Iba a echar de menos pasar por delante de la puerta de la habitación de Abel Sanztin cada mañana, pillarle siempre preparado, masturbándose esa larguísima, fonida y descomunal pollaza de veinticuatro centímetros, arrodillarse en su cama, inclinarse para darle un beso y saber que parte de la mañana ya estaría ocupada follando con él. La idea de que no hubiera más atormentaba a Alfonso Osnaya.
Pero echarían ese último casquete que sin duda sería el mejo e inolvidable, que se quedaría como un buen regusto en su memoria, porque no es fácil olvidar a un tio así cuando te jode el culo con toda esa barra larga mirándote fíjamente a los ojos, amándote. Poco a poco la mano de Abel se va apartando de su propio rabo y es sustituída por los labios hambrientos de Alfonso.
No es porque todavía la tenga algo blandita y morcillona que Alfonso consiga tragársela enterita con todo lo larga y gorda que es, plantando los labios en la bolsa de los huevazos de ese macho, aguantando la respiración unos segundos, dejando que Abel culee desde abajo y le folle la boquita como él sabe hacerlo. Es que después de aprender cómo comerse algo tan grande y repetir cada día, ha conseguido una técnica infalible para jalarse falos así de largos, gruesos y duros.
Al ver la pirula salir empapada de su boca, parece increíble que se haya tragado tanto rabo, casi magia. El cabrón repite, pero ahora con toda esa pija dura. Abel le sonrie mientras le agarra a dos manos la cabecita y empuja hacia su entrepierna. Sabe que puede y que le va a dar un gusto increíble. Inlina la cabeza hacia un lado para ver mejor el espectáculo: su pollón desapareciendo dentro de su boca una vez más. Al sacársela, Alfonso mira a Abel, con la cara sonrojada por el esfuerzo y con lágrimas en los ojos. Una muestra de amor. Le echará de menos.
Esa polla ya se ha convertido en un buen mástil. Alfonso se pone de rodillas y Abel se levanta. Antes de darle de comer polla, le apalea la jeta para que sienta la fuerza del pollón y le entren ganas. La diferencia de chupársela, o mejor dicho, tragársela, cuando está de pie, es que se queda hipnotizado con el movimiento de vaivén de las pelotas colgantes de Abel y que cuando traga lo suficiente, siente el golpeteo de esas bolas calientes rellenas de leche en la barbilla.
Eso y que cuando la saca de su boca, ve la pirula gigante y cubierta de babas colgando entre sus piernas. Y ese es un espectáculo increíble cuando un hombre está tan bien dotado. Entre los dos se ayudan para que en esa nueva postura el rabo vuelva a entrar a fondo y se convierta en otra alucinante mamada de garganta profunda. Alfonso llorará cuando se marche, pero antes de que eso suceda, quiere sacar lágrimas por él en la cama.
Cuando se tumba en la camita, de lado, elevando una pierna y ve acercarse a ese tiarrón con todo eso colgando, se pone cachondísimo. No es capaz de apartar la vista de esa descomunal polla, durísima, perfecta. Así pasa, que tiene el ojete del culo tan abierto cuando Abel se pone de rodillas detrás de él, que cuando se la mete sin condón, el rabo entra como la seda y puede empezar a follárselo a pelo sacando y metiendo de principio a fin todo el pollón.
El masaje que le da en el ano es increíble. Le ama porque ningún otro hombre ha llegado tan lejos dentro de él. Le mira con veneración, observando cómo se lo trabaja, cómo se pone en tensión para penetrarle, los amplios movimientos que tiene que hacer con las caderas para meterla como él quiere por el simple hecho de tenerla tan larga.
Poquito a poco, a medida que esa polla entra de sobras, Alfonso se va poniendo en una postura que sabe que le excita. Sigue de lado, solo que ahora se ha recostado un poco más en la camita, casi bocabajo, ha apretado los muslos tanto que entre medias se le salen los huevos y así deja que Abel tenga unas vistas preciosas de su culo como si fuera un agujero en el que jugar a meterla sin descanso.
Con esta postura no sólo la siente más apretada que nunca, sino que además puede sentir el golpeteo de sus huevos cargados en las nalgas. Después de intentar cabalgarle en vano, pues Abel se ha levantado con ganas y carga con todo el peso de su culo entre las manos cogiéndoselo y enculándole desde abajo, se lo lleva mirando hacia la pared y lo empotra por detrás escuchando el soniquete del plameo de sus cadeas contra el culo.
Joder cómo le gusta que le dé por detrás, que despierte su imaginación. Alfonso se pone tan perraco que su pene se pone firme y empieza a chorrear precum, soltando una hilera brillante y pegajosa parecida a la miel, colgando de la punta del cipote. No quiere que acabe, no quiere tener que despedirse de él, pero su rabo es ya una olla a presión, así que se tumba en la cama bocarriba, se abre de piernas y deja que Abel se lo folle a puertas abiertas.
Alfonso le mira, puede ver también su larguísima polla dándole placer, sumergiéndose dentro de su ano. Se la pela y acaba con un charco de semen encima, un montón de leche que se le acumula en el agujero del ombligo y resbala por su cadera en dirección a las sábanas. Mientras disfruta de la paja, Abel se la sigue metiendo. Alfonso piensa en si lavar después esas sábanas o tenerlas como recuerdo, esnifándolas cuando le invada la nostalgia y oler el sudor y la paja de dos machos en celo.
Cuando Abel sale de su interior, Alfonso tiene claro dónde quiere recibir su néctar por última vez. En la cara, como otro buen recuerdo. Le mira desde abajo fijamente, con todo ese rabo encima de la jeta, caliente, sudado, bien pajeado. Abel suelta un gruñido, incrementa la pelada, aprieta los dientes, encorva un poquito la espalda. Alfonso sabe que está a punto de salir del fuego su desayuno preferido.
Sonrie con alegría, abre la boquita y recibe con gusto la leche que va saliendo de esa enorme y descomunal pollaza, sacando la lengua, relamiéndole la lefa, paseándola por el rabo y el cipote resbaladizos, dejándose los morros bien sucios. Abel la pasea por encima de su cara. Alfonso cierra los ojos para sentir mejor ese roce caliente y duro. Un dedo mojadito de leche se introduce por su boca. Es Abel que ha recogido las sobras para él. Todavía les queda un rato juntos y a Alfonso le apetece dejársela toda bien limpita. A Abel también le excita la idea de limpiarse mutuamente. El último casquete ha sido inolvidable.
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@ fotos por Oscar Mishima