Cuando a El Aleman le explicaban en clase de mates que pesaban lo mismo un kilo de hierro que un kilo de paja, ya sabía él que algo no estaba bien en ese dato, porque por ende, lo mismo debería pesar su polla en la huevera flácida y dura y, ahora que se estaba magreando el paquete con la mano por encima de los vaqueros, sin duda eso no pesada lo mismo ni de coña.
Se estaba tocando mientras espiaba a su compañero de piso Caetano Soares por la rendija que había dejado entreabierta en la puerta de su habitación. Le molaba ver desnudarse a los chicos, cuando se sacaban la remera luciendo torso y sobre todo cuando se hacían la bajadita de calzones y el miembro salía despedido colgando y bailando entre las piernas. El de Caetano le gustaba especialmente porque la tenía bien gordita y su cuerpo desnudo se le antojaba.
Aprovechó que se metió en el cuarto de baño para entrar en su cuarto y lanzarse sobre la cama, donde se había dejado la ropa interior. El Ale pensaba que no había un mejor aroma e este mundo que el del olor de la huevera de un macho después de hacer deporte. Cogió los gayumbos azules de Caetano con las manos y los deslizó entre sus manos buscando la parte frontal, se los llevó a las napias y aspiró ese aroma dulzón que le ponía los ojos en blanco.
¿Qué iba a tardar su compa, diez o quince minutos como mucho? Suficientes para bajarse los pantalones y tocarse la cola. O no fue consciente del tiempo que había pasado o a su colegui se le había olvidado algo en la habitación, porque le pilló in fraganti. La verdad es que, lejos de molestarle, a Caetano le puso cachondo que otro tio hiciera eso y más con sus pertenencias.
Cogió sus calzones y se los rebozó por los morros a El Ale, pero tenía algo todavía mucho mejor. Para qué esnifar paquete si podía olisquear la polla y los huevos que habían dejado ese olor. Cateano dejó caer la toalla blanca que llevaba anudada en la cadera y El Ale acercó su cara frotando la nariz, la frente y los labios por el pollón largo, gordo y morenito.
Se la empezó a chupar y la polla creció en su boca. De estar encapuchada, pasó a mostrar su enorme cipote y El Ale tenía tanta hambre que se la comió hasta los huevos. Qué gorda, no paraba de repetírselo una y otra vez mientras le metía una buena mamada dejándole toda la saliva encima del rabo. Caetano cogió los gayumbos, le dio otro repasito por los morros con ellos y luego se los puso en la cabeza como un pasamontañas.
A Caetano también se le había despertado el hambre de rabo al ver el pedazo tocho de su colega. Decía que él la tenía gorda pero había que ver la suya. La postura invitaba a hacer un sesenta y nueve en la camita, los dos tumbados de lado, mirando hacia direcciones contrarias, comiéndose las pollas a la vez. Joder qué puto vicio, mirar hacia el frente y ver rabo, mirar hacia abajo y ver a tu colega mamándotela con ganas. Un toma y daca perfecto.
La mamada no fue suficiente. En cuanto Caetano retiró su rabo de la boca de El Ale, este se dio la vuelta y le regaló su culazo blanquito y redondete. Caetano le volvió a pasar los calzones. Iba a necesitarlos para lo que estaba a punto de hacerle. Se tumbó en la cama y El Ale hizo una sentadilla sobre sus piernas clavándose a pelo toda su gordísima pollaza.
Le costó digerir el tamaño un buen rato. Iba sentándose encima con tiento, dejando pasar por su ano cada centímetro. Caetano no podía esperar más, así que le culeó desde abajo y le obligó a tragar. Qué buen culazo, apretadito y acogedor. El Ale comenzó con la picha flácida, arrugadita como si hubiera salido al frío del invierno en la calle, pero a medida que fue saltando sobre la verga, empezó a crecerle y ahora ya la tenía completamente dura pegando rebotes sobre su estómago.
Menudo tio cerdo y vicioso. Caetano plantó los pies en el colchón doblando las rodillas para tener mayor empuje y se lo gozó a pelo reventándole el culo. Lo dejó abierto de piernas y se lo folló de pie al borde de la cama. El Ale seguía con sus gayumbos en la mano, aspirando el aroma de su rabo cada dos por tres, le pedía que le follara más duro y cumplió sus exigencias.
Empezó a gemir en alto, cada vez más veces y de seguido, casi no podía entender lo que decía, pero no le hacía falta, porque el idioma de una buena corrida se interpretaba con otro sentido. Vio salir de su polla gorda unos chorretes que le mojaron el capullo y se deslizaron por su pulgar y su puño. Caetano le pidió que le diera de comer rabo para hacerse su paja. El Ale estuvo al quite y en cuanto Caetano comenzó a disparar trallazos de leche, ahí estaba él para recogerlos con su boca. Qué buenos lefazos, bien cargados, saltando en el aire, mojándole la barbita, el bigote, la lengua. Para un fetichista esnifador de hueveras, recibir leche en los morros y la carita era el mejor manjar que podían entregarle.