Día de trabajo en casa colocando las cosas en las nuevas estanterías. No sabía si es que no se estaba dando cuenta, pero por si acaso, Abel Sanztin se bajó la cremallera del mono a la altura de la entrepierna, metió una mano y con ella sacó un gigantesco rabo gordo de veinticuatro centímetros que a Patrick Dei le hizo tragar saliva.
Tanto movimiento de arriba a abajo trasladando cajas, viendo sin parar el culazo que marcaba Patrick bajo los pantalones cuando se agachaba, tan redondito y apetecible, se la habían puesto bien dura. Comenzó a pajeársela, mirando a su compi de faena y a su polla intermitentemente, invitándole, sin decir palabra, a acercarse y comérsela.
Tras dejársela suelta y hacer un meneíto con el rabo que dejó claro de qué pasta estaba hecho ese pollón, Patrick cayó en la tentación y se metió el trabuco entre los labios, primero chupando suavemente, degustando el saborcito de esa polla, de la suavidad de su cipote y centrando sus esfuerzos en la primera parte del rabo. Tardó unos segundos en coger confianza, entonces agarró a Abel por los huevos y se merendó la tranca hasta notar cómo le pasaba por la garganta.
Le vino una arcada y la disfrutó, sacando esa barra de carne dura y caliente de su boca poco a poco, mirando cómo la había dejado llena de babas y sorprendido de lo larga que era, puesto que le habían quedado como unos diez centímetros todavía por chupar. Durante un rato se dedicó a pajear el rabaco entre sus labios con una buena mamada, consciente de que le sería casi imposible cumplir el reto de tragársela entera, aunque lo volvió a intentar varias veces, de lo rica que estaba.
Sus napias ya podían esnifar el olorcito a rabo mojado que le ponía perrete. Como mamón no tenía rival. Su carita guapa, sus ojazos, sus carnosos labios que arropaban las pollas como la seda. No podía contar con los dedos de la mano la de tios que se habían corrido dentro de su boca, si bien Abel no iba a ser de esa terna, porque hacía cierta la leyenda de que los circuncidados aguantaban más.
Ganas no le quedaron, porque Abel estaba casi hipnotizado con ese tio tan guapo, sin quitarle la vista de encima. Le cogió de la barbita peluda cariñosamente y se la frotó mientras admiraba maravillado la comida que le estaba haciendo. Patrick le devolvió ese gesto de cariño con otro mucho mejor, arañando un par de centímetros más de polla entre sus labios, encajando el cipote más allá de su campanilla.
Se puso de pie. De tanto chupar rabo, se le había puesto dura a él también, señal de que le molaba ese tio. En cuestión de tamaño de verga no tenían nada que envidiarse el uno al otro, pero con la parte trasera la cosa era bien distinta. Abel, tan delgadito, admiraba a los tios con culazos pomposos, grandotes y redonditos. Patrick se subió a la escalera e hizo una sentadilla hasta dejarle el trasero a la altura de la cara. Meter los morros en esa raja, con sus mofletes acariciando las nalgas, para Abel era como darse un festín.
No le costó encontrar el agujero rosáceo que pedía polla y se lo relamió con gusto, disfrutando a la vez de las vistas y el calorcito que desprendían una polla y unos huevos que le colgaban bien visibles entre las piernas.
Lo que le gustaba cubrir a los tios por detrás no tenía nombre. Ponerse a su altura, pegar su torso a las espaldas, echar su aliento en su oreja y calzar su enorme polla sin condón dentro del agujero. Chupándosela, había demostrado tener una buena boca en la que incluso un pollón como ese quedaba hasta holgado, pero por el culo le entró bien ajustada, al límite. Podía notarlo por la forma en la que arrastraba con la polla hacia adentro los alrededores del ojete cuando se la metía hasta el fondo.
Menudo culazo, tan satisfactorio como su boca. Dos buenos agujeros para hacer perder la cabeza a cualquier tio. De no haber sido porque quería tenerlo para él solito, Abel le hubiera propuesto llamar a varios amigos para tener siempre bien cubiertos todos esos huecos de lujo. Como buen admirador de culos, supo dar buena cuenta del que tenía enfrente, haciendo resbalar su gigantesca polla por el interior de sus entrañas.
El culito apretado y delgadito de Abel no podía competir con esas nalgas turgentes y hermosas, pero la naturaleza le había dotado de una buena pollaza para competir y darles el gusto que merecían a cabrones como ese. Escuchar sus gemidos de gusto y dolor al ser penetrados, la forma en la que se rendían encorvando la espalda, sumisos para seguir recibiendo la enorme y gordísima polla por detrás, era para él un triunfo.
A veces no era consciente de lo que tenía entre las piernas, sin querer se venía arriba y se convertía en un puto animal follando. Entonces terminaba casi encima de los tios, arramplando con el nabo todo lo que pillaba por delante. Patrick estaba ya casi bocabajo de los pollazos que le estaba metiendo ese zagal por detrás. Tenía las piernas juntas y parte de los cojones apretados entre ellas. Ese cabrón encima de él no paraba de penetrarle de arriba a abajo.
Ahora Patrick estaba bocarriba sobre una camita pequeña. Él mismo se encargó de abrirse de piernas cogiéndoselas con ambas manos a la altura de las rodillas. Por primera vez tenía delante de él a Abel follándoselo. El tio estaba buenorro, pero seguía sin entender cómo era posible que estuviera dotado con esa enorme barra siendo tan delgadito. Decidió no hacerse más esa pregunta y se dedicó a disfrutar de su gigantesca polla.
Teniendo a un tio tan guapo y atractivo, musculado, todo un varón de pelo en pecho, ahora pudiendo ver su polla erecta casi tan grande como la suya, cayendo sobre su torso, a Abel le costó más que nunca mantener el control de sus instintos más primarios. Por detrás, sin mirar a los ojos, todo era más fácil, pero ahora que estaban frente a frente, se la metía de forma distinta, a veces más lento, otras veces más rápido, fijándose en los gestos para saber qué era lo que le gustaba a ese tio, intentando descifrar lo que pensaba.
Abel le hundió la polla hasta los huevos. Eso era lo que le gustaba a Patrick, que echó la cabeza hacia atrás y soltó un gemido desgarrador que le salió de lo más profundo. Abel se fue separando de su culo, sacando su gigantesca barra del interior, centímetro a centímetro. Cuando la sacó del todo, la polla se quedó rebotando de arriba a abajo, azotando el ojete. Patrick se incorporó un poco para ver ese monumento, lo agarró con una mano y lo condujo de nuevo hacia el interior de su agujero.
Con la próstata bien masajeada, Patrick no pudo contenerse más. Se agarró la polla gorda y se masturbó hasta sacarse el caldo de macho. Un buen pegote de lefa cayó justo al lado de su ombligo y el resto de la lechada se quedó pegadita al capullo, haciendo aspavientos y pegándose finalmente a su puño.
Todo el cuerpo de Patrick hubiera sido un estupendo lienzo donde correrse, pero Abel quería hacerlo en su cara. Se pajeó la polla sobre ella y empezó a ensuciársela, dejándole unos grumos blancos y calentitos sobre la mejilla, el bigote, la comisura de los labios, la nariz, cubriendo de blanco cada parte por la que iba paseando el cipote lechero.
Patrick miró hacia arriba y sonrió como un puto cerdete, con los morros llenos de lefa. Se metió la polla dentro de la boca saboreando los mecos calentitos. Abel usó su rabo como si fuera un pintor. Hizo resbalar la polla por las zonas por las que le había dejado la leche, como el que pringa el pincel en la acuarela y con el capullo rebosante de semen, le metió el ciruelo entre los labios para que se lo chupase. Patrick terminó a cuatro patas, sonriendo con su carita guapa y sucia, dejando que Abel siguiera esparciendo su semilla con el cipote por encima de él.