Jugando al bondage con el guaperas de Spencer, descubriendo su lado erótico y su largo y precioso pollón | The Male Muse

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¿Recuerdas cómo nos conocimos, Spencer? Tú y yo, separados por los colegas y por unos cinco metros de distancia en la discoteca. Las luces de neón danzando por la sala, creando entre los dos un pasillo en trance donde todo a nuestro alrededor parecía ir a cámara lenta. La flecha de cupido, pero no de ese que reparte amor, sino del que reparte atracción y sexo a espuertas, nos disparó al instante. Me enamoré de tu pelo, de tu barba y bigote recorriendo esa carita tan guapa, del vello que se descubría en tu pecho bajo tu camisa blanca desabrochada por arriba, del tremendo paquete que se dibujaba entre tus piernas.

Nos la comimos en el baño, pero no nos conformamos con unas mamadas y si te he visto no me acuerdo. Salimos de la disco poniendo la excusa de que te encontrabas mal y nos fuimos a mi casa a pata, comiéndonos la boca a cada paso del camino que nos separaba de ella, aprovechando cada rincón, cada zona sin luz, cada callejón, para darnos el lote y meter las manos por debajo de los pantalones para tocarnos todo lo que quisimos.

Al llegar estabas tan juguetón y receptivo que te coloqué un antifaz. Mientras te ataba las manos, morboseé contigo, echándote el aliento de mis besos, sin llegar a besarte, deseando tu boca, tus labios, sentir el raspado de tu bigote y los pelos de tu barba contra los míos. Sonreías mientras me buscabas la boca sin saber muy bien dónde estaba, pero te hice esperar.

Se te estaba poniendo dura. Como para no darme cuenta. Te la saqué por donde te la sacas para mear, por un lateral. Aparté la huevera de los calzones hacia un lado y disfruté de las vistas de tu pene erecto en todo su esplendor. Larga, venosa, con el cipote recubriendo el pellejo, dejando apenas un pequeño agujerito por el que podía verse la raja del capullo. Agarré tus manos atadas y te hice tocarte la polla, te obligué a pajeártela con las dos. Desnudaste tu cipote retirando hacia atrás la capucha y tu pollón se infló más todavía, demostrando lo dura y grande que la tenías.

Yo estaba cerca, muy cerca, sintiendo el calor de tu cuerpo, tu respiración agitada. Seguiste pajeándote a dos manos poniéndote cómodo en el suelo. Esta vez te até las manos a las piernas y te balanceaste hacia un lado del suelo con ellas abiertas. Te ayudé a quitarte los calzones, descubriendo un culazo peludo y precioso. No te los bajé del todo. Los dejé ahí, con la parte trasera cubriendo el agujero de tu culo como un velo, pero lo suficiente para poder verte la raja del culo y desear follarte a fuego.


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