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Romeo Davis mete una buena follada al culazo de Leo Rocha penetrándole con su enorme y gordo pollón | Fucker Mate

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Lo primero que hacía Romeo Davis cada mañana era acercarse a la habitación de su compañero de piso. Leo Rocha solía dormir desnudito. Rozar con sus manos cada zona de su cuerpo, especialmente las piernas, los muslos y su precioso culito de melocotón, suave y tierno, era su religión antes de ir a la cocina a tomar le desayuno.

Hay que ver lo cariñoso que se ponía el chavalito cuando le veía aparecer por la puerta con esa barba de macho y su gorrita con la visera hacia atrás. Un malote que le ponía a cien y conseguía que el ojete se le abriera al instante. Leo se fijó en el paquete de sus calzones, como siempre con un buen bulto y el pollón luchando por salir tirando de la tela. Se puso de rodillas, se los bajó y empezó a comerle ese pedazo de trabuco largo y gordo que era una auténtica delicia para los sentidos.

Menudo chorizo se llevó a la boca le muy cabrón, llenándosela por completo y forzando un poco más las tuercas hasta notar el cipote en el gaznate. Cuando se retiró con los morros llenos de babas de tanto chupársela, antes de que Romeo le tumbara en la cama, miró el cuerpazo de ese empotrador, atlético, alto, tatuado, destilando pura energía sexual por cada uno de sus poros.

Le folló la boquita la borde de la cama. A Leo le encantaba meter la cabeza entre las piernas de un tio, porque las vistas eran espectaculares. Tener a tiro toda su polla, los cojones y la raja de su culete para viciarse los ojos, era una alegría para el cuerpo y solía provocarle un hambre atroz. Su culito estaba más que preparado, pero adoraba sentir el raspado de la barba de ese chulo, su lengua húmeda y caliente relamiéndole todo el percal, desde la base de los huevos hasta la espalda de una sola pasada.

La tenía larga y traviesa. Ese día, por lo que fuera, le dedicó más tiempo a besarle el ojete, a trabajárselo. Leo sintió que ese tio estaba más caliente que nunca y gimió en silencio pniendo los ojos en blanco cada vez que él le agarraba las nalgas y le abría la raja, cada vez que le rozaba el interior del ano con la punta de la lengua. Se la metió sin manos. Tan solo se tuvo que poner de pie y empujar con todo su cuerpo meciéndose hacia adelante. El primer toque y el segundo sirvieron para que a Leo se le abriera el hueco al sentir el cipote queriendo abrirse paso, a la tercera fue la vencita y esa pedazo de tranca entró por su esfínter completamente a pelo.

Ahí estaba, refrotándose en sus entrañas sobre su propia saliva como único lubricante, penetrándole, gozándose su pedazo de culo tragón, metiéndosela hasta cargarle las bolas en las nalgas. Llegó un momento que le entró como la seda. Leo estaba muy receptivo. Se puso bocarriba y se hizo un ovillo recogiendo las piernas doblando las rodillas sobre el pecho. Romeo le coló el rabo y se lo agujereó con mucho amor, pero sin compasión.

Volvió a darle por culo. Leo estiró el brazo hacia atrás y palpó la cadera y la nalga de Romeo. Le gustaba ser partícipe del poder de cada empotrada que le metía, sentir la fuerza con la que le empalaba y la distancia que Romeo ponía entre su cuerpo y el suyo antes de joderle con la polla una vez más. Tocar esos muslazos fuertes, peludos y varoniles atacándole por detrás, le volvía loco.

Dio unos pasitos hacia adelante sobre el colchón, obligando a Romeo a seguirle si quería seguir follándoselo. Romeo se subió de rodillas, se puso detrás de él, le encajó la polla y, poniendo las dos manos detrás de su espalda, le adoró el culo a pollazos. La siguiente vez que se lo folló bocarriba, se la metió sin contemplaciones. Le tenía todo para él, para meterla, para sacarla, para empujar sus piernas hacia arriba elevando su culete y soltarle un escupitajo en el ojal para que le entrara mejor. Romeo la tenía tan dura y firme que no le hicieron falta manos durante toda la follada para conducirla hacia su agujero.

Con la boca abierta, impresionado por la follada que le estaba metiendo, Leo permaneció alerta sobando los muslos de ese cabrón, por si en algún momento se volvía demasiado animal y tenía que pararle los pies antes de que le destrozara el culo con su pollaza. Para su sorpresa, no sólo no tuvo que hacerlo, sino que le rozó cariñosamente las piernas con las manos animándole a seguir reventándole el ojete.

Entonces ocurrió. Por primera vez Romeo se inclinó sobre él y le besó. Pudo sentir sus gemidos, su respiración agitada y se volvió loco de gusto. Demasiado íntimo para lo que los dos estaban acostumbrados cada mañana desde que se conocían. Así no durarían ni un asalto. Leo le retiró, le tumbó en la cama y le cabalgó la polla pajeándosea con todo su culo. Y tuvo que pajeársela a conciencia porque tenía una vara larga y gorda que necesitaba dedicación absoluta.

Ahora el que permanecía alerta era Romeo, que plantó los pies en las sábanas, las rodillas dobladas por si tanto placer acababa por rellenarle las bolas de jugo, tomar el control y darse un respiro culeándole desde abajo. De nuevo bocarriba, Leo se peló el rabo disparando lefa hacia el entrecejo de sus pectorales, dejando que goteara leche sobre su ombligo. Romeo le sacó la polla del culo e hizo una gesto con la mano a Leo pidiéndole que se diera la vuelta.

Ese día ni cara ni hostias, ese día quería trallarle la espalda. Se corrió encima del chaval dejándole un montón de charcos de esperla sobre ella. Los recogió con los dedos nutriéndose la polla de mecos calentitos y suaves y se la volvió a colar a pelo por el ojete dosificándole el ano con toda su estirpe. Al sacar el rabo, el borde del agujero del ano de Leo tenía un buen poso de leche.

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@ fotos por Oscar Mishima

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