Dentro de la habitación hacía demasiado calor. David Chacon había salido a la terraza a tomar el primer aire fresco de la mañana. Al volver sobre sus pasos, Jay Carter, su compi de piso, se estaba cascando una paja a fuego lento y para hacerlo estaba recreándose a su costa, fijándose en la forma de su culito mientras él estaba de espaldas apoyado en los barrotes mirando la calle.
Pasó dentro, echó el pestillo de la puerta de cristal, como si alguien pudiera pasar por allí e interrumpirles o quizá porque aventuraba que los gemidos que iba a pegar com una perra al tener esa mamba negra dentro de su ser iban a ser épicos y no deseaba que nadie los escuchara. De pie todavía, se metió entre las piernas de Jay, apoyó una mano en cada uno de sus grandes muslazos y se fue dejando caer, contoneándose, dejando que su traviesa mano derecha rozara la pedazo polla que estaba a punto de zamparse.
Cuando empezó a interesarle el sexo y las pollas de los tios, cuando empezaban a indagar entre los compañeros de clase y los amigos sobre qué raza la tenía más grande, David llegaba a casa cachondo, cogía un calcetín negro de ejecutivo, a veces varios, los rellenaba con otros calcetines y los dejaba estratégicamente sobre la cama simulando que uno le daba de comer rabo, otro pretendía asesinarle el ojete por detrás y otros dos disfrutaban del festín de agujeros aprovechando sus manos libres.
Se sentía como en un sueño, rodeado de pollas negras gigantes, rebozando su cara y su culo por ellas, con otras dos bien cogidas, sintiendo la rugosidad que dejaban los calcetines dentro, pero que para él eran venas hinchadas a plena potencia. La de Jay era jodidamente grande, como la de uno de esos calcetines que se montaba en sus fantasías, como intentar meterse por la boca el interior de un vaso de cubata. Lo mejor es que estaba calentita y esta podía metérsela por los agujeros sin miedo a deformarla y que se acabara lo bueno.
Le encantaba que un cipote gordo le rellenara toda la boca. Apenas había espacio dentro para otro trozo, pero él lo intentaba, arrastrando los labios hacia adelante como un ancla y haciendo hueco en su garganta. Su mano apenas podía calzar ese pollón de lo gordo que era. Al rodearla con su puño, sus dedos no llegaban a tocarse, lo que le daba una medida de lo que tenía entre manos.
Abrillantó el cipotón a base de chupadas y pajeó la polla a dos manos. Calentita se la rebozó por toda la jeta. A pesar de ser ya gigantesco, el rabo seguía creciendo y a medida que lo hacía le nacía una deformidad en el medio, combándose hacia abajo ligeramente y después otra vez hacia arriba próximo al cabezón. David había visto algunas de esas en pelis porno, que tener una entre las manos le pareció un puto sueño cumplido.
No fue hasta que Jay se la cogió con su mano grandota para masturbarse y darle un respiro que David se dio cuenta de los cojones que le colgaban, de las mismas dimensiones que su tranca. Justo cuando David se los estaba comiendo, Jay dejó caer la barra dura sobre su cara. David se quedó relamiendo los huevos y haciendo malabares con la polla caliente sobre su nariz.
Colgando hacia abajo, salvajemente grande, David se aventuró a tragar más de la cuenta creyendo que estaba blandita. El suave cipote recorrió toda su lengua y la polla comenzó a asfixiarle la garganta. Le gustaba tanto esa sensación que no pudo parar. Pasó por la mitad, sintiendo en los labios los tropezones de unas venas hinchadas y casi le estaba besando las pelotas cuando necesitó salir a respirar aire.
Se preguntó si estaba loco, cuando se tumbó sobre la cama dispuesto a que ese machote le hiciera un gag the fag con esa pedazo de tranca, pero nada le daba más placer que ver a ese tio con las piernas semi abiertas sobre su cara, mirando de cerca sus pelotas colgantes y su precioso e inmenso rabo. Se la pajeó lo justo para ver temblar las bolas sobre su jeta y volvió a tragar polla hasta atragantarse.
Ni mucho menos él la tenía pequeña. Cuando Jay jugó con su culito blanco, David se fijó en ambos tamaños. Frente a otros tios, la suya habría sido grande, pero frente a la de Jay, no había color. Era increíble lo que llegaban a tener algunos colgando entre las piernas. David se inclinó dejando que Jay siguiera abriéndole el agujero del culito con la lengua, apoyó la mamba negra sobre su hombro y le relamió toda la barra y los huevos, que cada vez le pesaban más.
Había hecho bien en cerrar la puerta de la terraza. Ya estaba preparado a cuatro patas sobre la cama y apenas Jay le metió un dedo, empezó a gemir. Después del dedo, notó que algo grande y gordo comenzaba a invadirle a pelo por detrás. Instintivamente miró hacia atrás, sabiendo que no iba a poder ver la herramienta que lo estaba penetrando y un «joder» se le escapó del alma. Lo mejor es que Jay apenas le había metido un cuarto de la butifarra.
Varios intentos después logró tragarse más de la mitad de la polla. Le animó y mucho sentir el vaivén de los huevazos calientes rozándole el interior de los muslos. Eso siempre anima. Jay todavía era jovencito, pero después de follarse a muchos tios había aprendido que, para conseguir que ningún chico se asustara con el tamaño de su porra a la hora de meterla, tenía que meterles caña y se rmuy perro.
Agarró a David por el pescuezo, le comió la oreja y se la metió a deguello. David no paraba de gritar, pero el cabrón no retrocedía ni un centímetro, siembre con las rodillas ancladas en el colchón, dejándose destrozar el culo a pelo, bufando, dejando los ojos en blanco e incluso animando a Jay a seguir dándole duro. Con tanto movimiento era imnposible que no se escapara la polla. Cuando se salía del agujero, en lugar de usar las manos, Jay hacía resbalar el cipotón por la raja del culo hasta tenerlo justo a tiro y la volvía a meter con una buena enculada.
Cuando parecía que el hueco ya se había hecho a la medida, David se tumbó bocarriba. Esa nueva postura le daba otra nueva dimensión a la follada. No fueron pocas las veces que estuvo a punto de frenarle poniéndole las manos en las caderas, pero tampoco pudo resistirse a sentir cómo le metía hasta el fondo veinticuatro centímetros de polla.
La prueba de fuego era cabalgar sobre ella. Así podía decidir cuánto y a qué ritmo tragaba su culazo. Jay pronto le dio la vuelta y lo plantó mirando hacia abajo. David podía notar la presión de las piernas de ese tio sobre las suyas, dejándose caer sobre él con todo su peso, fusilándole el culo a pollazos. En esa postura pudo sentir sus huevos calientes posándose en la parte baja de su culo.
A David no le hizo falta ni cascársela. Cada vez que Jay le empotraba, su rabo se frotaba contra las sábanas. Al darse la vuelta, miró el charco de lefa sobre ellas y su pito húmedo. Ahora necesitaba otra cosa húmeda, su boquita y su cara. Cuánto habría dado porque esas pollas negras hechas de calcetín hubieran sabido escupit leche.
Jay empezó a pajearse sobre su carita. David estaba expectante, con la boca abierta. Llegó sin esperarlo tan pronto. Un lechazo líquido espesito que saltó lo justo hacia arriba para caer a cada lado de sus fosas nasales. La raja del cipote de Jay se rellenó de blanco y otros dos chorrazos de la misma calidad salieron despedidos hacia arriba dejando la carita de David sucia, húmeda y blanca.
Tenía los morros bañados en leche cuando se metió la polla dentro de la boca para degustar el resto de la lefada. Los chorretes le caían por la barbilla hacia su pecho, otro le resbalaba por la mejilla hacia el cuello, le colgaban viscosos por toda la cara. Jay se cogió la polla, la estrujó hacia adelante y por el cipote le salió la última carga de leche que le quedaba. David puso el cipote sobre su lengua y se lo comió todo. Así se quedó un buen rato, chupando su pepito pñreferido de chocolate ycrema. Las pollas tan grandes no se rebajaban tan fácilmente. Era la primera vez que le daban un festín de leche así, exclusivo para los más cerdos.