Allen King se come el enorme y largo pollón de Chuck Conrad y se deja follar a pelo en plena naturaleza | MEN
Adentrarse en una nueva zona de cruising tenía esas cosas. Allen King se había pasado un buen rato intentando encontrar a algún chulo bien dotado y el resultado había sido casi toda una mañana perdida. Su compañero ideal llegó en el momento más inesperado, cuando ya estaba a punto de darlo todo por perdido y marcharse a casa. Chuck Conrad apareció entre la maleza como un neandertal, haciendo gestos y sonidos propios del predecesor del hombre actual, acercándose a él con paso decidido, cogiendo la cabeza de Allen por detrás y acercándola a la fuerza contra su paquete.
Ahí fue cuando Allen descubrió que ese tio no llevaba calzones y lo que podía sentir azotando su cara era an jodidamente grande que el agujero dle culo se le abrió de par en par pensando en cómo se lo rellenaría por completo. Ese cabrón era un puto follador. Allen sabía reconocerlos bien cuando los veía. Sólo pensaban en sexo, en meterla por un agujero, en follar y follar.
Se arrodilló para ver el espectáculo. Nada le apasionaba tanto como asistir a una sacada de rabo y más si este era monumental como parecía en ese caso. Chuck se fue a agarrar los laterales de los pantalones cortos que llevaba puestos, pero Allen no pudo aguantar más y fue él el que se los tuvo que bajar con rapidez. Lo que salió de allí no le defraudó en absoluto.
Era un pollón flipante, como el que cabía esperar o incluso mejor de un tiarrón tan alto y fuerte. Era kilométrica y super gordísima ya flácida, no quería pensar qué forma adquiriría ese pollón cuando estuviera bien duro. Se puso a descubrirlo no sin antes sufrir el revés de unos azotes en toda la cara. Parecía que a ese gañán le iba lo de presumir de rabo. Allen se dejó con gusto y, después de recibir en una mejilla, puso la otra.
Después de eso se le había puesto morcillona a Chuck y había doblado su tamaño y su grosor. Allen se metió dentro de la boca una de las pirulas más grandes que se había zampado nunca. El cipote ya le rellenaba la boquita y todavía tenía por delante casi veinte centímetros de rabo por mamar, gordo y venoso. Por un momento pensó si no estaría soñando, si ese cabrón no se había escapado de una de las viñetas de esos comics de chulos a los que el dibujante exageraba la pija.
Esa no era de comic, era real, querido Allen y toda para ti. Casi media polla le obligó a tragarse por la boca, todo a golpe de escupitajo, rodeándole el cuello con la camiseta para tirar de ella hacia su entrepierna y que no se escapase, convirtiendo una mamada en algo salvaje. Allen nunca hubiera escapado de esa polla ni de ese macho, no tenía que tener miedo de eso. Sacarla de su boca y ver esa pirula cayendo por su propio peso en plena naturaleza era como ver una obra de arte.
Comerle los huevos fue una puta gozada. Chuck se levantó el rabo y le animó a ello. Allen le dio un buen repaso a esos grandes cojones mientras disfrutaba del regalo de sentir una polla grande y caliente rebozándose sobre toda su bonita cara. Satisfecho, Chuck se llevó a cuestas a Allen. Le cogió en volandas, le echó sobre su hombro como si fuera un saco y subió unas cuantas escaleras hasta llegar a una zona donde había un jóven árbol donde Allen se pudiera apoyar.
En ese momento Allen se dio cuenta de que ese tio no había dicho ni mu. Puede que ni hablara su idioma, pero estaba claro que para practicar sexo no hacía falta cruzar una sola palabra. Chuck le puso mirando hacia el árbol, le bajó los pantalones por detrás y empoderó sus caderas sumergiendo y frotando su enorme pene contra la raja de su culo, a continuación le agarró y le puso de nuevo de rodillas. Sin palabras acababa de decirle «cómeme otra vez la polla y déjamela suave que te la voy a meter hasta los huevos«.
Bueno, puede que Allen adornara un poco las palabras, pero que se la iba a intentar meter era toda una obviedad y que lo iba a hacer sin condón era otra de ellas. De nuevo contra el árbol, ese macho se dedicó a dedearle el agujerito. Allen lo tenía tierno y apretado, lo que volvía locos a los chicos. Sintió el dedo de Chuck rebañanando sus entrañas. Si ya tenía un solo dedo así de gordo y le hacía gemir, cómo sería sentir esa pedazo de polla.
Si cualquier mirón hubieras presenciado en ese momento la escena, se habría preguntado cómo iba a ser posible que ese pollón penetrara dentro de ese culito. La respuesta estaba a simple vista: un culazo tragón con muchas ganas de comer rabo y un tio que sabía trabajarse un culito así. La pollaza ya estaba dentro y se lo estaba follando, o más bien le estaba destrozando el agujero de lo gorda y grande que la tenía.
Ahí estaba Allen, gimiendo, abriéndose de piernas, dejando que efectivamente esa polla penetrara su culo sin condón hasta el fondo, hasta los huevos. Cualquier mirón habría disfrutado también primero de la paja que se hizo Allen bien follado y cuando se la dejó suelta, danzando como una puta, dando banzados sin control entre sus piernas.
El lubricante natural de su saliva estaba empezando a agotarse. Allen bajó a darle combustible antes de que Chuck volviera a echarlo como un saco sobre sus hombros y se lo llevara escaleras arriba, hasta que la que seguramente fuera su casa. Allí en la entrada, todavía en volandas sobre sus brazos, Chuck lo colocó frente a él, dejó caer su culo y le preparó la polla tiesa para que cuando resbalara sobre su torso se ensartara en ella.
Traga polla, traga polla. Su culo bien relleno de ella, sin un puto hueco libre. Los enormes y fuertes brazos de ese hombre, su torso viril y peludo, su cara de cabronazo que giraba una y otra vez cuando Allen intentaba conseguir algo de conexión buscando su mirada. Ese maromo no quería amor, quería sexo. Agarró los muslitos de Allen y lo impulsó hacia arriba para dejarlo caer sobre su polla, una y otra vez.
En la mesa donde comía, puso a Allen de lado y le penetró el agujeor de ese hermoso culo a placer. Allen volvió a chupársela, esta vez con más saliva que nunca, Chuck se sentó en el banco y Allen encima de sus piernas, sobre las que cabalgó al trote primero y luego la galope antes de pedir permiso a Chuck para correrse en la entrada de su casa.
Permiso concedido o, en ausencia de palabras, quien calla otorga, Allen se agarró la pija y soltó unos buenos lefazos disparados hacia el frente que cayeron al suelo. Descargado y satisfecho, retiró la polla de su culo y se agachó. Chuck se la azotó con una mano y con la otra agarró la cabeza de Allen para atraerle hacia él. Le soltó la leche en toda la boca, la lengua y en los dientes. Allen se quedó un buen rato chupándosela, rebañando los restos de lefa y el semen que todavía proliferaba de la raja de ese pollón inmenso.