Su jefe, además de elegante, estaba buenísimo. A Manuel Reyes le molestaba un poco el ruido de la campanita, la cual si tuviera oportunidad ya le habría metido por el culo, pero cuando llegaba con el periódico o a servirle el café y Gustavo Cruz le miraba apenas unos segundos con esos ojazos de conquistador, su corazón de desbocaba.
Sabía que le tiraban las damas de alta cuna, que las llevaba a la casa y les hacía unos trabajitos espectaculares a juzgar por cómo gemían las cabronas en el sofá del salón, pero hacía ya bastantes días que el jefe estaba solo y Manuel supuso que, como todos los tios, tendría ganas de contacto físico. A riesgo de perder su trabajo, aprovechó que Gustavo estaba leyendo el periódico para agacharse, meterse entre sus piernas, bajarle la bragueta y sacarle todo el pollón.
Sí, pollón era la palabra adecuada para esa pedazo verga tan larga, gruesa y alucinante. Ahora comprendía mejor por qué chillaban esas cabronas. Su jefe ni se inmutó, como si hubiera esperado que eso sucediera en algún momento, incluso retiró el periódico de su vista cuando Manuel empezó a mamársela a cabezazos. Así que al machote le gustaba ver cómo otro hombre se metía su pedazo barra por la boca y le procuraba buenos cuidado, ¿eh?
Cuando Manuel miraba hacia arriba, Gustavo le apartaba la mirada, pretendiendo fingir que se interesaba por algún artículo del magazine, pero al final no pudieron evitar cruzarlas y se volvió loco de gusto al ver lo ojazos de su sirviente, su cara bonita, la forma en la que se paseaba su enorme rabo por la cara, rozándolo por los pelos de su bigote y de su barba antes de volver a zampársela.
Las pretensiones de Manuel fueron más allá. Le iba a dar a su jefe algo que seguramente esas señoritas no se atrevían, su puerta de atrás. Se bajó los pantalones delante de él, se encorvó hacia adelante y se ayudó de las manos para separarse las nalgas y enseñarle su delicioso y apretado agujero. Gustavo le metió la pija sin condón, le atravesó con ella y le empotró contra la ventana. Luego le dejó montar encima sobre sus piernas y Manuel se tomó la licencia de correrse sobre el traje impecable de su jefe.