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Calzones sudados 2: El pajote en grupo que acabó con una puta rodeada de machos y un tanga rebosante de lefa

BEL AMI ONLINE

Antes de cumplir los trece, tuve mi primer sueño húmedo. Me levanté con los calzones mojados y me asusté al ver ese líquido blanco y lechoso pegado a mi polla. Con toda mi santa inocencia, le pregunté a mi madre, que me respondió que aquello eran los primeros calostros. Ahora pienso que quizá debí acudir a mi padre, porque a esa edad y más cuando te pasan cosas raras, acudir al diccionario puede ser tu perdición. Calostro, la primera secreción láctea después del parto de un mamífero. ¿Qué coño había dado yo a luz?

A los pocos días, justo en la mañana de mi trece aniversario, me hice mi primera paja completa con eyaculación y volví a reencontrarme con mis queridos calostros. Menudo gustito me daban los cabrones según iban saliendo por la raja de todo mi cipote. Atando cabos y hablando con los amigos de la escuela, descubrí que ni calostros ni hostias, que aquello era el resultado de machacarse el rabo, producto de mis cojones. Me había convertido oficialmente en un hombre de pleno derecho para dar de comer y preñar en abundancia.

Mi deseo sexual aumentó exponencialmente y repercutía en mis sueños. A menudo, cascarme una paja en el baño diariamente hacía que al día siguiente no amaneciese mojado, pero no era una teoría excluyente. No descubrí el secreto de las poluciones nocturnas hasta que tuve relaciones sexuales con otras personas y comencé a cumplir todas mis fantasías, momento en que frenaron casi en seco. Casi, porque siempre me quedaba alguna por cumplir que hacía fuerza bajo las sábanas aprovechándose de mi estado de vulnerabilidad, ahí solito, durmiendo en la cama. Hijas de puta.

Hacía ya cinco años que apenas mojaba las sábanas. Para ser exactos, cinco años y un par de semanas. No las mojaba involuntariamente, pero sí de forma totalmente voluntariosa y con alevosía. Después de la fiesta de mis calzones sudados de la semana anterior, cuando caía la noche y me quedaba a solas con mi rabo en la mano, me lo zurcía de lo lindo cerrando los ojos y recordando la cerdada que habíamos cometido.

No sé si los demás aún recordarían el olor de mi huevera con el aroma mezclado de meadas y corridas de tres días completos, pero yo no podía olvidar el momento en el que mi decimosegundo colega me plantó mis propios gayumbos completamente empapados con el semen de trece tios en toda la cara. Fue como entrar en los vestuarios del gym y que de repente todos esos machotes me pusieran a la vez en la jeta sus rabos y sus cojones, trece pollas, veintiséis cojones, todos juntos en mis napias para oler y que de repente todos a la vez se me corriesen encima.

La muy zorra de mi mente no dejaba de atormentarme desde ese día, trayendo a mi cabeza una y otra vez el momento en que toda esa leche caliente de trece machos empezó a resbalar por mi cara, a colarse por mis narices, a meterse por mi boca dejándome un sabor de todos los sabores, amargo, dulce, saladito, despertando todos mis sentidos, anidando sobre mi lengua, en mi paladar, haciéndome un experto culinario en semen, así, de repente.

Durante los dos días previos al siguiente encuentro, intenté pensar en otras cosas y dejar de hacerme pajas. Casi todos lo hacíamos, menos al que le tocaba dejar su olor en los calzones. Nos conocíamos muy bien, bastante bien, pero también nos gustaba impresionar a los demás y no había mejor forma que dejar reposar los huevos para que cuando llegase el momento de la corrida, pudiéramos dar la talla con abundantes y lechosos lefazos que provocasen la admiración de los que estaban mirando. En el fondo éramos una puta manada de lobos intentando ver cuál era el más feroz.

Cuando el sábado por la tarde regresé a la casa de mi colega, el que todavía tenía veintitrés, descubrí con asombro que allí no éramos trece como siempre. La guarrada que hicimos la semana pasada había corrido de boca en boca y éramos por lo menos treinta maromos dispuestos a dejar el suelo del piso resbaladizo. No era cuestión de echarles de casa. En el fondo siempre apetecía alegrarse la vista con nuevas caras y pollas.

No sé si eso me asustó o me alegró más que descubrir que el cabronazo que tuvo el honor de plantarme mis calzones cargados de lefa en toda la cara, cumplió su promesa de llevar un tanga. Lo enseñó así sin más, bajándose los pantalones y meneando el trasero mientras hacía la gracia y la tela se le colaba por la raja del culo. No sé, pero yo no lo veía. Treinta tíos con sus pelotas cargaditas de semen para una tela fina y estrecha que un solo tio o a lo sumo dos podrían dejar convertida en un puto y jodido pañuelo de calostros. No lo quería ver, pero lo iba a ver.

Poco había que explicar a aquellos putos novatos. Ya irían entendiendo las reglas sobre la marcha si es que alguno todavía no se había enterado de la movida. Peli porno en la tele, de gays como era costumbre desde hacía un par de años, algunas risitas, alguien rompió el hielo sacándose la polla de la bragueta después de que todos estuvimos un buen rato sobándonos los paquetes y los demás le seguimos el rollo.

Los sofás alrededor de la tele no daban cabida para tantos culos. Como pudimos nos sentamos como sardinas en lata, garantizando la movilidad de nuestros brazos pajeadores. Algunos se sentaron en los reposabrazos y el resto tuvo que decidir entre si se ponían delante sentados a la vista de todos o de pie detrás. La mayoría decidió quedarse haciéndose pajas detrás, por lo que esa tarde no sólo veíamos las pollas de nuestros allegados, sino las que también sobrevolaban nuestras cabezas.

No se podría decir que estaba incómodo, porque esa no fue la sensación, pero sentirme tan apretado entre dos tios a cada lado, con mi brazo derecho chocándose constantemente con el zurdo que tenía a mi derecha y ver de reojo a cada lado de mi cara, sobre mis hombros, dos enormes pollas que en cualquier momento podrían lanzar, era una sensación que me dejaba en inferioridad de condiciones. Intenté sobrellevarlo cascándome la paja al mismo ritmo que el zurdo. Casi que estaríamos más cómodos agarrando cada uno la del otro.

Le sacamos punta a los lapiceros. Allí había de todos los tamaños y colores y la mayoría de miradas se concentraban o en la tele o en los que tenían las pollas más grandes. Después de un buen rato de pajeo, la habitación se inundó de olor a rabo y los jadeos iban en aumento. Coincidió justo cuando en la peli un tio muy pollón la metía a pelo por el culito de un chaval. Uno de los nuevos que estaba de pie, se corrió dejando toda la leche sobre el pelo de la cabeza del que tenía enfrente y su hombro derecho.

Todos apartamos la mirada del televisor y del resto de coleguitas de paja para deleitarnos en la forma en la que expulsaba lefa y los perfectos chorrazos de leche blanca que le había dejado en el cabello. Como no podía ocurrir de otra forma, se inició la puta desbandada y a los pocos segundos, uno de los trece iniciales que estaba en el sofá de enfrente, profirió un gemido y se cascó una gayola. Casi por inercia, los dos que estaban a su lado se corrieron a la vez. Los cabronazos parecían dos putos aspersores por cuyas pollas salían los disparos de lefa casi al tiempo, cubriendo de semen los muslazos de los chulos que había detrás.

Un espontáneo saltó por encima de mi sofá y fue directo a chuparles los rabos. El soniquete de los chupetones que les metía a esos rabos cubiertos de lefa se unió al de las risas de sorpresa de sus dueños, que levantaron los brazos poniéndose las manos detrás de la cabeza dejándose hacer. Nuestros colega se quitó el tanga y rápidamente, con toda su polla tiesa y enorme colgando y dando bandazos, se acercó al espontáneo, le hizo morder el tanguita, le limpió la boca y después se lo colocó sobre la cara como si fuera una máscara.

«Vamos a lefar a esta zorrita«, dijo. Varios tios salieron disparados formando un corrillo cercando a la puta. Por un momento sólo ví una panda de tios con buenos traseros, algunos doblando las rodillas mientras gemían, presumí que dejando escapar la lefa de sus cargados cojones. Me levanté e intenté hacerme hueco entre tanto salido. Por el camino veía en sus ojos a unos putos animales con una sola misión.

Noté el roce de cosas muy grandes, duras y calientes rozándome el trasero y las caderas y cuando quise darme cuenta, un par de tios se habían puesto a mi lado, pasándome el brazo por detrás de la espalda en plan camaradería y tanto los tres como otro gran grupo estábamos ya rodeando de nuevo al espontáneo. Apenas un trozo de tela dejaba intuir el color del tanga, porque el resto estaba cubierto de leche y el tio se relamía las comisuras de los labios, intentando llegar a los lefotes que unos desalmados le habían dejado en las mejillas.

Era un puto cuadro el chaval. Tenía una hilera de semen colgando de la oreja como si fuera un pendiente. Uno de los tios más pollones le agarró la boca atrayéndola hacia su rabo, con su manaza grande y fuerte le obligó a abrir la boca y le metió toda la descarga de lefa dentro. El muy cerdo cerró la boca, hizo unos espumarajos de leche y los escupió hacia arriba manchándonos a todos los que estábamos enfrente.

Uno de los colegas del chico pollón se enfadó mucho. «Te estás portando muy mal putita«, y agarrándole del pelo con la mano, se pajeó sobre su cara y le embadurnó la jeta con un grandioso chorrazo de semen desde el nacimiento del pelo, pasando por la nariz cubierta por le pringoso tanga, hasta la barbilla. Recién corrido y con el rabaco colgando y mojado, salió del círculo para dejar que entrasen otros.

Como en una lucha de titanes, uno de los que me condujo hacia el corrillo, el que estaba a mi izquierda y otro que estaba al otro lado del lienzo de esperma, avisaron de que se corrían y metieron unos impresionantes trallazos de lefa alcanzándose mutuamente. El semen empezó a caer del aire hacia el suelo con fuerza mojando pies ajenos. Sin proponérmelo, me convertí en el pañuelo de lágrimas y noviete del de mi izquierda, porque en el fragor de la batalla, me pegó un morreo, me dio una palmada en el culete y me metió el dedo por la raja del culo invitándome a correrme sobre toda esa ingente cantidad de lefa sobre una cara.

He de reconocer que el tio se portó. Tenía buena mano, tan grande que sostenía todo mi culo. Con el dedo no dejaba de atosigarme el ojete y encima me susurraba guarradas a la oreja. Me desalojé los huevos dejando toda mi leche sobre esa cara completamente cubierta de jarabe de macho y después me fundí en un beso y un abrazo con mi nueva e inesperada conquista. Él me agarró del culo, yo me colgué de él formando una cadena con mis brazos alrededor de su cuello y zorreamos pegándonos bien cuerpo a cuerpo, frotando con vicio nuestras pollas corridas y los cojones.

Nos fuimos a retozar sobre el sofá mientras seguíamos escuchando los gemidos de los tios que quedaban por correrse. Poco a poco se fue viendo la luz a través del túnel. Cuando toda la tribu se hubo descargado las bolas, el espontáneo, que parecía un busto recorrido por hileras de semen que le cruzaban toda la cara, los hombros y el pecho, se quitó el tanga de la cara como buenamente pudo, cogiéndolo entre su dedo pulgar e índice como si fuera un trozo de tela barato y apestoso.

Ya no se adivinaba ni por asomo el color del tanga, por el que caía lefa pringando. El dueño del tanga se acercó de nuevo, cogió el trozo de tela apretándolo entre sus dos manos, poniéndolo por encima de la jeta de ese mamón, obligó a la putita a abrir la boca y estrujó el tanga escurriéndolo como una balleta, dejando que el cocktail de semen de esa treintena de machos cayese dentro de su boca. «Traga, puta«, le dijo dándole una hostia suave pero enérgica en la cara. Todos vimos cómo la nuez en la garganta del chavalote hacía un movimiento lento y se lo tragaba todo, todo el caldo de nuestros cojones, bien calentito, adueñándose de esa garganta hasta llegar a su estómago. Proteína pura.

Yo me quedé relajado al calor de mi nuevo amigo mientras veía cómo los demás chavales se marchaban a casa. Primero un chapoteo de pies desnudos contra el suelo lleno de semen, algún que otro resbalón no intencionado, tios que se vestían por los pies, otros que volvían a esconder sus grandes pijas en los calzones, mojando un poco la tela con las gotitas que aún les rezumaban por los capullos. Todos vistiéndose entre risas de gozada, otros que comentaban la jugada como la mejor guarrada que habían hecho en su vida.

No sé si habría otra jornada como aquella o mejor en nuestras vidas de pajilleros en grupo, pero mi colega se encargó de que yo pasase una velada a solas con mi nuevo chulazo, echando de allí a todos los demás. Follé durante toda la madrugada, adorando la enorme pija del guapísimo maromo que me había abierto el culo y en elq ue no sé por qué coño no me había fijado antes con lo bueno que estaba. Dicen que de una boda siempre sale otra. Pues de un tanga sudado, sale otro. Acabé al amanecer de rodillas, cogiendo el trozo de tela con olor a semen de treinta hombres sobre mi cara y dejé que mi mano me metiera encima la última descarga. Me la tragué toda.

@ fotografía de los calzones lefados de JesusGay84

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