Gustavo Cruz empotra el culazo de Mars Gymburger sin condón y le mete una despiadada ducha de lefa | Fucker Mate

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Lo quería todo de ese macho. Que no dejara de mirarle con esos ojazos latinos, su nariz, la forma en la que conseguía que se derritiera enterito de placer con un beso y un abrazo. Lo que le hacía sentir Gustavo Cruz no era normal. Mars Gymburguer le comió la tetilla mientras Gustavo le cogía la mano, se la plantaba en todo el paquete y dejaba que se pusiera cachondo notando toda esa erección, todo ese inmenso pollón que tenía para él.

A Mars le encantaban los hombres que la tenían bien larga, que cuando se les ponía dura se les salía por arriba por encima de los calzones. Ese bicharraco ya luchaba por salir a tomar el sol. Mars ayudó bajando los pantalones y la goma de los calzones hacia abajo. Destapó un pedacito, suficiente para saber que estaba muy bien dotado.

Se metió el cipote y el primer trozo de pollón en la boca. Gus se quitó toda la ropa excepto los gayumbos, cuya goma bajó hasta por debajo del escroto, dejando toda su majestuosa pollaza larga, gorda y gigantesca a merced de la boca tragona de ese cabrón. En cuanto se la empezó a mamar en serio, se dio cuenta de que no le cabría entera, de que apenas con un tercio ya le estaba rellenando por dentro. Era enorme.

Un buen rabo le volvía loquito y de repente se ponía a comer como si no hubiera un mañana. Lo que no podía tragar, se lo pajeaba, a dos manos, rezándole a ese santo, uno tan grande e importante que estaba para meterse un buen atracón. Qué buenas vistas tuvo cuando Gustavo hizo una sentadilla sobre su cara. Vio acercarse ese culazo de varón, esas pelotas y la boca se le abrió sola cuando ese falo apuntó hacia ella deseando meterse dentro.

Se deshizo de placer cuando se marcaron un sesenta y nueve. Estaba él comiéndose la polla cuando Gus le metió un dedo por el ojete. Lo tenía tan grandote que fue como si ya se lo estuviera follando. Mars se estremeció, dejó de chupar la polla para sentir su calor desbordándose por su pecho, todo el rabo ensalivado jugueteando entre sus pectorales. A ese dedaco le siguió otro. Le acababa de meter dos a la vez, allanando el camino para su pija.

Al incorporarse un poco, Mars notó la verga caliente rozándo la raja de su culo y al segundo ya estaba hundiéndose sin condón en su interior. Fue tal el goce que sintió en ese momento que se le escapó un «joder» y comenzó a pajearla con vicio con el culete. Era enorme. Se puso a cuatro patas para que Gus ejerciera de macho empotrador y luego se dio la vuelta para sentir a fondo las estocadas de su enorme pene.

Le ponía la banderilla una y otra vez y a menudo Mars la encarrillaba dentro de su ojete sosteniéndola entre dos dedos. Mars no podía ser más feliz ni estar mejor follado. No dejaba de mirar el porte de ese cabronazo empotrador, tan atractivo, de cuerpo bronceado y musculoso, esas tetillas que tanto le gustaban y que se pronunciaban duritas en sus pectorales. Estaba buenísimo.

Se puso de lado abierto de piernas dejando que le penetrara a placer. Ese agujero era suyo. Siempre lo había sido. Se colocó bocarriba apoyándole en la parte alta de la espalda y levantó el pandero para dejarlo como una jarra a la que Gus tenía que poner el tapón. Y se lo puso. Y qué bien se lo puso. En esa postura Mars podía sentir el peso de sus pelotas aplastándose contra la raja.

Esa butifarra caliente y gigante entraba y salía de su agujero dejándole fino, cubriendo todos sus huecos. Mars volvió a mirarle cara a cara. Necesitaba fijarse en su cara, en su potencia, mirarle de arriba abajo enterito para cascarse la paja. Se corrió encima, soltando perdigones de lefa que le llegaron hasta los pelos de su pecho lobo. Ni se imaginaba entonces el espectáculo que iba a presenciar por primera vez sobre su cuerpo.

Gus se cogió el rabo, se lo masturbó y empezó a expulsar una ingente cantidad de semen, todo de corrida, sin espacios entre chorrazo y chorrazo, como una fuente interminable. Mars vio cómo le metía esa despiadada ducha encima, regándole todo el cuerpo con su esperma. Llegó a poner las manos debajo del pene, como si de verdad fuera una fuente para beber, sintiendo el impacto caliente de la lefa sobre sus palmas, frotándose el cuerpo y recogiendo toda la leche para llevársela a la boca. Nunca se habían corrido encima de él tanto ni tan bien como ese macho. Agarró la pollaza entre sus manos y apretó sacando hasta la última gota, llevándose de nuevo las manos a la boca y chupándose los dedos.

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@ fotos por Oscar Mishima

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