Vadim Farrell y Andrei Karenin se abandonan a unos buenos pajotes en un antiguo almacén frente a la bahía | Bel Ami Online
Unos viejos almacenes junto a la bahía serían el mejor de los escenarios para que dos cuerpos desnudos dieran vida y color a un lugar vacio, con algunos muebles en los que se acumulaba el polvo y ventanas a través de las cuales a duras penas se podían distinguir las vistas. Vadim Farrell acudió junto a Andrei Karenin a las escaleras de caracol del piso intermedio, con su larguísimo rabo colgando entre las piernas.
Andrei se la estaba tocando para no desentonar en las fotos. Le gustaba estar guapo para el objetivo. Los dos se la soltaron, dejándolas rebotar sobre sus huevos. Largas, bien parecidas, con la caspucha puesta. Incluso completamente dura, a Vadim no se le retraía el pellejo por naturaleza. Fue tumbado en el piso, cuando su cuerpo frente al soleado ventanal dibujó la forma de una sombra con el falo tieso, cuando con el pulgar retrajo la piel y mostró el verdadero potencial de su enorme y durísimo pene.
Jodidamente largo y grande, sólo apetecía chupar, viciarse y sentarse encima de él para sentirlo bien adentro. Los dos se sentaron en un antiguo sofá y se dieron a la paja. Sus manos deslizándose con fuerza una y otra vez por sus miembros viriles, haciendo rebotar sus pelotas entre los muslos, recgarándolas de abundante leche. No dudaron, en esa robada intimidad, en darse besitos.
Vadim la tenía tan larga que se veía obligado a darle más duro. Esa pedazo de polla en su mano era una locura. Enorme, venosa, con el pellejo recubriendo el glande una y otra vez, incluso empapado en la corrida cuando apuntó hacia adelante y descargó. Al verlo, Andrei se vino arriba y lanzó por su polla un potente misil dirigido a su cadera. Los dos saludaron a la cámara para despedirse, con esa sonrisa de felicidad después de una buena corrida. Lo hicieron con la mano con la que se habían pajeado, llena de leche.
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