Bastante tenía que aguantar Sean Peek al otro lado de la pared los golpes del cabecero contra la pared, el ruido de los muelles del somier a punto de romperse, los gemidos de los tios a los que se follaba cada noche, mientras él estaba a solas en su habitación matándose a pajas, sufriendo por no estar él en el lugar de esos tios, como para ahora tener que sufrir el que William Seed se dejara la puerta de la habitación entreabierta mientras se masturbaba.
Ese día Sean se levantó muy pero que muy cachondo y fue como si los astros se alineasen y le dieran la fuerza que necesitaba para entrar a su compañero de piso. Primero se recreó la vista, mirando a Will tocarse. El cabrón estaba buenísimo. Sean podía sentir cómo suyas las manos de su compi cuando se las pasaba por encima de los pectorales musculosos, por los montículos de su tableta de chocolate, cuando rozaba sus pezones duritos con la yema de los dedos.
Cuando le vio posar la mano sobre el paquete, el vicio le pudo. Lanzarse siempre es arriesgado, pero los astros estaban de su parte y salió ganando. Gateó por encima de la cama, Will retiró la mano de su paquetón y dejó que Sean continuara el trabajo. Cuando se dio cuenta de que el muy cerdo estaba loquito por su polla, le dejó hacer y se estiró sobre la cama.
Sean le lamió el paquete por encima de los calzones. Cuando le sacó la polla, la tenía completamente dura y se dio el gusto de mamar el centro de placer de ese hombretón que gemía y se revolvía sobre la cama mientras se la chupaba. Se arriesgó a algo más, pidiéndole que se pusiera a cuatro patas y le comió el culazo, lo que fue todo un placer, tan grandote, redondo y suave como lo tenía.
Pero ese día no. Ese día era suyo. Se tumbó sobre la cama y se abrió de piernas para que se lo follara. Ver a ese macho tan guapo y fuerte sobre él, con todos sus musculos en acción, cogiéndole una pierna para dejarle abierto, esforzándose por hundirle la polla en el agujero, fue una auténtica locura. Menudas culeadas daba ya con el rabo dentro, sin medir la fuerza, a veces convirtiéndose en una puta taladradora humana que no paraba de machacarle el culo. Ahora podía entender mejor los golpes del cabecero, el ruido de los muelles del somier y los gritos y gemidos de sus conquistas nocturnas. Eso era un jodido y auténtico macho empotrador. Después de follarle el culo por última vez, gateó de rodillas hacia su cabeza mientras se iba pajeando la polla y le dejó unos buenos lefazos en la carita.