Con un cabreo monumental tras de perder de nuevo contra el equipo líder de la liga, Joey Mills entró dando golpes en los vestuarios. Una ducha le sentaría bien después de todo. Mientras se quitaba la ropa, no se dio cuenta de que el entrenador Johnny Donovan lo espiaba desde la entrada. Al entrenador le gustaban los chicos jovencitos, sobre todo si eran nuevas adquisiciones para el club.
Eso de ver savia nueva le ponía cachondo y más si eran guapetes y fetichistas como Joey, que antes de ir a la ducha, se esnifó sus calcetos en la soledad de su taquilla. El simple gesto le hinchó a polla al entrenador, que en cuanto tuvo oportunidad, acudió a la cesta de ropa sucia, los cogió y se los pegó a los morros esnifando su dulce aroma a macho.
Cuando dejó de escuchar el agua corriendo al otro lado, se sentó en el banco e hizo como que estaba tomando apuntes para la alineación del siguiente partido. Esperó a que llegara Joey, le dio indicaciones sobre qué puntos debía mejoras en sus pases y Joey llevaba la toalla tan suelta a la cintura que al dar la mano al entrenador para despedirse, se le cayó al suelo dejando a la vista su larga, gorda y enorme pija, que destacaba sobremanera todavía más en un chico delgadito como él.
Eso sí que no se lo esperó en entrenador, que intentó digerir lo que acababa de ver conservando la compostura. Pero lo que no pudo esconder fue su rabo erecto. Al vérselo, Joey sonrió y se lo agarró con la mano. Si le iban los rabos, todo bien. Johnny se sentó en el banquillo, agarró los dos pies con los calcetos puestos de Joey y dejó su polla entre los empeines. Joey empezó a pajearle el pene con los pinreles dándole gustito, arrastrando la piel hacia adelante y hacia atrás por toda su polla.
Se puso a cuatro patas y le comió la verga. El entrenador la tenía durísima, tan dura que casi formaba una línea horizontal con su torso, bien empalmada. Mientras Johnny se esnifaba los calcetos, Joey dio buena cuenta de su rabo con las manos y los labios. El jueguecito todavía no había terminado. Johnny puso a Joey bocabajo en el banco, se colocó detrás de él, le dobló las rodillas, cogió de nuevos sus pies y puso la polla en medio simulando que se los follaba.
Ver su rabo duro desapareciendo y sobresaliendo empitonado una y otra vez entre los calcetines anaranjados le imprimió una oleada de gusto que le llenó las pelotas de calcio. Después de gozar de sus pies vestidos, hizo lo mismo pero con ellos desnudos. Piel con piel. El siguiente lugar donde la encajó fue dentro del culito de ese granuja.
Nada más atravesar su agujero con la polla, sintió el apretón que le dejó sin aliento. Lo tenía super apretadito. Tras acostumbrarse a ese lugar tan estrecho, se la metió hasta el fondo y empezó a follárselo. Le dio por culo con todas sus fuerzas y todo su amor. Mirar hacia abajo, ver ese culito suave y blanquito penetrado por su durísima polla, sus propios abdominales marcados y en tensión, bien buenorro, le metió una flipante dósis de adrenalina.
Cogió al chaval en volandas por las piernecitas. Estaba a punto de hacerlo suyo. Aflojó los brazos para dejar caer el culete y le empaló en su rabo sin condón. Le cogió de los muslitos empujándolos hacia arriba y lo dejó caer para que le follara la polla. El chaval se abrazó a su cuello. Qué amoroso estaba. No era sólo eso. Johnny sentía en su estómago el roce de un enorme rabo caliente que estaba en continuo crecimiento. No quería dejar de hacerle el amor así, pero si seguían en esa postura, era cuestión de tiempo que acabara preñándole el ojete, perdiendo el control de sí mismo.
Le empotró contra las taquillas y acabaron en el banco con Joey bocarriba recibiendo rabo, admirando el cuerpazo musculado de su entrenador. Joey se agarró su pedazo de pollón y no paró de meneárselo hasta ordeñarlo. Johnny le limpió el semen con el calcetín y acto seguido se esnifó ese pegamento. Ese olor le recordó al aroma de sus primeras pajillas, que impregnaban el ambiente de su habitación cada mañana de fin de semana.
Pidió a Joey que se diera la vuelta. Quería ver su culito una vez más. Joey le concedió ese deseo y el entrenador se pajeó sobre su trasero, enviciándose con esas vistas del jovencito desnudo sobre el banco de los vestuarios. Sin dejar de esnifar el calcetín, se machacó la polla hasta reventar, llenándole las nalgas con su leche. La corrida le supo a gloria, mucho mejor que ganar cualquier partido al equipo rival.