Tom Gabbard se machaca la polla en la sesión de fotos y se mete unos disparos de lefa que le llegan hasta la cara | Bel Ami Online

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Ojos azul verdosos, como los de un mar coralino, lo que desprendía la mirada del guapísimo Tom Gabbard era una cosa de otro mundo. Llegó sin calzones. Se le notaba al andar, porque algo largo y grande empujaba una y otra vez la parte delantera de sus pantaloncitos cortos blancos de deporte a cada paso que daba. Al decirle que mirara a la cámara, ponía una mirada incluso más interesante, cerrando ligeramento un ojo para centrar su atención.

Se bajó los pantalones y dejó al aire su preciosa polla colgando, todavía dormidita, larga, cayendo sobre sus recogiditos huevazos. El blanco de las bermudas de algodón destacaba sobre su cuerpo bronceado y atlético, que para su temprana edad, ya dejaba ver sus abdominales bien marcados. Cerró los ojos un momento y tuvo un rato para sí mismo donde al instante se le puso rígida la polla, creciéndole unas cinco veces más su tamaño.

Qué imaginaría el muy cabroncete para que se le hubiera puesto así de dura en tiempo record. Hubiera pagado por saber en qué pensaba. Gruesa, grande y muy dura, el chaval lucía un pollón completamente descapullado y despampanante hecho para callar y rellenar boquitas hambrientas como la mía. El gustazo que proporcionaba ver a chicos como Tom, aparentemente tan inocentes y luego con esos pedazo de trabucos entre las piernas, era un gozo tremendo.

Se notaba que su polla había crecido rápido durante su etapa adolescente. No era completamente recta, se curvaba ligeramente hacia abajo como una preciosa banana de las más grandes. Después de que enseñara ese culito virginal, con abundantes pelos bien suaves en la raja, se dio la vuelta y se dedicó a la paja. Era de los de puño y letra, de los de agarrársela fuerte a mano llena y pelarse la zambomba hasta dejarse todo encima. La juventud de Tom estalló en fuegos artificiales y de forma inesperada se plantó un chorrazo largo en todos los morros, saboreando el regusto amargo de su propia lefa, que había llegado a sus labios por sorpresa.

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