Los viajes de trabajo se llevaban mejor cuando ibas con todos los gastos pagados. En la empresa en la que trabajaba Bruno Max sabían cuáles eran las necesidades de sus trabajadores, así que dentro de esos gastos estaban incluídos los de cualquier «contratación personal» que fuera necesaria para satisfacer sus necesidades sexuales. En cuanto Bruno llegó a la habitación del hotel, se quitó los zapatos, se desanudó la corbata y empezó a buscar a su chico ideal. Al llegar a Allen King, que posaba en una foto mirándole con esos ojazos cargados de perversión, mostrando su culazo y un buen pollón colgándole entre las piernas, se le puso dura y le contactó.
Al verlo en persona, no podía creer que fuera real. Estaba todavía más guapo y más buenorro en persona. Se presentó con una camiseta básica que se ceñía a su cuerpo atlético y musculado, unos pantalones oscuros también ceñidos y unas zapas blancas. Mientras él llegaba, Bruno había preparado su particular sala de juegos. Una camisa blanca de traje para el chaval, un dildo gigante y un buen fajo de dinero.
El juego era el siguiente: Allen se ponía la camisa pero sin abrochársela, dejándola abierta para que Bruno pudiera ver su torso. También se queaba con los calcetos negros puestos y los gayumbos blancos. Se metía en la ducha abierta y brindaba un espectáculo de camisetas mojadas a Bruno, que lo estaba observando desde la habitación llevándose ya una mano al paquete.
Allen sabía cómo calentar a un tio. Todo lo demás fue improvisado. Se dio la vuelta y le mostró su pedazo de pandero lujurioso. Fue instantáneo. A Bruno se le abrieron los ojos como platos. No había visto un culo igual. Si faltaba poco para que se le empalmara, eso terminó por resolver le problema. Bruno se la tuvo que sacar de la bragueta y se la peló mientras Allen se metía unos deditos por el ojete y gemía deseando que se lo follara.
El chaval salió de la ducha completamente mojado, tan atractivo. Se agachó y empezó la fiesta. Qué guapa le quedaba en la cara una buena pollaza rellenando su boca tragona. Le tumbó sobre la cama abierto de piernas y, tras abrirle el agujero con el dildo gigante negro de goma, su rabo fue después, disfrutando de ese culito hambriento que devoró su polla sin condón.
Cómo saltaba el cabrón encima de sus piernas metiéndole una buena cabalgada y encima se dejó la pirula suelta, que empezó a dar bandazos, alardeando de lo larga que era. Todo fue placentero, sobre todo el momento final en el que Allen se tumbó, abrió la boca, sacó a lengua a tope y pidió a Bruno que le entregara toda la leche. De rodillas frente a su jeta, Bruno dejó los morros y el cuello de ese mamón bien repletos de proteína de macho.









