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Sam Ledger se encuentra con el legendario acechador del bosque Chuck Conrad, le come la gigantesca polla y se deja follar a pelo | MEN

The Wood Lurker

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Contaban las leyendas, al menos aquellas que corrían de boca en boca por todo el insituto desde hacía un par de años, que por los bosques del condado de Backwood merodeaba El Acechador, Chuck Conrad, un hombre de gran envergadura con la polla muy grande y dura, parecido a un leñador pero de tamaño gigante, tanto como su rabo, que se llevaba a su cabaña a los chicos vírgenes que vagaban solitarios por los alrededores y allí se encargaba de quitarles para siempre su virginidad metiéndoles por el culo y sin condón su gigantesca polla.

Uau, estas historias, hacían que a Sam Ledger se le pusiera del todo dura por debajo del pupitre cada vez que las escuchaba. El precum mojaba la huevera de sus calzones sólo de pensar en ser poseído por un hombre grande y corpulento jodiéndole el culito de forma salvaje, destrozándoselo entero hasta abrirle un hueco imposible, así que aprovechó un fin de semana soleado para coger la tienda de campaña e irse solito al bosque, móvil en mano, para documentar la existencia de ese ser del que todos hablaban.

Mentiría si dijera que a esas ganas de ser desvirgado por un tiarrón así, le acompañaba algo de miedo. Pudo sentirlo por primera vez cuando estando fuera de la tienda, escuchó el ruido de unas pisadas sobre la hojarasca. Podía sentirlo, había alguien espiándolo. Corrió hacia el interior y en esa mezcla entre el miedo y la pasión a la que no podía resistirse, terminó desnudándose, apenas con los calzoncillos puestos. Una forma fácil y efectiva de atraer a El Acechador si le estaba espiando.

Entonces ocurrió. Un grito sobrehumano en el exterior, la tienda zarandeándose, como si Chuck intentara volcarla y ponerla patas arriba para conseguir a su presa. Se escondió en el saco de dormir y al mirar fuera ahí estaba, justo encima de él. Era real. Un tiarrón enorme que le sacaba tres o más cuerpos, con la camisa de leñador abierta enseñando un torso sobrehumano, musculoso y peludo. No supo ni cómo tuvo tiempo de reparar en su paquete, enorme, con una pirula dibujándose sobre su cadera y sobresaliendo del bolsillo de sus pantalones.

Aunque era eso lo que había ido a buscar, sintió miedo e intentó escapar. ¿Y si en lugar de desvirgar se dedicaba a raptar a chicos como él para hacer otras cosas? El Acechador le cogió en volandas, saco de dormir incluído, llevándoselo en hombros hacia el interior del bosque, le puso de rodillas en un claro y se bajó los pantalones, sacándose un pollón gigantesco que a Sam le dejó con la boca abierta.

Jamás había visto en su vida una polla tan grande, ni en las pelis porno y fotos con la se pajeaba cada día. Era descomunal, grande, larga gorda, descapullada. Así que la leyenda era cierta. Agarró ese falo con su manita, que era poca cosa asiendo ese gigantesco rabo y logró meterse el cipote por la boca. No podía abarcarla entera, era enorme y su boca no daba para más por mucho que intentara abrirla, ese pollón se la taponaba entera.

A Sam no le habían follado el culito nunca, pero de chupar pollas sabía un rato. Esa superaba todas sus expectativas, pero sabía cómo ordeñarla entre sus labios para calmar la rabia de ese hombre, que al fin y al cabo era un hombre y le gustaban las mismas cosas que a todos los hombres yle hizo cosas como hacían todos los hombres cuando les estaban comiendo la verga, como apalear su tierna y joven carita con el rabo sintiéndose poderoso.

Comió polla como nunca lo había hecho en su vida, con el hambre voraz que le despertaba ese tiarrón tan grande, fuerte y musculoso. Era mirar hacia arriba, ver su cara de cabrón, ese torso espectacular, sus brazos enormes y es que el hambre entraba sola. Cuando Chuck se bajó un poco más los pantalones, dejó al descubiertos sus enormes cojones. Eran realmente grandes, tanto que cuando Sam se los intentó coger y sobar con una manita, se dio cuenta de que no podía abarcarlos con ella.

Si la leyenda seguía siendo cierta y ese tio la metía por los culitos vírgenes sin condón, más le valía chuparla a conciencia y dejarla bien engrasada, porque se venía grande. Chuck le agarró por el cuello y lo levantó como si fuera un peso pluma, le dio la vuelta y, después de destrozar de un plumazo la parte del saco de dormir donde el chaval tenía el culete todavía protegido y abrir un buen boquete, le metió la polla por el jodido culo toda a pelo.

Sam, ese chico que a veces se ponía romántico y otras no, el que en sueños se imaginaba perdiendo el virgo rodeado de velas en la bañera o en los baños públicos del instituto a manos del equipo de rugby, ahora estaba allí, perdido y raptado en mitad del bosque, perdiendo la virginidad a manos de una leyenda, de un tiarrón grande y corpulento con la polla más grande que había visto en su puta vida.

Menudo pollón. Y a pesar de ser tan grande entró enterito de las ganas que le tenía. Podía sentir la gran huevera clavándose en la raja de su culo cada vez que lo empotraba, la enorme verga arrastrándose por el interior de su ano, de su cuerpo, sintiendo cómo le convertía en todo un hombrecito. Miró hacia atrás. Su culito tan estrecho y pequeño tenía que ser un regalo para ese tio, porque sabía que a los hombres tan grandes le molaban los agujeritos estrechos por donde meterla. Se sentían con poder al hacerlo. Les encantaba presumir de pollaza.

Sam no dejaba de proferir gemidos por la boca. Era alucinante tener un rabo así de grande rellenándole el culo por completo, dándoselo de sí como si fuera chicle. Tardó en darse cuenta de que el objeto contra el que estaba inclinado era una mesa de camping. El Acechador se quitó toda la ropa, se quedó completamente desnudo y se sentó a la mesa con las piernas mirando hacia afuera. Sam se tomó un momento para mirarle de arriba a abajo antes de sentarse sobre sus piernas y regalarle una vez más su culito.

Era tremendo, enorme, un ser gigantesco, un Hulk. Qué torso tan grande, cuatro veces el de Sam. Y su tranca admirable, irrepetible. Le dio la espalda, se subió con los pies al asiento y pasó la mano entre sus piernas para cogerle la polla y conducirla hacia el agujero dispuesto a sentarse encima. Al sentir el roce y el calor de su torso enla espalda, su respiración agitada en la oreja y notar ese tremendo pollón en la mano, a Sam se le abrió el ojete solito.

Para que entrara mejor todavía, puso los pies, todavía con las zapas puestas, en los robustos muslazos de ese macho, quedándose en volandas sobre su cuerpo, dejándose poseer por completo. Un chavalín delgadito desvirgado y follado a manos de un hombretón, sus manazas gigantes cogiéndole por los muslos, impulsándolo hacia arriba para que cayera con fuerza y tragara polla por el culo.

Dio media vuelta y volvió a clavarse su polla. Por primera vez en toda la tarde, así como estaban ahora frente a frente y tan pegaditos, sintió un atisbo de necesidad de cariño en ese leñador perdido cuando este le abrazó como a un hijo. Ese abrazo de oso, sintiendo contra su pecho los latidos de su corazón desbocado, el calor de su cuerpo, la enorme polla inundándole el ojete.

En volandas y con fuerza, lo levantó entre sus brazos y se lo llevó contra un árbol cercano. Se abrazó a su cuello y se dejó penetrar con fuerza. Qué músculos, cuánto poder, qué buenos caderazos metía con rabia ese cabrón. Nadie podía reprochar a Sam que exhalase por la boca esos gemiditos de puta bien follada. Y quién no lo haría teniendo a ese macho delante dándote lo que más deseas.

Al contrario que otros chicos de su misma edad que habían perdido la virginidad con una buena cogorza encima, él recordaría la suya para siempre, aunque pasados los años se preguntaría si aquello fue real o un sueño húmedo. Chuck se lo llevó encima de la mesa de camping y le arreó tan fuerte que Sam se corrió encima del puto gusto.

La leche salió volando de su polla entre su cuerpo y el de ese hombre, dejándole un buen chorrazo por debajo del ombligo. No paró ni viéndole así, ya con la leche encima. Al contrario, se encabronó más, le cogió de los muslos atrayéndolo hacia él y se la enchufó a toda hostia reventándole el culo. Entonces le plantó una mano por detrás del cuello y le obligó a ponerse de rodillas.

Estando frente a ese gigantesco pollón que le colgaba entre las piernas, Sam pensó en cuán necesitado estaría ese tio, en cuántos días llevaría sin correrse y en cómo de llenos tendría los huevos de leche. Estaba deseando descubrirlo. A su edad nada le gustaba más que una buena corrida en la cara y esa, por el tamaño de la polla y lo grandes que tenía los huevos, presentía que iba a ser espectacular.

Chuck le cogió con una mano de los pelos obligándole a mirar hacia arriba. Con la otra mano se pajeó el rabo encima de la cara del chaval. Soltó unos gemidos de animal y su polla empezó a disparar sin control desperdigando su semen por encima de la jeta de Sam y alrededores, poniendo su semilla en el bosque. Una vez se sacó el grueso de la corrida, le metió la polla dentro de la boca para que le chupase todo lo que quedaba dentro. Unos buenos goterones de lefa no paraban de inundar el cipote. Sam los chupaba, se los tragaba y salía otro igual de espeso y caliente, como biberón.

El Acechador le apaleó la cara con su verga corrida, ensuciándole toda la carita y el flequillo del pelo con su semen. Le chupó una vez más la polla corrida, que ahora le colgaba morcillona pero todavía larga y enorme. Sam nunca pudo documentar su encuentro, puesto que Chuck se llevó su móvil. Desde ese día y en adelante por muchos años venideros, cada vez que Sam follaba con un tio, cerraba los ojos y se imaginaba a ese tiarrón metiéndosela. Nunca podría olvidarle, pero lo peor es que jamás volvería a verle, porque ya no era virgen.

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