Cómo consiente Cupido que un chico tan lindo y adorable de ojos azules como Luis Rubi pase el día de San Valentín sin alguien que lo quiera, en la soledad de su habitación matándose a pajas, haciendo el amor consigo mismo, machacándosela en un cinco contra uno, dejando que la leche se derrame entre sus dedos. La respuesta sólo la conoce el propio Cupido Diego Sans y es que ha decidido que este recién estrenado hombrecito no sea desvirgado por un mortal, sino por un Dios.
El chaval suspira de amor por un hombre mucho mayor que él que le dobla la edad y al que nunca podrá conseguir. Lo mira en la foto de su mesilla como una quinceañera miraría las fotos de su actor favorito en su carpeta. En esto que Diego aparece sin llamar mucho la atención, intentando conseguir su amor, auqnue el Luis que encuentra no es el que él esperaba.
Cuando le habla de clavarle las flechas de su amor, el chavalín se tumba sobre el sofá, se da la vuelta y se baja los pantalones enseñando el culete. Parece que Luis ha aprendido demasiado en la soledad de su habitación, que ha tenido largas charlas de sexo con sus colegas de instituto. Eso o que Cupido se ha quedado algo anticuado en cuanto a lo que significa el amor y necesita ponerse al día.
«Quiero que me metas tu flecha por el culo«, le dice el chico así de directo. Y creía Cupido que sus flechas eran las que tenían más punta. En el sentido literal, empuña el arco y le tira una flecha. «De esas no gilipollas, quiero que me metas la grande que tienes entre las piernas«, y es que por el paquete de Diego era más que evidente que calzaba de puta madre.
Diego necesitó hacer una pequeña consulta a los dioses para ponerse al día y enseguida descubrió lo que le gustaba hoy día a los chavales jovencitos. Se chupó un dedo y se lo metió por la raja del culo. Algo debía estar haciendo bien cuando el chaval ya no le insultaba. Convertido en humano, empezó a tener sensaciones humanas y, a medida que le iba perforando el ojete con sus dedos, a Diego le iba creciendo lo que tenía entre las piernas.
Enseguida comprendió que ese gordo pollón duro y hermoso del tamaño de varios dedos juntos y mucho más largo sería el sustituto de sus manos. Se lo metió a Luis por el culo y disfrutó del gustito que le daba meterla y sacarla de ese espacio tan calentito y estrecho. Estos putos humanos, con razón pasaban de sus anticuadas flechas.
No comprendió por qué el chaval le hizo sacarle la polla del culo para chupársela, si era como chuparse el dedo, pero el muy cabrón la gozaba como un cerdo dejándola pringada de babas. Se la volvió a clavar sentándose sobre sus piernas, saltó y saltó y de repente, al grito de «me corro«, le llenó los pelos del torso de algo que parecía leche. Algo le decía a Cupido que ese chico había llegado al clímax del amor. Pero todavía le quedaba una flecha por descubrir y es que los dioses son dioses por algo y cuando se trata de disparar, lo hacen mejor que nadie, a tiro limpio y en eso Cupido Diego no tenía rival.