Francis y Martin Muse hacen un flip-fuck sin condones y se lefan el uno al otro las boquitas | Latin Leche

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Las dos parejitas habían encontrado el lugar ideal donde permanecer de vacaciones unos días. Un pequeño hostal sin muchas pretensiones pero bonito, con su jardín, su fuente, recogidito y acogedor, como una de esas casas antiguas y vecinales donde el estrés quedaba de puertas para afuera y se podía respirar el aire a libertad. Francis y Martin Muse salieron a la par de sus habitaciones. A ambos les había dado tiempo de abrir las maletas, follar con sus respectivas parejas, ducharse y arreglarse para salir juntos.

A Francis le entraron ganas de echar una meadita y Martin le acompañó. En cuando se sacaron las chorras de las braguetas, la atracción fue instantánea. No es que quisieran mirársela el uno al otro, pero el que hubiera un espejo justo enfrente de los meaderos por debajo de sus caderas, dejando al descubierto cada atributo de cada hombre que pasara por allí, no dejó más remedio que mirar, por mucho que uno no quisiera hacerlo.

Podía haber quedado así la cosa, con Martin elogiando a Francis por lo bonita que la tenía, pero vérsela le puso tan cachondo que tuvo que preguntar a Francis si se dejaba tocársela. La respuesta de Francis fue inmediata. Se la soltó y dejó que Martin se la cogiera con la mano y la palpara. El tocamiento condujo a la masturbación y el placer a un morreo entre los dos. Martin se inclinó y se la chupó. Al rato, Francis se colocó de rodillas frente a los meaderos y le comió toda la polla.

El pito se le puso durísimo y le encantó la forma en la que Francis se la chupaba entera, haciendo resbalar con suavidad sus ricos labios por encima del rabo. No era su boca la única que le daba placer. Ver a ese tiarrón cachas con la camiseta de manga corta ajustada a sus biceps, buena espalda y esa carita tan atractiva, conservaban la erección en su justa medida.

Durante un buen rato zorrearon en el baño de chicos dándose el turno para chupársela, chocando sus pollas duras como lanzas, cruzando pajas. Empezaron a escuchar el ruido cercano del resto de inquilinos. Necesitaban un lugar más íntimo para zanjar el tema entre los dos. Pagaron un extra a la regente para que les dejara una habitación aparte.

Una vez allí, se quedaron desnudos y siguieron adorándose las pijas hasta que Martin fue el primero en ceder y ponerse a cuatro patas en la cama. Francis se la metió a pelo por detrás, se inclinó sobre la espalda de Martin dejando que sintiera el calor de su torso y le cubrió forzando el duro pene dentro de su agujerito. Martin volvió a elogiar el rabo de Francis. Le encantaba tener a un tio así encima, gimiendo cerca de su oreja, poder girar la cabeza y tener sus labios a tiro para besarlos.

Después de recibir, Martin puso a Francis contra la pared, dobló las rodillas mientras se cogía la polla dura, la introducía entre las nalgas de Francis y le jodía a pelo con su pollón. Se lo llevó a la camita y le folló ese culazo de macho. Qué diferentes eran las caras de los dos dependiendo del rol que escogían. Cuando empotraban, su rostro reflejaba fuerza bruta y concentración. Recibiendo rabo, se convertían en las putitas perfectas, con la frnete relajada, la boca entreabierta y los ojos en blanco.

Francis se dio la vuelta, se sentó al borde de la cama y empezó a pajearse con saña. Martin se acgachó poniendo la cabeza entre sus piernas, con la carita cerca de su pene, sacando la lengua, chupando el vicio de ese cipote lubricadito de precum. Tras un par de gemidos, Martin vio toda la leche proyectarse fuera de la pija y se lo chupó todo, degustando especialmente el cipote del que no paraba de manar lefa.

Al ver cómo se la chupaba toda, Francis le instó a que siguiera haciéndolo, a que no dejara gota. Le agarró de los pelos subiéndole la cabeza hacia arriba, cerca de la suya y le pegó un morreo, rebañando las sobras que le habían quedado en todos los morros y en la barbita. Martin se puso de pie y se la devolvió. Se pajeó encima de la cara de Francis. Con dos buenos lechazos, le dejó el semen en la boquita, la leche en la comisura de los labios, resbalando por su barba, hacia su barbilla. Se quedó mirándole. Era flipante ver a ese chulo con toda su lefa en los morros. De nuevo compartieron toda esa leche a besos y se apresuraron para volver a la ducha y arregñarse antes de que llegaran los chicos.

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