, Apolo le tumbó en la mesa del comedor, se escupió en la mano, escupió al rabo de Drew, lo enderezó cogiéndolo por la base y comenzó a chupárselo. En cuestión de longitud debían andar parejos. Drew estaba como en un sueño, con ese tio guaperas pajeándole el rabo, chupándoselo. Tenía buena boca el cabrón. Le robó su propia pija con la mano, se palmeó los huevos y le dijo que se pusiera a comer. Quería tener a ese mamón entre sus piernas el mayor tiempo posible, limpiándole los bajos.

Hombres así se merecían todo. Drew se dio la vuelta sobre la mesa y le puso su culazo grandote y peludo de macho en bandeja, preparado para ser follado. Pero Apolo tenía una idea mejor antes de enchufársela. Se agachó y le comió la raja peluda, le pasó la polla entre los muslos y se la pajeó a la vez que dedeaba un agujero super apretado que poco a poco fue cediendo a cada escupitajo. Cuanta más saliva, mejor.

Apolo se puso en pie y ya no había vuelta atrás. Introdujo la polla a pelo por su ano, disfrutando de las sensacines que le provocaba las paredes de un culito apresando su rabo y empezó a follárselo sin condón. Drew no podía quedarse sin más mirando hacia adelante, dejándose dar por culo de aquella manera. Necesitaba ver cómo ese cuerpazo lo daba todo para metérsela, así que giró la cabeza y el tronco para observar su propia follada.

Qué polla más grande y qué rica estaba. Le azotaba en todos sus puntos débiles. Una mezcla entre dolor y placer lo hizo gemir en alto, gritar, dejar los ojos en blanco. Se pasó un brazo por detrás de la nuca, para que Apolo se viciara con las vistas de su sobaco peludo, que seguro que le encantaban. Apolo no solo era un buen empotrador, sino un buen amante. Era tremenda la forma en la que mantenía el contacto visual, cómo se metía los dedos en la boca y se los daba a Drew para chupar, compartiendo colegueo, vicio.

Se subió a la mesa, siguió detrás de él y le hizo la cucharita. Era la primera vez que estaban cara a cara tan cerca mientras follaban. Más tarde se abrió de piernas y dejó que se la siguiera metiendo. La mesa era tam amplia que Apolo terminó subiéndose a ella, inclinándose sobre el cuerpo entregado de Drew y penetrándolo en posición de flexiones.

Estaba a punto de comprobar lo cerdo que podía ser Apolo. Drew se corrió encima y cuando la leche estaba escapando de su polla, cuando un colgajo de lefa tiraba de la punta de su rabo, Apolo se metió entre sus piernas, sacó la lengua y empezó a chuparselo todo. Con la boca mojada, acudió a Drew para darle un morreo que supo a gloria. Ahí los dos compartiendo la lechita entre sus labios, Apolo sacando la lengua con todo el semen encima, depositándola sobre los labios de su dueño.

Ese puto vicio era contagioso a más no poder. Cuando Apolo se hizo pajote, ahí estuvo Drew para cazar la paja al vuelo y chuparle todo el cipote lleno de lefa, relamiendo las sobras que se había dejado en la base, sobre los pelos, y con los morros y la barba bien mojados, acudió a la boca de Apolo para compartir el sabroso sabor a cerdeo entre hombres.

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