Los abrazos de oso le gustaban a Johnny Donovan más que a un tonto un lápiz. Pocas veces solía arriesgarse en los baños a seducir a un tio corpulento como Eddie Burke, pues la mayoría acababan metiéndole una somanta de hostias, así que se había conformado casi toda su vida con camelarse a chicos jovenzuelos que caían en las redes de sus ojazos y su cara bonita y amigable, todos con culitos prietos que aliviaban el placer de su fornicadora polla.
Lo de Eddie surgió de pura casualidad, en los meaderos. Uno se daba cuenta. No era la mirada de un tio que gusta de comparar su pija con la de los demás con los que se cruza para ver de qué pasta está hecho, miradas que en cuanto se ven sorprendidas se retiran de la competición. No. La mirada de Burke se sostuvo largo tiempo en el rabo miccionador de Deacon, apreciando cada centímetro y cada movimiento, la forma en la que se la sacaba y se la guardaba dentro de la bragueta.
Así nació una bonita amistad. Deacon le palmeó el culazo a Burke y se fueron juntos a un lugar donde follar. Grande como un armario empotrado, un torso voluminoso, barbita pelirroja que no pudo apreciar bien en la penumbra de los baños para hombres y unos ojazos azules que le miraron lascivamente cuando el grandullón le acicaló el pezón de la tetilla con la lengua.
Ese puto cabrón fue buscándole la polla. Deacon se desanudó las bermudas para ponérselo fácil y para cuando se la sacó ya la tenía tiesa y dura. No pudo olvidar su cara con una sonrisa de sorpresa al ver el nabo tan preparado, la lengua dándole un repasito de abajo a arriba a todo el palo y la forma en la que la engulló hasta los huevos echándole todo el aliento caliente en el pito y a continuación devorándola entera.
Por segunda vez en toda su vida, Deacon se sintió ese chavalillo desprotegido que se la toca por primera vez, a punto de correrse precozmente. Cómo apretaba fuerte con los labis pretendiendo sacarle toda la leche. Tras unas cuantas mamadas, Burke se quitó sus pantalones dejando ver que su pito estaba igual de duro. Muy apatecible, pero mucho más su culo.
Decir culo era poco, eso que tenía Burke por trasero era un señor culazo. Deacon se preguntó si él estaría a la altura de algo tan grande, porque hacía falta un buen pene, extremadamente largo, para hacerse hueco por la profunda raja antes de penetrar su ano. Por suerte Deacon la tenía lo suficientemente larga y dura para follárselo y sin ningún tipo de dudas, le enfundó la polla en el agujero sin condón y empujó con las caderas metiéndose dentro de ese tiarrón.
Suave y apretadito, perforarle el ojete pronto se convirtió en un puto vicio del que no pudo escapar. Meterla era como comer pipas. Le puso a cuatro sobre la cama, le separó las piernas y se puso las botas cacheando y comiéndose el culazo. Se subió a la cama con él y lo reventó a pollazos. Para ser él menos corpulento, estaba dando la talla.
Burke gritó como un puto cabronazo mientras la barra entraba y salía de su recto. Que le gustaba al muy mamonazo que le frotaran un buen rabo por todo el agujero del culo. Le hizo sentarse sobre sus piernas y se lo agujereó hasta que le vino el gustillo. Seguro que era tan cerdaco que le gustaba que se le corrieran en toda la jeta. Deacon salió de su culo, le ofreció ponerse de rodillas, con cariño le cogió de la nuca atrayéndolo hacia sus caderas, se pajeó duro con la zurda y se corrió encima de su cara bañándola de leche.
El esperma resbalando por sus mejillas, un buen chorrazo nutriendo su barba de proteínas y en mitad de la fiesta a Deacon se le escapó un chorrazo largo que salió volando por encima de su cara hasta el más allá. Los últimos restos le cayeron en el ojo y luego le dio de comer rabo. Culo follado y cara sucia. Cuando Burke le miró desde abajo con toda la cara llena de esperma, Deacon tuvo que asumir que como artista no tenía rival. Tumbó a ese tiarrón en la cama y le hizo pajearse hasta devolvérsela.