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Social Climber 1: Andy Onassis jode a pollazos el hermoso culo de Gabriel Phoenix y le chupa la polla | MEN

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Ha tratado de ser un buen vecino, si no el mejor, de los que te saluda cuando pasas, de los que te ponen siempre una sonrisa, de los que llaman a tu puerta y te regalan una cesta de galletitas caseras recién horneadas. Pero Gabriel Phoenix no puede más. En ese barrio no quieren a gente como él y siempre terminan dándole con la puerta en las narices.

Durante un buen tiempo se dedicó a hacer su vida, a ser el vecino arisco que ya no saludaba al pasar, que ni te miraban, que ya no llamaban a tu puerta, pero se juró a sí mismo que aprovecharía el momento oportuno para vengarse de todos ellos. Todos los hombres del vecindario tenían debilidades y él iba a encargarse de descubrir todas y cada una de ellas.

La primera llegó enseguida, cuando se encontraba rastrillando el jardín de la casa de uno de los más grandes cabecillas de la comunidad. Y lo de grande no sólo era por el estatus, sino porque Andy Onassis era un tio grande en todos los sentidos, incluído el físico. Un hombretón de pelo en pecho, con un cuerpazo gigantesco que era como un armario empotrado.

Pues al cabrón resultaron gustarle los tios. Gabriel se lo conocía tan bien por las noches locas. Ese gesto con los dos dedos invitándote a acercarte, cuando te hablan bajito para que nadie se entere, aunque no haya nadie alrededor, para decirte que eres muy guapo, que quieren que les hagas una mamada y que nadie se entere de eso. Así que a ese grandullón tan masculino y rudo con bigote y barba le gustaban las pollas. La oportunidad servida en bandeja.

Lo jodido es que cuando Gabriel pensaba en la venganza, en cuanto ese macho le comió la boca, en cuanto tuvo acceso a tocar su cuerpo, cuando le puso una mano en la entrepierna descubriendo las grandes dimensiones de sus atributos masculinos, le soltó un «guau» soriéndole y alabándole por su gran pija y no sólo iba a comerle el rabo por trepar y hacerse un hueco en esa comunidad, sino porque en realidad le estaba gustando.

No sin nervios, se agachó y frotó la cara contra el voluminoso paquete que se intuía bajo los vaqueros. Le desabrochó el botó, le bajó la cremallera y ante sus ojos tuvo la polla más gorda y grande que había visto en mucho tiempo. Se la cogió con la mano y sonrió de alegría con los ojos bizcos en el pollón. Después, como un cerdaco, se lanzó a comerle la tranca que era tan gorda que apenas le cabía por la boca.

Merendarse esa polla fue un lujo. Acostumbrado a comerse las de críos imberbes, guarrear ahora con una verga enorme con todos sus pelos en los huevos era como explorar un mundo nuevo. El grosor del rabo hacía que la saliva que le dejaba encima al arrastrar los labios se le salieran por las comisuras de la boca. Se dejó azotar como una perra, sintiendo el impacto fuerte de los pollazos sobre su cara.

Le levantó la polla y le comió los huevos. Miró hacia arriba, demostrándole que estaba completamente viciado con su rabo. Andy se había pasado la camiseta blanca ajustada de tirantes por el cuello, lo que dejaba a la vista un torso alucinante. Los cultivados pectorales, tan musculosos y perfectos, volvieron loquito a Gabriel, que chupó, si era posible, con más ahinco.

De mamar con tantas ganas, las babas le colgaban por la barbilla. Andy le cogió de la carita guapa y le escupió encima. Gabriel le dio las gracias con una sonrisa. Le encantaba ser tan cerdo. Con las babas de los dos y la boca mojadita, bajó a chupársela de nuevo. Ahora eran colegas. Sería su putita cada mañana. Gabriel se desabrochó los pantalones y se masturbó junto a su nuevo amigo. Los dos magreándose las pollas.

Una putita pero no sólo para comerle la polla, sino para ofrecerle el culo y que descargara toda su hombría. Gabriel se bajó los pantalones por los muslos y se puso a cuatro patas. Jamás había deseado tanto que le follaran, cuando Andy metió sus morrazos en la raja de su trasero. Podía darse ya por follado con el placer que le provocaba esa lengua experta perforando su preciado agujero, pero quería más.

Algo más de veinte centímetros le separaban de subir en el escalafón social de esa comunidad. En cuanto sintió esa jodida enorme verga penetrando dentro de él, fue consciente de que ya se lo había metido en la saca y se relajó, rindiéndose al placer. Si tenía que brindar su culo a todos y cada uno de los hombres del vecindario, con mucho gusto lo haría.

Joder qué grande, qué gorda, qué todo. Ese hombretón intentaba hacerlo con cariño, pero tenía una fuerza desmedida debido a su envergadura que hacía que follase como un cabrón rompiendo culos. Era la puta hostia. En el fragor de la batalla, a Gabriel se le ocurrió una malicia. Se sentó, se agarró la polla con una mano y con la otra posada en su fuerte biceps, mirando a Andy, le invitó a comerle el rabo.

El cabrón arqueó la espalda y se tragó el pene, arrastrando los labios y raspando con el bigotillo a lo largo del tronco, hasta los huevos. No una, sino varias veces. Además lo hacía sin inmutarse, como si no le costase nada tragarse una polla entera y eso que la de Gabriel era bien larga. El tio machote levantó la cabeza con las babas colgándole de la barba y se acercó a compartirlas con Gabriel.

Otra vez la enorme polla jodiéndole por detrás. Gabriel intentaba sobrevivir anclándose con los codos al sofá, con la cara roja por la mezcla de dolor y gusto que sentía. Hizo lo que había que hacer con hombres así de grandotes con rabos descomunales. Le tumbó encima del sofá del salón y se hizo unas sentadillas clavándose su rabo dentro del culo, robándole una buena paja.

La cobijó enterita entre sus nalgas, hasta que terminó sentado encima de sus pelotas. No terminaba de acostumbrarse al tamaño gigantesco de aquel pollón, ni yendo a su propio ritmo. Cada vez le dolía menos, pero porque a él le doliera menos, eso no iba a decir que la polla no fuera igual de gorda y grande que al principio.

No pudo evitarlo. Se peló allí mismo la pija, arreándose un pajote saltando sobre ese gordísimo mazo. Un montón de perdigonazos de lefa salieron disparados de su rabo, una lluvia blanca de leche que pringó el suelo, el sofá y los muslos de Andy. Corriendo se la sacó del culo y fue a mamar la polla a su nuevo colega. Empezó a masturbársela, aunque Andy terminó cogiendo su propio testigo corriéndose en el bajo vientre.

Gabriel acercó la cara por si se llevaba premio, pero Andy había tirado en corto, así que Gabriel olisqueó la lefa, le chupó los mecos que todavía rezumaban por su gigantesco cipote y bajó a pringarse los morros con los lefotes que se había dejado encima ese cabrón. Ya tenía la rey d ela colina ganado, con nada menos que toda su estirpe en su cara.

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