La única forma que conocía Alan Vicenzo para descargar la adrenalina de un duro día de trabajo, era hacerse una paja. Pero siendo ese un día de sol, no podía dejar pasar la oportunidad de ir a uno de los apartamentos que tenía en venta y darse el gusto de entrar vestido de traje en la piscina. Con su cuerpo húmedo, comenzó a deshacerse de cada prenda de ropa que protegía su cuerpo. Se sacó la polla por la bragueta, se la machacó, luego se despojó de los pantalones, de los calzoncillos y dejó su culazo varonil al descubierto, se decidió a meterse un dedo por el ojete y lo gozó con una sonrisa auto complaciente.
Sentado en las escaleras de la piscina, se agarró la pija y cerró los ojos. Imaginó que sus dos compañeros más guapos del curro le pillaban y se unían a la fiesta. Otra sonrisa cargada de vicio y placer. Podía ver ya la sonrisa conquistadora de Gustavo Cruz, sacándose de la bragueta su gigantesca chorra y poniéndola justo encima de su boca como un delicioso manjar de lo más apetecible. Alan miraría hacia arriba y se la tragaría toda enterita mientras el potente y atractivo Emir Boscatto se la sacaba también y esperaba su turno, ocupado en despojar a Alan de su camisa blanca, abriéndosela cual Supermán, dejando su potente torso al descubierto.
Y Alan estaría tan excitado con la polla de Gustavo en la boca, sin querer soltarla, que descubriría lo mucho que a Emir le apetecía comer rabo, cuando le encontró metido de lleno en la piscina, con su cabeza subiendo y bajando entre sus piernas devorando su pija. Entonces los tres se meterían en la piscina y se comerían las bocas, mirándose a los ojos, deseándose.
Alan comprendió más que nunca que necesitaba dar placer a esos dos y por eso les ofreció su culo y su boca para que le follaran los dos agujeritos por turnos. El chapoteo del agua, incesante, mientras Emir le machacaba el pandero. Entonces sintió su torso sobre la espalda, sus piernas acercándose a las caderas, como haciendo hueco a alguien detrás de él. Gustavo acababa de empalar a Emir por detrás y los tres se sumían en un trenecito a unos centímetros sobre la superficie del agua, con sus pollas desnudas, a punto de correrse.