Puede que otros compañeros de curro encontraran otras vías de escape al estrés del trabajo, la de Lazzarato era ir a los clubes de striptease. Hasta ahora se había mantenido fiel, pecando sólo de pensamiento, imaginando a todos esos chicos guapos y cachas comiéndole la polla, follándoselos en el camerino o allí mismo, sobre el escenario, rodeados de otros tios que se pajearían mirándolos. Con eso le valía.
Pero todo cambió cuando conoció a Diego Spicy. Su apellido artítico no podía estar mejor puesto. El chaval era delgadito, puede que hasta normal, pero si uno se fijaba lo suficiente y asistía a uno de sus bailes, encontraba en él ese algo picante, rebelde, que te enganchaba cosa mala. Así estaba Lazzarato, completamente prendido de él. Por primeras vez pensó en pecar a lo grande, de pensamiento pero también de obra.
Ese día se puso sus mejores galas. Traje, corbata, bien surtido de billetes para obsequiar su arte. Por primera vez se dejó llevar. Cuando Diego le hizo un bailecito para él solo, alargó el brazo y le tocó el torso con la mano. Descubrió que a pesar de parecer delgadito, el chaval estaba buenorro, con sus abdominales bien marcados. Se quedó sorprendido cuando Diego le cogió la mano y le hizo tocarle sus partes nobles, descubriendo que además ese chaval tenía una buenísima dote entre las piernas, mejor de lo esperado.
De alguna forma tenía que haberlo supuesto, delgadito y pollón, no fallaba casi nunca. Menuda verga tenía le colega, se la sacó allí mismo delante de us jeta dejándole con la boca abierta. La tenía larguísima y jodidamente gruesa. Lazzarato se dejó una mamada en ella, bien cargada de saliva. Sacar todo ese pollón de su boca, todo ensalivado y mirar cómo rebotaba toda esa tranca en un cuerpo tan delgadito, le dejó alucinando.
Hizo que el chaval le devolviera el favor, pero Lazzarato sintió que no podía salir de allí sin tener la pollaza de ese chaval clavada dentro de él. Tenía que llevar le pecado hasta el final. Le dio culo y Diego lo tomó por banda. Menuda follada le pegó, estampándole en el pandero esos cojonazos colgantes que tenía. Remataron la viciada bocarriba. Lazzarato tuvo a bien levantarse la camisa blanca para que los dos se corrieran encima de su torso viril y peludete.