Vadim Romanov se folla a pelo el culazo de Louis Ricaute | Fucker Mate

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Alguna vez, cuando Vadim Romanov se pajeaba la polla, pensaba en lo diferente que su rabo parecía en tamaño dependiendo de en qué manos se cobijaba. La tenía grande, de eso no había ninguna duda, un super pollón, pero ahora que el grandullón de Louis Ricaute se la amorcillaba con su gran mano, casi abarcándola entera, le parecía de lo más normal.

El tio era enorme, un armario empotrado. A Vadim siempre le habían gustado los tios como él, los seguratas de las discotecas, grandes, altos, capaces de mover setenta kilos con un dedo sin inmutarse. Tan alto y varonil con todo el pelo en el pecho, Vadim se deshacía entre sus manos, cuando se las apoyó en la cadera y se permitió el lujo de pasearlas por su trasero.

Tenía que haber sido él en todo caso el que se agachase para rendirle tributo, pero fue Louis el que se puso de rodillas y veneró el rabaco de Vadim con mucho cariño, sacando la lengua y mirando hacia arriba, esperando su ración de comida, una buena chorra. Era demasiado. Con tan sólo tres dedacos ya le ocupaba la tercera parte de la polla y esa cabeza grandota no paraba de chupársela. Que un tio el doble de grande que tú te coma el rabo es una de esas situaciones que te obligan a mirar hacia otra parte o pensar en mil historias si pretendes contener la paja en los huevos.

Menos mal que la chupó flojito, como si midiese la intensidad con la que sus labios se amoldaban a la piel del rabo, hasta que se puso en plan cabrón y cabeceó a lo loco con la intención de tragarse la polla hasta los cojones. Vadim, en lugar de huir, le agarró del cogote y culeó para ayudarle a conseguir su logro. Ojazos, dientes blancos como la nieve, una carita de machote irresistible, a Vadim se le puso durísima y su pollón alcanzó el grado máximo de crecimiento.

Su rabo en vertical, calzado ahora por la mano de Louis, era todo un monumento. Puso la cabeza al borde de la cama para probar el otro monumento en esa habitación, dejando que Louis se subiera a la cama y acomodase la raja del culete encima de su jeta de una sentadilla. Vadim se sentía como si estuviera en culolandia, todo a lo grande, con el calorcito de las bolas de Louis aplastadas sobre su frente.

Sólo rabos como el suyo podían explorar en profundidad culazos como ese. Qué pequeñas parecían sus manitas encima, comparadas con esa gran superficie que se movía como un flan al palmearle los cachetes. Le engrasó un poco más la entrada antes de meterle la palanca directa, toda entera y a pelo por el ojal. Menudo culo tragón, que se la engullía de principio a fin.

Las paredes de ese señor culazo atrapaban la polla enorme de Vadim con la fuerza justa y un roce suave que empezó a crearle lechita en las pelotas. Ese roce se convirtió en vicio y fue cuando Vadim empezó a culearle como una bestia, porque necesitaba sentir más y más el gustillo al meterla. Por mucho que palmease ese culazo con sus caderas cada vez que se la colaba hasta el fondo, aún le parecía poco.

En horizontal, follando sobre la cama, por lo menos todavía luchaban de igual a igual, pero de pie la cosa cambiaba. Tras pegarle una tanda de pollazos, Louis se incorporó. Vadim volvió a sentirse impresionado ante el cuerpazo de ese macho que le daba la espalda, con su polla todavía clavada en el calentito aguero entre sus piernas.

En qué momento se le ocurrió dejarle montar su pija. Se arrepintió nada más ver cómo se tragaba toda su polla con el culo, con ganas de correrse y sin poder escapar, teniendo que afrontar una paja porculeadora de las grandes. Para colmo, Louis le pasó una mano por las pelotas y la bolsa de los huevos. Esa caricia casi le cuesta una preñada.

La única solución pasaba por que se sentara de espaldas, porque uniendo al conjunto el hecho de observar los movimientos de su enorme polla golpeándole el estómago, le estaba poniendo calentito. Tres lechotes se pegó el cabrón sobre los pelos negracos por debajo del ombligo, pajeándose mientras Vadim le empalaba las nalgas. Todo ciego y con la escopeta cargada, Vadim se la cascó sobre sus pectorales y le dibujó unos preciosos chorrazos blancos de lefa que se quedaron colgando de la abundante pelambrera.

La raja de la polla todavía rezumaba jarabe cuando Louis acercó la boca y cobijó el cipote entre sus labios, degustando esos últimos mecos. Vadim todavía se encontraba dando espasmos por la corrida, dando las últimas gotas de biberón a ese gigante devorador de rabos.

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