El compañero que le habían puesto a Francois Sagat en la oficina hacía de todo menos ayudar a que el trabajo saliera adelante. Ni de coña iba a estar terminado a tiempo para preentar al jefe como Tyler Berg siguiera pensando más en la labor que en tocar los huevos, además literalmente.
Terminar el curro que les habían asignado, requería estar hasta altas horas de la noche en el despacho. Para matar el tiempo libre sin caer en el sueño, Francois intentaba pensar el miles de cosas, pero en la mente de Tyler sólo había una que quitaba más tiempo del que podían permitirse.
No había momento en que el cabrón no se acercase a Francois y se le insinuase. Y claro, siendo tan tarde, sin nadie trabajando más que ellos, sin poder salir de fiesta y divertirse, con un compi tan predispuesto, terminó bajándose los pantalones, metiendo a Tyler debajo de la mesa de conferencias y haciendo que le chupara la polla.
Con esos ojazos azules mirando hacia arriba, tan grandote y atractivo, su rabo creció sobremanera. Lo espectacular fue tener el culazo para él solito ahí, encima de la mesa, con el ojete abierto de par en par y entre medias de sus piernas una larga pija colgando, larguísima. Le iba a pegar una paliza con la polla que iba a conseguir que esa chorra chocase contra sus pelotas al metérsela hasta el fondo.
Juntos descubrieron una manera para permanecer despiertos toda la noche, aunque eso retrasara el trabajo. Se chupaban los rabos y follaban como perros. Un día el jefe casi les pilla con la mamada, pero salieron al paso, el jefe se metió en su despacho y sólo salió cuando le alertaron con las corridas. Tuvieron que huir con la leche saliéndoles del cipote y dejaron la mesa perdida. Menuda situación cuando el jefazo tocó la lefa preguntándose qué era ese líquido blanco y lechoso. Les dio tanto morbo que se lo hicieron otra vez tras los cristales.