La Familia Polla: Anderson Mason se deja follar sin condón por el nuevo novio chulazo de su madre Marco Napoli en la consulta | Family Dick

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Anderson Mason se sentía raro en las consultas del sicólogo. Tumbado en un sofá que confortaba perfectamente cada forma de su anatomía, se ponía a hablar de su vida privada y problemas como si estuviera solo, tan sólo interrumpido por alguna pregunta que venía del hombre que le acompañaba en la consulta y al que no podía ver.

Hacía poco que su madre se había echado un nuevo novio. Aunque no se atrevió a preguntarle la edad y llevaban poco tiempo saliendo, por su apariencia física y atlética y lo macho fornido que aparentaba ser, no le echaba más de treinta y tantos. Estaba claro que a su madre y a él le iban el mismo tipo de hombres, por eso, como Marco Napoli era terapeuta, no rechazó la oferta que le propuso su madre de ir de nuevo a una consulta de esas tan aburridas dispuesto a largar sobre su vida una vez más.

Su objetivo estaba claro: calentar al especialista e intentar conseguir que se lo follase allí mismo igual que se follaba a su madre por las esquinas de la casa cuando él estaba en el instituto o cuando creían que dormía. La excusa era perfecta y se la contó tal cual. Sufría de insomnio porque no hacía más que pensar en el novio de su madre desnudo, dando rabo, metiendo polla, duchándose mientras el agua y el jabón resbalaba por su cuerpazo.

Como para no sentirse aludido. Marco, que estaba en plenitud sexual y se pasaba el noventa y nueve por ciento del tiempo pensando en el sexo, empezó a calentarse con el relato del hijo de su nueva pareja y no le quedó otra que tocarse por encima de la ropa. Justo cuando se estaba magreando el paquete y se quitaba el cinturón, quizá porque escuchó el tintineo de la hebilla, Anderson hizo un silencio. Marco paró en seco para que el chaval no sospechase nada y le animó a seguir contando su historia. Anderson arrancó de nuevo y Marco aprovecho que el chico no le estaba viendo para empezar a despelotarse y comenzar a cascarse una buena gayola a su salud.

Poco duró el cinco contra uno, lo justo para ponérsela morcillona y presentable, acercarse al chaval y sugerirle que mirara hacia un lado con la promesa de que no le contaría nada a su madre y es que ya se sabe, que ante todo en la consulta de un terapeuta, prima el secreto profesional. Anderson no sabía si aquello era profesional o no, pero lo que sí tenía seguro es que aquella enorme polla que se merendaba su madre día y noche estaba buenísima, que ahora lo comprendía todo, por qué andaba como una perra y se espatarraba por la cocina y en cualquier lugar para que ese macho le metiera toda esa polla.

Gorda, venosa, descapullada, con un buen matojo de pelos en la base. El nuevo padre y el nuevo hijo decidieron conocerse mejor desnudándose y quedándose en igualdad de condiciones de cintura para abajo. Marco hizo levantarse a Anderson del sofá, le puso de rodillas, le agarró con las dos manos del cuello suavemente y le invitó a comerse la polla.

El pito morcillón empezó a coger forma y a ponerse tieso al momento de rozarlo con sus labios. Tenía una pollaza guapa ese cabrón. Anderson, que todavía estaba en edad de aprender a comer rabos, se vino arriba cuando notó los pelos de la base de la polla rozando su nariz mientras sentía cómo la mano calentita de su nuevo daddy se posaba detrás de su cuello.

Casi sin darse cuenta, Anderson se había puesto palote. Marco enseguida se dio cuenta, tumbó al chaval en el suelo de la consulta y le comió el pipote. Anderson estuvo a esto de correrse en su boca. No estaba acostumbrado a que un tio tan varonil con barbita y bigote se zampara su rabo. Mientras se la chupaba, su padrastro se fue quotando toda la ropa quedándose en bolas.

Y menudo culazo tenía. Qué bien se tenía que agarrar a él su madre mientras se la follaba, ahí con las piernas abiertas, enganchada a ese trasero blanquito, peludo y perfecto como el de un futbolista. Anderson habría dado cualquier cosa por hundir su polla en el fondo de su raja, pero ese día no. Ese día sería él el que acabaría de rodillas en ese sofá que tantas veces había odiado y aprendería a mirarlo con otros ojos.

A cuatro patas sobre él, Marco se puso detrás y le metió el pito sin condón porque según él ahora todo quedaba en familia. Ese machote tenía tanta energía, tanta carga en las bolas, que a Marco se le hizo el culo pepsi cola pensando en que a partir de ahora compartiría algo más con su madre sin que ella tuviera por qué saberlo, ocultándolo bajo la mentira de la terapia.

Anderson se sentó encima de las piernas de ese cabrón que estaba tumbado sobre el suelo, hincándose su polla, dándole la espalda, apoyando las manos en sus fuertes y peludos pectorales. Dejó que viera cómo el culo le proporcionaba una suculenta paja. Anderson se hizo la suya propia. Mientras se corría, del gusto cayó hacia un lado y se mojó el muslo de esperma. Marco le elevó la pierna, se colocó delante de él y se lo siguió follando de rodillas mientras el chaval se sacaba la vida por la polla.

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