Esneider Parra le come la pedazo polla a Perro Crespo hasta los huevos y se deja follar a pelo en el sillón rojo | Fucker Mate

Perro vs Parra

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¿Que le llamaran chupapollas en el instituto? A Esneider Parra no le importaba lo más mínimo, es más, le encantaba que lo hicieran. Le gustaba meterse en los baños y comerse unos buenos rabos, más a sabiendas de que muchos de los que se habían dejado chupar la polla, eran los que ahora, delante de sus amigotes, se envalentonaban y se ponían a decirle tales cosas.

Había algo en la intimidad de los baños para chicos que le volvía loquísimo. El sonido de las manos desabrochando los botones, corriendo la cremallera de las braguetas, el tintineo de los cinturones, el ruido del pis impactando contra los meaderos, los gemiditos de gusto de los tios al miccionar, sus poses con las piernas ligeramente abiertas, rabos de todos los colores y tamaños colgando por fuera de los pantalones.

A medida que fue creciendo, se fue volviendo más guapo e interesante, diana para los chicos. Su pelo rizadito rapado por los lados, su guapísima cara, sus cejas con raya, la barbita que demostraba que se estaba convirtiendo en un hombre en edad de merecer, con capacidad para procrear, su cuerpo cada vez más definido y musculadito, su culo cada vez más irresistible.

Lo notaba en las miradas de ellos, de interés, explorando su cuerpo de arriba a abajo mientras se tocaban el paquete. Se sentía halagado cuando a un tio se le ponía duro por el simple hecho de mirarle e imaginar lo que sería posible hacer con él. Los baños se le quedaron cortos. Entre clase y clase seguía colándose en ellos con algún chico, pero pronto necesitó más y se liberó por completo en el Club Sillón Rojo, el lugar donde un hombre podía dar rienda suelta a sus fantasías.

Allí dentro, en los pasillos, celdas y mazmorras, no hacía falta especular con miraditas y suposiciones de para qué eran. Si un tio tenía ganas de ti, se acercaba y lo hacías. Cada hombre que recorría su cuerpo con sus manos y se metía dentro de él le parecía más interesante que el anterior, como un hambre insaciable que nunca se apagaba. Ahí estaba, insinuándose tras los barrotes ante Perro Crespo, un chaval que tendría su edad, juraría haberlo visto en el insti.

Gorrita con visera hacia atrás, cara atractiva, bigote al estilo italiano y perilla. Llevaba unos calzones muy ajustados, tanto que se le bajaban hacia abajo por la parte delantera al estar empalmado y se le veían los pelazos negros de la base de la polla. Eso fue suficiente para que a Esneider se le despertara el apetito. Siguió alimentando el morbo, dándole la espalda, dejando que ese tio se acercara y le tocara el culo.

Echó el brazo hacia atrás y le bajó la goma de los calzones. Sintió el calor y la carne del rabo en la mano y tuvo que darse la vuelta para comprobar si era cierto lo que intuía. Perro era el típico delgadito pollón. Lo que tenía entre las piernas era descomunal, una chistorra bien pesada, larga y gorda que caía por su propio peso. A Esneider le faltó tiempo para ponerse de rodillas y comérsela entre los barrotes.

Para cuando se la metió entre los labios y la engrasó con sus babas, a ese tio se le había puesto más dura y la tenía venosa. Sin remilgos, así de primeras, Esneider se la tragó hasta los huevos ahora que aún podía. Le encantaba tener las pelotas de un tio frotándose contra su barbilla y con su pene erecto bien adentro colándose por su garganta.

A ellos les gustaba fotografiar con la vista sus enormes pollas frotándose contra una cara bien guapa, por eso la sacaban de su boca bien llena de saliva y le ponían a comer hueva mientras deslizaban su potente miembro viril por la guapísima jeta, derritiéndose con la mirada de esos ojazos, azotándole la lengüita antes de volver a dejar que se la chupara.

Utilizaban su boca como si fuera un culo y se la follaban, a fondo, dejándole unos segundos sin respiración, con la cara roja, con los labios bien pegados a las pelotas, cada una desplazada a un lado de la boca y la nariz respirando pelos. Y cuanto más lo hacían, más querían. Por eso Esneider tenía tan buenas tragaderas, porque había aprendido que los tios disfrutaban follándole la boca y no ponían freno.

Algunos como Perro llegaban a subirse a los barrotes para doblar las rodillas y ejercer más fuerza todavía, como si que les comieran las pollas al completo no fuera suficiente. Perro le apresó la cabeza, se la pasó por los barrotes y empezó a culearle la boquita, jodiéndole la barbilla con los huevazos cada vez que se la metía dentro. El sonido del deglutir se dejó escuchar por toda la sala. Traga que te traga.

El club no tenía ese nombre porque sí. Su sillón rojo era casi como un monumento que se situaba entre la pared y la celda. Se decía que un tio no podía salir de allí sin haberse follado o haberse dejado follar antes el culo en ese asiento, así que hombre que entraba, hombre que salía contento. Era una tradición. Esneider se inclinó sobre le sillón rojo y dejó que Perro hiciera el resto dle trabajo.

Sintió cómo le apaleaba la raja del culo con el rabo bien duro, todo excitado, escuchó cómo le escupía para dejarlo suave, luego sintió esa polla gorda, dura y enorme penetrándole por dentro sin condón. Por el puro ansia, Perro la intentó meter un poco más arriba del agujero, Esneider le cogió la manguera y la condujo hacia su interior, tan solo la punta, dejando que Perro se la metiera con tan solo avanzar sus caderas hacia adelante.

Igual que había hecho antes dándole de comer rabo entre los barrotes, el cabrón subió una pierna a uno de ellos aprovechando que lo tenía justo al lado y se impulsó con fuerza, dándo a Esneider por culo hasta hacer que la sintiera a fondo. El plas plas de los huevos chocando contra las nalgas era plausible. Toda la barra entrando dentro del agujero del culo, las pelotas rebotando llenas de leche, una y otra vez en una danza hipnótica merecedora de hacerse una paja si algún cerdete mirón se hubiera puesto a observar la jugada desde abajo.

Le templó el culo a base de bien, continuó dándole por detrás frente a los barrotes de la celda y volvió a llevárselo al sillón rojo, esta vez follándoselo con las piernas abiertas y frente a frente. Se inclinó sobre él y se juró a sí mismo que no iba a parar hasta correrse. El culo cada vez tragaba mejor, lo tenía chorreandito, Perro se dejó llevar, no quería salir de su interior. Le preñó. Al sacar la chistorra, brotó del ojete abierto una buena corrida por toda la raja del culo. No la dejó caer, deslizó su propio semen entre los dedos, masajeando el agujero del chaval, sintiendo en las yemas la suavidad del contacto de su ojete ahora resbaladizo con toda esa lefa recubriéndolo.

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